Bajó
los brazos y, oculto bajo la mesa, rompió el lápiz rojo de un golpe
seco.
No
sería fácil, pero cuando la razón te asiste, no hay otro camino. Y
él lo sabía. Cuidadosamente comenzó su tarea, con esmero,
repasando bien los bordes, mientras sonreía feliz. No dejó ni un
hueco por rellenar, ni una letra sin poner. Combinando los colores y
esforzándose, especialmente, en la caligrafía. Despacito, marcando
bien las tildes.
Por
fin estaba acabado. Respiró profundamente y supo que el momento
había llegado. Ahora vendría lo más difícil, no bastarían los
hechos, era necesario explicarlo con palabras. Es lo que siempre
había oído en su casa, en las conversaciones de sus padres, de sus
tíos, en las asambleas que organizaba su madre con las vecinas y,
justo ahora, estaba empezando a entenderlo.
Así
que, con mucho cuidado, estiró su uniforme, se pasó la mano por el
flequillo para arreglar un poco ese remolino indomable y se colocó
en la fila, que avanzaba lentamente. Cuando por fin le tocó su
turno, temblaba. Pero eso sólo le impulsó, precisamente, a hablar,
atropelladamente, casi, casi sin respirar, para no pararse, para no
ceder.
“Maestra,
no he hecho la bandera. Como he roto el lápiz rojo, no se puede
hacer. Pero tiene que entender, que no puedo dibujar una bandera a mi
papá, porque todos los compañeros de la clase están haciendo una.
Y eso tiene que ser porque todos sus papás son iguales, pero mi papá
no es como los demás. A él le gusta jugar conmigo, le gusta mucho
la música, pero lo que más le gusta, es leer. Nunca he visto que le
gusten las banderas. Siempre me está leyendo cuentos, y cuando me
duermo sigue leyendo hasta bien entrada la noche. Yo no lo entiendo
muy bien, pero siempre dice que los libros son lo único que nos
sacará de aquí. Se pasa todo el día repitiéndome que estudie, que
lea, que sea aplicado. Por eso he puesto todas las letras que hay que
copiar de la pizarra, vea que no falta ninguna, de verdad que no. Muy
feliz día papá, de tu hijo: Pablo. Pero no le he dibujado la
bandera, como usted mandó. Le he dibujado un libro, de su color
favorito: azul”.
De
Yolanda Giner Manso, en Cuentos cortos contra la autoridad.
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