¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

viernes, 5 de enero de 2018

Insumisión.

Bajó los brazos y, oculto bajo la mesa, rompió el lápiz rojo de un golpe seco.

No sería fácil, pero cuando la razón te asiste, no hay otro camino. Y él lo sabía. Cuidadosamente comenzó su tarea, con esmero, repasando bien los bordes, mientras sonreía feliz. No dejó ni un hueco por rellenar, ni una letra sin poner. Combinando los colores y esforzándose, especialmente, en la caligrafía. Despacito, marcando bien las tildes.

Por fin estaba acabado. Respiró profundamente y supo que el momento había llegado. Ahora vendría lo más difícil, no bastarían los hechos, era necesario explicarlo con palabras. Es lo que siempre había oído en su casa, en las conversaciones de sus padres, de sus tíos, en las asambleas que organizaba su madre con las vecinas y, justo ahora, estaba empezando a entenderlo.


Así que, con mucho cuidado, estiró su uniforme, se pasó la mano por el flequillo para arreglar un poco ese remolino indomable y se colocó en la fila, que avanzaba lentamente. Cuando por fin le tocó su turno, temblaba. Pero eso sólo le impulsó, precisamente, a hablar, atropelladamente, casi, casi sin respirar, para no pararse, para no ceder.

Maestra, no he hecho la bandera. Como he roto el lápiz rojo, no se puede hacer. Pero tiene que entender, que no puedo dibujar una bandera a mi papá, porque todos los compañeros de la clase están haciendo una. Y eso tiene que ser porque todos sus papás son iguales, pero mi papá no es como los demás. A él le gusta jugar conmigo, le gusta mucho la música, pero lo que más le gusta, es leer. Nunca he visto que le gusten las banderas. Siempre me está leyendo cuentos, y cuando me duermo sigue leyendo hasta bien entrada la noche. Yo no lo entiendo muy bien, pero siempre dice que los libros son lo único que nos sacará de aquí. Se pasa todo el día repitiéndome que estudie, que lea, que sea aplicado. Por eso he puesto todas las letras que hay que copiar de la pizarra, vea que no falta ninguna, de verdad que no. Muy feliz día papá, de tu hijo: Pablo. Pero no le he dibujado la bandera, como usted mandó. Le he dibujado un libro, de su color favorito: azul”. 
 

De Yolanda Giner Manso, en Cuentos cortos contra la autoridad.

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