¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

viernes, 31 de agosto de 2018

Los ritos son necesarios.

El principito volvió al día siguiente.

—Hubiera sido mejor —dijo el zorro— que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las  cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.

—¿Qué es un rito? —inquirió el principito.

—Es  también  algo  demasiado  olvidado —dijo  el  zorro—.  Es  lo  que  hace  que  un  día  no  se  parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. Los jueves  bailan  con  las  muchachas  del  pueblo.  Los  jueves entonces  son  días  maravillosos  en  los  que  puedo ir de paseo hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.

En El principito, de Antoine de Saint - Exupéry.

jueves, 30 de agosto de 2018

XXVII.

Se acerca la estación de los vientos y la estación de las lluvias.

Las cabelleras de los sauces simulan obedecer al viento y acatar la orden de crecer que imparte sin gritar, en miles de gotas, la voz de las lluvias, pero entre todos los árboles del mundo el sauce es el más desobediente pues en lugar de tratar de alcanzar la panza de asno del cielo, como todos los árboles, se concentra en crecer hacia abajo, hacia el lugar donde las raíces buscan el cielo negro de la Tierra.

Las ramas de sauce parecen cansadas, exhaustas, sin voluntad y sin fuerza. Sin embargo están más flexibles y vivas que las manos del viento que pasan invisibles por el interior de nuestro cuerpo, agriándolo, marchitando sus órganos, que no paran de acariciar nuestra piel, arrugándola, que hoy nos empujan aquí y mañana allá, a la boca abierta de la muerte.

Los sauces son llanto y alegría, desobediencia cabal, seres sin prisa y sin pausa, cabelleras apartadas para siempre de la calvicie de las piedras, del miedo y del pudor de lo concreto: una rebelión general, botánica, crece en ellos, una revolución sin firmeza, laxa, flexible, tanto que por esa causa no se quiebra; vuelve, empedernida, más temprano que tarde, a su sitio.

Mientras los otros árboles resisten al viento, son partidos, arrancados de cuajo, heridos en su vehemencia, el sauce desobedece con la astucia de estar vencido, de exhibir los brazos hacia abajo, de simular rendirse antes de presentar batalla, y de ese modo sale victorioso siempre.

En El libro de la desobediencia, de Rafael Courtoisie.

miércoles, 29 de agosto de 2018

La tarea de criar un animal al que le sea lícito prometer.

Criar un animal al que le sea lícito prometer: ¿no es esta precisamente aquella tarea paradójica misma que la naturaleza se ha propuesto cumplir en lo que respecta al hombre?, ¿no es este el auténtico problema del hombre?... Que este problema haya sido solucionado en alto grado tiene que parecerle tanto más sorprendente a quien sepa valorar debidamente la fuerza que actúa en contra, la del olvido. 

El olvido no es una mera vis intertiae, como creen los superficiales; es más bien una facultad inhibitoria activa, positiva en el sentido más estricto, a la que hay que atribuir que la digestión (se le podría dar el nombre de <inalmación>) de cuanto ha sido vivenciado, experimentado, asimilado por nosotros, comparezca igual ante nuestra consciencia que el entero y complejísimo proceso con el que se desarrolla nuestra alimentación corporal, la denominada <incorporación> de sustancias a nuestro organismo. 


Cerrar temporalmente las puertas y ventanas de la consciencia; no dejar que nos molesten el ruido y la lucha con lo que el mundo subterráneo de órganos que están a nuestro servicio trabajan unos para otros, y también unos en contra de otros; un poco de calma, un poco de tabula rasa de la conciencia, a fin de que vuelva a haber sitio para lo nuevo, sobre todo para las funciones y funcionarios más nobles, para gobernar, prever, predeterminar (pues nuestro organismo está dispuesto oligárquicamente): esta es la utilidad del, como hemos dicho, olvido activo, semejante a un guardián de la puerta, a alguien que mantuviese en el alma el orden, la tranquilidad, la etiqueta: se ve así enseguida hasta qué punto no podría haber felicidad, jovialidad, esperanza, orgullo, presente, sin el olvido. El hombre en el que este aparato inhibitorio está dañado y deja de cumplir su función es comparable a un dispéptico (y no solo comparable), no <acaba> con nada... 

Precisamente este animal necesariamente olvidadizo, en el que el olvido representa una fuerza, una forma de la salud fuerte, ha criado en sí mismo una facultad contraria, una memoria, mediante la cual en determinados casos se suspende el olvido, a saber, en los casos en los que se ha de prometer: por tanto de ningún modo meramente un pasivo no poder librarse de la impresión que se haya quedado grabada, no solo la indigestión con una palabra otrora empeñada y de la que ya no podemos librarnos, sino un activo no querer librarse, un seguir y seguir queriendo lo otrora querido, una auténtica memoria de la voluntad: de manera que entre el original <quiero>, <lo haré>, y la auténtica descarga de la voluntad, su acto, puede introducirse lícitamente sin ningún problema en un mundo de cosas, circunstancias e incluso actos de voluntad, nuevos y ajenos, sin que se rompa esta larga cadena de la voluntad. 

Ahora bien, ¡cuántas cosas hay que presuponer para que todo esto sea posible! ¡Cómo, para disponer de antemano sobre el futuro en tan alto grado, primero tiene que haber aprendido el hombre a distinguir los sucesos necesarios de los contingentes, a pensar en términos causales, a ver lo lejano como presente y anticiparlo a saber qué cosas son un fin y cuáles son medios para las primeras, a acometer las cosas yendo sobre seguro, en general a contar y calcular! ¡Cómo para ello, antes que nada, el hombre tiene que haber llegado a ser él mismo calculable, regular, necesario, también a sus propios ojos, para al final, al modo en el que lo promete, poder responder de sí mismo como futuro!

En La genealogía de la moral, de Friedrich Nietzsche.