¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

miércoles, 29 de agosto de 2018

La tarea de criar un animal al que le sea lícito prometer.

Criar un animal al que le sea lícito prometer: ¿no es esta precisamente aquella tarea paradójica misma que la naturaleza se ha propuesto cumplir en lo que respecta al hombre?, ¿no es este el auténtico problema del hombre?... Que este problema haya sido solucionado en alto grado tiene que parecerle tanto más sorprendente a quien sepa valorar debidamente la fuerza que actúa en contra, la del olvido. 

El olvido no es una mera vis intertiae, como creen los superficiales; es más bien una facultad inhibitoria activa, positiva en el sentido más estricto, a la que hay que atribuir que la digestión (se le podría dar el nombre de <inalmación>) de cuanto ha sido vivenciado, experimentado, asimilado por nosotros, comparezca igual ante nuestra consciencia que el entero y complejísimo proceso con el que se desarrolla nuestra alimentación corporal, la denominada <incorporación> de sustancias a nuestro organismo. 


Cerrar temporalmente las puertas y ventanas de la consciencia; no dejar que nos molesten el ruido y la lucha con lo que el mundo subterráneo de órganos que están a nuestro servicio trabajan unos para otros, y también unos en contra de otros; un poco de calma, un poco de tabula rasa de la conciencia, a fin de que vuelva a haber sitio para lo nuevo, sobre todo para las funciones y funcionarios más nobles, para gobernar, prever, predeterminar (pues nuestro organismo está dispuesto oligárquicamente): esta es la utilidad del, como hemos dicho, olvido activo, semejante a un guardián de la puerta, a alguien que mantuviese en el alma el orden, la tranquilidad, la etiqueta: se ve así enseguida hasta qué punto no podría haber felicidad, jovialidad, esperanza, orgullo, presente, sin el olvido. El hombre en el que este aparato inhibitorio está dañado y deja de cumplir su función es comparable a un dispéptico (y no solo comparable), no <acaba> con nada... 

Precisamente este animal necesariamente olvidadizo, en el que el olvido representa una fuerza, una forma de la salud fuerte, ha criado en sí mismo una facultad contraria, una memoria, mediante la cual en determinados casos se suspende el olvido, a saber, en los casos en los que se ha de prometer: por tanto de ningún modo meramente un pasivo no poder librarse de la impresión que se haya quedado grabada, no solo la indigestión con una palabra otrora empeñada y de la que ya no podemos librarnos, sino un activo no querer librarse, un seguir y seguir queriendo lo otrora querido, una auténtica memoria de la voluntad: de manera que entre el original <quiero>, <lo haré>, y la auténtica descarga de la voluntad, su acto, puede introducirse lícitamente sin ningún problema en un mundo de cosas, circunstancias e incluso actos de voluntad, nuevos y ajenos, sin que se rompa esta larga cadena de la voluntad. 

Ahora bien, ¡cuántas cosas hay que presuponer para que todo esto sea posible! ¡Cómo, para disponer de antemano sobre el futuro en tan alto grado, primero tiene que haber aprendido el hombre a distinguir los sucesos necesarios de los contingentes, a pensar en términos causales, a ver lo lejano como presente y anticiparlo a saber qué cosas son un fin y cuáles son medios para las primeras, a acometer las cosas yendo sobre seguro, en general a contar y calcular! ¡Cómo para ello, antes que nada, el hombre tiene que haber llegado a ser él mismo calculable, regular, necesario, también a sus propios ojos, para al final, al modo en el que lo promete, poder responder de sí mismo como futuro!

En La genealogía de la moral, de Friedrich Nietzsche.


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