¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

jueves, 30 de agosto de 2018

XXVII.

Se acerca la estación de los vientos y la estación de las lluvias.

Las cabelleras de los sauces simulan obedecer al viento y acatar la orden de crecer que imparte sin gritar, en miles de gotas, la voz de las lluvias, pero entre todos los árboles del mundo el sauce es el más desobediente pues en lugar de tratar de alcanzar la panza de asno del cielo, como todos los árboles, se concentra en crecer hacia abajo, hacia el lugar donde las raíces buscan el cielo negro de la Tierra.

Las ramas de sauce parecen cansadas, exhaustas, sin voluntad y sin fuerza. Sin embargo están más flexibles y vivas que las manos del viento que pasan invisibles por el interior de nuestro cuerpo, agriándolo, marchitando sus órganos, que no paran de acariciar nuestra piel, arrugándola, que hoy nos empujan aquí y mañana allá, a la boca abierta de la muerte.

Los sauces son llanto y alegría, desobediencia cabal, seres sin prisa y sin pausa, cabelleras apartadas para siempre de la calvicie de las piedras, del miedo y del pudor de lo concreto: una rebelión general, botánica, crece en ellos, una revolución sin firmeza, laxa, flexible, tanto que por esa causa no se quiebra; vuelve, empedernida, más temprano que tarde, a su sitio.

Mientras los otros árboles resisten al viento, son partidos, arrancados de cuajo, heridos en su vehemencia, el sauce desobedece con la astucia de estar vencido, de exhibir los brazos hacia abajo, de simular rendirse antes de presentar batalla, y de ese modo sale victorioso siempre.

En El libro de la desobediencia, de Rafael Courtoisie.

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