¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

viernes, 22 de marzo de 2024

Dejar morir.

Cada tanto sucede: algún periodista dice –pública o privadamente– estar seguro de que este oficio al que le ha dedicado la vida ya no tiene futuro y que, por culpa de las nuevas tecnologías (se mentan otras culpas, pero ésas, las de las nuevas tecnologías, son las que rankean más alto), está herido de muerte. No es poco usual que ese mismo periodista termine diciendo algo así como que se siente muy privilegiado por haber vivido un tiempo en el que el oficio tuvo gran brillo, pero que ahora sólo queda esperar el fin, y que no le gustaría estar en la piel de los que vienen detrás. Punto.

Cada vez que leo o escucho algo así me pregunto cosas. Me pregunto, por ejemplo, si yo podría hablar de esa manera de la denigración del cuerpo de un ser al que quise, al que quiero. ¿Podría mirar pasivamente la aniquilación de aquel cuya alegría me alimentó durante años y decir: «Lo siento por quienes no pudieron, pero yo ya bebí»? En verdad, no. Y, con el oficio, tampoco puedo decir «No importa, yo ya hice lo mío». En parte porque, claro, yo todavía no hice lo mío pero, sobre todo, porque lo que hago es lo que más soy y ningún diagnóstico de muerte de aquello que más soy puede dejarme tranquila.


Hace unos meses un colega me escribía, dudoso ante la posibilidad de inscribirse en un taller de periodismo: «No sé si tiene sentido seguir invirtiendo en esto para después no poder publicar en ninguna parte, no tener un solo editor que entienda de lo que le hablo, romperme la cabeza para cobrar dos pesos, y terminar como encargado de prensa de una empresa.»

Yo creo que sí tiene sentido. Pero sólo si se hace con la convicción de que uno va a publicar en todas partes, va a tener editores que entiendan y no, no va a terminar como encargado de prensa de una empresa.

Por otra parte, no soy cándida. Sé que no es el mejor de los mundos posibles. Sé que las redacciones se despueblan –y se despojan– de sus mejores periodistas. Sé que el oficio sigue precarizándose con redacciones en las que cada vez menos gente hace cada vez más cosas (cinco artículos por día, cada uno con sus respectivas fotos, y un blog y dos cuentas de twitter y el facebook oficial); que los editores, como señaló el periodista argentino Martín Caparrós, inventaron aquel oxímoron del lector que no lee; que el entrenamiento para las versiones on line de algunos periódicos incluye la exigencia de repetir muchas veces una palabra –la palabra vino en una nota sobre la ruta del vino, por ejemplo– de modo que esa nota rankee bien alto en los buscadores y los anunciantes se sientan atraídos.

Muchos se preguntan si en ese reino –todo cada vez más rápido y todo cada vez más corto– el periodismo que exige ir para ver, que pide tiempo y espacio para contar, tiene sentido. Mi respuesta es que sí, siempre sí, sólo sí. Ya lo dije hace unos años: «desprecio las versiones planas del mundo –malos contra buenos, víctimas contra victimarios–, y allí donde otro periodismo golpea la mesa con un puño y dice “qué barbaridad”, el periodismo en el que creo toma el riesgo de la duda, pinta sus matices, dice no hay malo sin bueno, dice no hay bueno sin malo. Allí donde otros hablan de la terrible tragedia y del penoso hecho, el periodismo en el que creo nos susurra dos palabras, pero son dos palabras que nos hunden el corazón, que nos dejan helados y que, sobre todo, nos despiertan».

Hay una película mala llamada Meteoro. Allí, en mitad de una carrera, el auto de Meteoro, el Mark 5, se avería a metros de la meta. Entonces, en un flashback atribulado, Meteoro recuerda la frase que alguien le ha dicho alguna vez: «Meteoro: no importa si las carreras de autos cambian. Lo que importa es si vamos a permitir que nos cambien a nosotros.»

Es posible que el periodismo cambie. Que los medios cambien. Que los soportes cambien. Es posible que los periódicos desistan de ser lo que alguna vez fueron: una forma de entender el mundo. Es posible que se transformen en deliverys de morbo, que les dé lo mismo fabricar noticias que refrigeradores. Es posible que eso que llamamos periodismo cambie hasta un punto tal que ya no sea lo que fue. Pero la pregunta no es si el periodismo va a cambiar. La pregunta es si vamos a dejar que eso nos cambie a nosotros. ¿Dejarían morir, sin intentarlo todo, a alguien a quien quisieron mucho? ¿Dirían «no importa, porque yo ya tomé lo que había que tomar»? Dejar morir, o hacer alguna cosa. Mírense: lo que elijan será lo que son.

En Zona de obras, de Leila Guerriero.

Revista Sábado, El Mercurio, Chile, noviembre 2013.

 

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