¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

viernes, 11 de mayo de 2018

¿Quién sabe hoy lo que es la soledad?

Esperemos a que un espíritu, en el cual el tipo de espíritu libre deba madurar hasta la perfección, haya corrido su aventura decisiva de un cambio de frente, cuando antes no había sido sino un espíritu siervo encadenado a su rincón y a su columna. ¿Cuál es el vínculo más sólido? ¿Qué lazos es imposible romper? Para ciertos hombres de especie rara y exquisita, serán los deberes: el respeto, tal como conviene a la juventud; la timidez y el enternecimiento en presencia de todo lo que de antiguo, venerado y digno; la gratitud al suelo en que ha vivido, a la mano que la ha guiado, al santuario en que murmuró la primera plegaria; los momentos más importantes y trascendentales de su vida, son los que la encadenarán más duradera y sólidamente.


La gran transformación llega para siervos de esta especie como un terremoto: el alma joven se siente en un sólo instante conmovida, desasida, arrancada de todo lo que antes amaba; ni aun se da cuenta de lo que le pasa. Extraña investigación, desconocida fuerza impulsiva la dominan y se apoderan de ella, hasta imponérsele como una orden; se despierta el deseo, la voluntad de ir adelante, no importa adónde, a toda costa; violenta y peligrosa curiosidad de un mundo no descubierto brilla y flamea en todos sus sentidos. «Antes morir que vivir aquí» –le dice la imperiosa voz de seducción– y este «aquí», este «en nuestra casa», ¡es todo lo que amó hasta esa hora!

Miedo, desconfianza repentina de todo lo que amaba, relámpagos de desprecio por todo lo que para ella significaba «deber», deseo sedicioso, voluntarioso, irresistible como un volcán, de viajar, de alejamiento, de expatriación, de refrigerio, de salir de la embriaguez, de tornarse de hielo; odio para el amor; a veces un paso y una mirada sacrílega hacia atrás, hacia allá, hacia donde hasta entonces se había orado y amado; quizá una sensación de vergüenza por lo que se acaba de hacer, y un grito de alegría al mismo tiempo por haberlo hecho; angustia y embriaguez de placer en que se revela una victoria –¿una victoria? ¿sobre qué? ¿sobre quién?– victoria enigmática, problemática, sujeta a caución, pero que es, en fin, la primera victoria: tales son los males y los dolores que componen la historia de la gran transformación.

Al propio tiempo es una enfermedad que puede destruir al hombre esta explosión primera de fuerza y de voluntad para marcarse a sí mismo rumbos fijos, para estimarse a sí mismo esta voluntad de libre querer; ¡y qué clase de enfermedad es y a qué grados alcanza, se descubre en las pruebas y actos de bizarría salvaje con que el liberto quiere, desde lo que es, probar su dominio sobre las cosas! Por seguir adelante en todos sentidos con insaciable avidez, lo que adquiere del botín debe pagar la peligrosa excitación de su orgullo; rasga, rompe, tira lo que se granjea. Con maligna sonrisa revuelve todo lo que estaba velado o no manifiesto por alguna causa de pudor: inquiere lo que las cosas parecen cuando se las pone del revés. Es todo caprichos y goza con sus caprichos; quizá presta hoy favor a lo que ayer tenía en mal concepto y así anda vagabundo, curioso y husmeador de torno de lo prohibido. En el fondo de sus agitaciones y desbordes –pues en su camino se encuentra inquieto y sin rumbo como en desierto–, se hace a sí mismo interrogaciones de curiosidad más y más peligrosas cada vez: «¿No pueden mirarse por el reverso todas las medallas?» «¿El bien no puede ser el mal?» «¿No puede ser Dios una invención del demonio?» «Y si nosotros estamos engañados, ¿no somos también engañadores?» Tales son los pensamientos que le guían y que le extravían: va siempre más adelante, siempre más lejos. La soledad le tiene encerrado entre su círculo y comprimido entre sus anillos, siempre más amenazadora, más sofocante, más punzante, esta terrible diosa y mater saeva cupidinum... pero ¿quién sabe hoy lo que es la soledad?
 

En Humano demasiado humano, de Friedrich Nietzsche.
 

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