¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

martes, 2 de octubre de 2018

Los crímenes contra la humanidad son imprescriptibles.

El tiempo que mitiga todas las cosas, el tiempo que trabaja en el desgaste de la pena como trabaja en la erosión de las montañas, el tiempo que favorece el perdón y el olvido, el tiempo que consuela, el tiempo liquidador y cicatrizador no atenúa en nada la colosal hecatombe: al contrario, no deja de avivar su horror. El (voto del Parlamento francés) enuncia, con toda razón, un principio y, de alguna manera, una imposibilidad a priori: los crímenes contra la humanidad son imprescriptibles, es decir, no pueden ser prescritos; el tiempo no tiene ascendiente sobre ellos [...]. 


¡El perdón! ¿Pero nos han demandado alguna vez perdón? Solo la angustia y el desamparo del culpable darían un sentido y una razón de ser al perdón. Cuando el culpable está gordo, bien alimentado, cuando es próspero y está enriquecido por el «milagro económico», el perdón es una siniestra chanza. No, el perdón no está hecho para los cerdos y sus marranas. El perdón ha muerto en los campos de la muerte. Nuestro horror por lo que nuestro entendimiento, hablando con claridad, no puede concebir, asfixiaría la piedad desde su nacimiento... si el acusado pudiera hacernos sentir piedad. El acusado no puede jugar en todos los tableros a la vez: reprochar a las víctimas su resentimiento, reivindicar para sí el patriotismo y las buenas intenciones, pretender el perdón. ¡Habría que escoger! Habría, para pretender el perdón, que confesarse culpable, sin reservas ni circunstancias atenuantes [...].

¿En función de qué tienen los supervivientes autoridad para perdonar en lugar de las víctimas o en nombre de los sobrevivientes, de sus parientes, de su familia? No, no nos corresponde a nosotros perdonar por los chiquillos que las bestias se divertían en torturar. Haría falta que los chiquillos perdonasen ellos mismos. Entonces nos volvemos hacia las bestias, y hacia los amigos de esas bestias, y les decimos: pedid perdón vosotros mismos a los chiquillos.

En Lo imprescriptible. ¿Perdonar? Con honor y dignidad, de Vladimir Jankélévitch, Editions du Senil, 1986 (traducción de Irache Ganuza Fernández).

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