El
tiempo que mitiga todas las cosas, el tiempo que trabaja en el
desgaste de la pena como trabaja en la erosión de las montañas, el
tiempo que favorece el perdón y el olvido, el tiempo que consuela,
el tiempo liquidador y cicatrizador no atenúa en nada la colosal
hecatombe: al contrario, no deja de avivar su horror. El (voto del
Parlamento francés) enuncia, con toda razón, un principio y, de
alguna manera, una imposibilidad a priori: los crímenes contra la
humanidad son imprescriptibles, es decir, no pueden ser prescritos;
el tiempo no tiene ascendiente sobre ellos [...].
¡El
perdón! ¿Pero nos han demandado alguna vez perdón? Solo la
angustia y el desamparo del culpable darían un sentido y una razón
de ser al perdón. Cuando el culpable está gordo, bien alimentado,
cuando es próspero y está enriquecido por el «milagro económico»,
el perdón es una siniestra chanza. No, el perdón no está hecho
para los cerdos y sus marranas. El perdón ha muerto en los campos de
la muerte. Nuestro horror por lo que nuestro entendimiento, hablando
con claridad, no puede concebir, asfixiaría la piedad desde su
nacimiento... si el acusado pudiera hacernos sentir piedad. El
acusado no puede jugar en todos los tableros a la vez: reprochar a
las víctimas su resentimiento, reivindicar para sí el patriotismo y
las buenas intenciones, pretender el perdón. ¡Habría que escoger!
Habría, para pretender el perdón, que confesarse culpable, sin
reservas ni circunstancias atenuantes [...].
¿En
función de qué tienen los supervivientes autoridad para perdonar en
lugar de las víctimas o en nombre de los sobrevivientes, de sus
parientes, de su familia? No, no nos corresponde a nosotros perdonar
por los chiquillos que las bestias se divertían en torturar. Haría
falta que los chiquillos perdonasen ellos mismos. Entonces nos
volvemos hacia las bestias, y hacia los amigos de esas bestias, y les
decimos: pedid perdón vosotros mismos a los chiquillos.
En
Lo imprescriptible. ¿Perdonar? Con honor y dignidad, de
Vladimir Jankélévitch, Editions du Senil, 1986 (traducción de
Irache Ganuza Fernández).
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