Las
experiencias en Hungría, Polonia, Austria y otros lugares dejan en
claro el carácter antidemocrático de los nuevos partidos
extremistas de derecha de Europa que, una vez en el gobierno, se
infiltran en el aparato estatal para ocupar posiciones ante la
eventualidad de que pierdan el poder. ¿Es posible, entonces, hablar,
en un sentido científico, de un peligro fascista en Europa?
Durante
el año pasado, la tendencia extremista de derecha moderna en Europa
se ha propagado de manera viral. No estamos hablando de grupos
marginales violentos y militantes, sino de partidos que han
encontrado su camino hacia las cúpulas de los estados de todo el
continente. ¿Deberíamos usar el término “fascismo” para
etiquetar a estos partidos, conscientes de las fuertes asociaciones
históricas que este término evoca?
También
podríamos preguntarnos, desde el punto de vista de las tácticas, si
tiene sentido enfatizar y dar prominencia a la continuidad
objetivamente existente entre los actuales partidos extremistas de
derecha y el fascismo histórico. ¿Hay alguna diferencia entre la
extrema derecha histórica en Europa y lo que la corriente principal
de la ciencia política hoy llama “populismo de derecha”?
En
el pasado, teóricos críticos como Hannah Arendt y Karl Polanyi
estuvieron de acuerdo con la izquierda comunista en el sentido de que
el fascismo era la respuesta política de una parte de la clase
burguesa a la crisis de la democracia liberal. Así, Walter Benjamin
escribió en 1936: “El fascismo intenta organizar a las masas
proletarias recién creadas sin afectar la estructura de la
propiedad... El fascismo ve su salvación al dar a estas masas no el
derecho, sino la posibilidad de expresarse”.
Aunque
no podemos combatir con eficacia al radicalismo moderno de derecha
con los eslóganes, el lenguaje y los símbolos del período de
entreguerras, de hecho la llegada al poder de los partidos de derecha
radicales, neofascistas, populistas o de otro tipo sólo puede
entenderse en el contexto de las relaciones de dominación y de
propiedad capitalistas.
En
este sentido me gustaría presentar para discusión las siguientes
cinco tesis:
1.
Los partidos de extrema derecha quieren establecer un Estado
autoritario. Por eso, conviene hablar de neofascismo.
2.
En varios países, el neofascismo se ha introducido en el corazón de
las sociedades, mientras que en otros ha cambiado a la derecha la
agenda de los partidos tradicionalmente conservadores.
3.
La crisis ha producido un caldo de cultivo para esto. Pero sólo su
interpretación dentro del marco de los patrones de significado
proporcionados por el neoliberalismo hace que poblaciones enteras
sean vulnerables al neofascismo.
4.
El surgimiento del neofascismo es un fenómeno europeo que se expresa
en formaciones de partidos transnacionales dentro y fuera del
Parlamento Europeo.
5.
La paradoja de una “internacional” nacionalista se resuelve en el
sentido de que los nacionalismos en conflicto de los partidos de
derecha moderados y radicales han encontrado un punto de fuga común
en su oposición a la Unión Europea (UE).
Los
partidos extremistas de derecha y el Estado.
Siete
semanas después de las elecciones que llevaron a una mayoría
absoluta para el partido Ley y Justicia (PiS) en el Parlamento
polaco, el periódico Die
Zeit
publicó un artículo titulado “Cómo está surgiendo un nuevo
Estado”, en el que decía que “paso a paso, el nuevo gobierno
está reconstruyendo Polonia en un Estado nacionalista de derecha”.
Desde
entonces, el gobierno del PiS ha hecho todo lo posible para cumplir
con esas expectativas, tratando de controlar las posiciones de poder
decisivas en el Estado; por ejemplo, su esfuerzo por tomar el control
del Tribunal Supremo hizo que la Comisión Europea iniciara un
procedimiento contra Polonia el año pasado. Al mismo tiempo, el
gobierno está reforzando su control sobre los medios de
comunicación, incluidos las medidas de censura y los despidos por
motivos políticos.
Ha
sucedido algo similar en Hungría, donde el partido Fidesz (Unión
Cívica Húngara) promulgó la “Ley Básica” en 2012. La norma
comienza con un reconocimiento nacional de la naturaleza
étnico-cultural de Hungría. Define así el marco de la legislación
y la administración, por ejemplo, distinguiendo a los derechos
humanos en general de los derechos cívicos, que siguen siendo el
privilegio de los húngaros dentro y fuera de las fronteras del país.
En
Austria, el Partido de la Libertad (FPÖ), un partido nacionalista
que no es fiel a su país, sino a una Gran Alemania unificada, ahora
está a cargo de la Policía, el Ejército y los servicios secretos.
Como parte de su determinación de crear un “estado profundo”
bajo su control, el FPÖ está extendiendo sus poderes por medio de
una gran cantidad de instituciones estatales, desde el instituto
nacional de estadísticas hasta el servicio público de
radiodifusión.
En
todos estos casos, no hay razón para suponer la inocencia.
Dondequiera que los partidos radicales de derecha entran en el
gobierno, actúan de acuerdo con un principio directo: no toleran más
democracia que la necesaria y aplican el mayor autoritarismo posible.
Al
hacerlo, actúan como partidos de las elites capitalistas. Sacarlos
del poder requiere movilizar a las mayorías en nuestras sociedades
en defensa de la democracia. Para hacerlo, es importante ver quiénes
son los votantes de los partidos neofascistas.
La
ciencia política dominante responde a esta pregunta refiriéndose a
la alta votación que han tenido los partidos neofascistas entre la
clase obrera. El elector típico se presenta como hombre, blanco, con
bajos ingresos y nivel de educación, ubicado predominantemente en
regiones industriales en declive y fuera de conglomerados urbanos.
Esta
explicación lleva a considerar al neofascismo un fenómeno que se
extiende sólo en las clases más bajas, lo que conduce directamente
a la llamada “tesis del populismo”, según la cual los populistas
están dividiendo a la población en “elites corruptas” y “gente
buena y limpia”.
Pero
los populistas se dirigen a la gente de una manera especial, es
decir, a través del prejuicio reaccionario, o, como Theodor Adorno
ha demostrado en su estudio sobre el carácter autoritario, a través
del “resentimiento antidemocrático”, que no es contrario a la
cosmovisión neoliberal, sino que forma parte inherente de ella.
La
división discursiva en la política entre la derecha y la izquierda
sigue siendo importante. Esto se puede ilustrar con los datos de la
primera votación de las elecciones presidenciales francesas de 2017,
cuando los votos de los obreros y de los trabajadores de cuello
blanco se polarizaron entre la líder de extrema derecha Marine Le
Pen (39% y 30%, respectivamente) y el izquierdista Jean-Luc Mélenchon
(24% y 25%). Contrariamente a la tesis principal de la ciencia
política de que el populismo evita ser categorizado como de
izquierda o de derecha, 70% de los votantes de Mélenchon se
identificaron como “de izquierda”, mientras que 63% de los
votantes de Le Pen se calificaron de “derecha” en las encuestas
poselectorales. Esto se confirma por los motivos expresados por los
entrevistados para emitir su voto: la seguridad social, la asistencia
sanitaria y el aumento del poder de compra en la izquierda, y la
lucha contra el terrorismo, la delincuencia y la criminalidad en la
derecha.
Un
fenómeno paneuropeo.
Ya
no es posible analizar la propagación del clima de extrema derecha
en diferentes países como fenómenos paralelos pero independientes.
El ascenso de la extrema derecha es un fenómeno paneuropeo. De 1999
a 2014, la proporción de escaños de los partidos de extrema derecha
y neofascistas en el Parlamento Europeo se duplicó con creces, de
11% a 23%.
Esto
muestra claramente que el tipo de nacionalismo encarnado por los
extremistas de derecha y los neofascistas se ha convertido en un
concepto alternativo y reaccionario, no sólo en lo que respecta a la
reestructuración de los estados individuales, sino en relación con
Europa en su conjunto.
En
el actual Parlamento Europeo, la extrema derecha se divide en tres
fracciones. De estos, la fuerza unificadora más dinámica es la
Europa de las Naciones y la Libertad (ENF), que abarca la Agrupación
Nacional (Francia), el Partido de la Libertad (Austria), la Liga del
Norte (Italia), el Congreso de la Nueva Derecha (Polonia), Libertad y
Democracia Directa (República Checa), el Partido por la Libertad
(Países Bajos) y Vlaams Belang (Bélgica).
La
carta de ENF es sorprendentemente franca y precisa respecto de sus
objetivos: “Los partidos y los eurodiputados individuales del grupo
ENF basan su alianza política en la soberanía de los estados [...]
La oposición a cualquier transferencia de soberanía nacional a
organismos supranacionales y/o instituciones europeas es uno de los
principios fundamentales que unen a los miembros de la ENF [...]
Basan su alianza política en la preservación de la identidad de los
ciudadanos y las naciones de Europa [...] El derecho a controlar y
regular la inmigración es, por lo tanto, un principio fundamental
compartido por los miembros del grupo ENF”.
El
rechazo a la UE en nombre de la “soberanía nacional” y del
“control de inmigración” es la posición común de todos estos
partidos extremistas de derecha.
Sería
fatal que la izquierda se uniera al juego del nacionalismo,
precisamente porque la integración europea se encuentra en una
crisis. Un colapso de la integración europea, bastante creíble hoy,
sería positivo sólo si pensáramos que vendría algo mejor, si
supusiéramos que los grandes problemas que enfrentan nuestras
sociedades, como los mercados financieros globalizados, la migración,
el desarrollo, el cambio climático o la seguridad, podrían
resolverse de una mejor manera dentro de una Europa con 28, 35 o 50
monedas nacionales, estados nacionales y regímenes fronterizos. Si
ese no es el caso, la necesidad lógica es defender la integración
europea pacífica contra el nacionalismo.
Al
mismo tiempo, no es menos importante reconocer que la aceptación
acrítica del statu
quo
no puede tener éxito, y que es necesario luchar por una reforma
social, ecológica y democrática radical de la UE y sus políticas.
Para
volver a la pregunta de si es posible hablar, en un sentido
científico, de un peligro fascista en Europa hoy, mi respuesta es
ambivalente. No hace mucho, un amigo me escribió: “La luz que
podemos ver en el túnel sólo proviene de la entrada a nuestras
espaldas. Puede desaparecer con la siguiente curva. ¡Tenemos que
estar alertas!”.
En
La Diaria, 17
de julio de 2019. Escribe: Walter
Baier
en "Posturas".
Traducción:
Natalia Uval.
Esta
columna se publicó originalmente en la revista británica
Red
Pepper.
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