¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

miércoles, 27 de septiembre de 2017

El problema del otro o los “regímenes de alteridad”.

En dos de sus primeros escritos, Pyrrhus et Cinéas (1944) y La sangre de los otros (1945), Simone de Beauvoir cita la misma frase de Dostoievski: “Cada hombre es responsable de todo, ante todos” (94 y 7 respectivamente). En el primer escrito, cuyo carácter podríamos definir como filosófico, dicha cita aparece en las últimas líneas del capítulo “El sacrificio”, lugar donde Beauvoir precisa el sentido de la subjetividad como movimiento o trascendencia hacia el otro y, a partir de ello, reflexiona en torno a la responsabilidad o, más bien (deberíamos decir), a mi responsabilidad frente al otro. En La sangre de los otros, esta vez una novela, las palabras de Dostoievski abren, a modo de fugaz pero intenso preludio, el capítulo primero, donde se exponen las reflexiones y contradicciones de un joven burgués, su incipiente compromiso y su experiencia ante la muerte de los otros.

Hemos querido explicitar este gesto de Beauvoir –citar dos veces las mismas palabras de Dostoievski–, porque es sobre todo una “repetición” que señala la insistencia de un pensamiento que ya de entrada se interesa por la problemática de la alteridad y la responsabilidad.


La perspectiva desde la cual Beauvoir aborda esta problemática es, como ella misma ha expuesto en diversos textos, la de la filosofía o moral existencialista elaborada principalmente por Jean-Paul Sartre, pero a la que ella contribuye de manera fundamental. Uno de los problemas principales y más cuestionados al existencialismo sartreano fue, precisamente, el problema del otro. En su conferencia El existencialismo es un humanismo, dictada posteriormente a la publicación de El ser y la nada, Sartre da cuenta de las críticas realizadas por el tratamiento que él reservó a dicha cuestión cuando escribe:

Los unos y los otros nos reprochan haber faltado a la solidaridad humana, considerar que el hombre está aislado, en gran parte, además, porque partimos –dicen los comunistas– de la subjetividad pura, es decir del yo pienso cartesiano, y más aún del momento en que el hombre se capta en su soledad, lo que, en consecuencia, nos haría incapaces de volver a la solidaridad con los hombres que están fuera del yo, y que no puedo captar en el cogito (22).

Estas críticas son, asimismo, recogidas por Beauvoir, y a ellas responde en Para una moral de la ambigüedad planteando que el existencialismo no es un solipsismo, pues “si es verdad que todo proyecto emana de una subjetividad, también es cierto que ese movimiento asienta, a través de sí mismo, un sobrepasamiento de la subjetividad. El hombre sólo puede hallar en la existencia de los otros hombres una justificación de su propia existencia” (70).


Debido a ello, Michel Kail ha sostenido que habría una influencia decisiva de Beauvoir sobre Sartre, sobre todo en el tratamiento de la problemática de la alteridad, proponiendo hablar entonces de una “filosofía beauvoiriana-sartreana” (195). Kail considera dos de las principales obras de Sartre, El ser y la nada y la Crítica de la razón dialéctica, y desde ellas analiza lo que llama “la evolución del pensamiento sartreano” en relación con el problema del otro. En El ser y la nada, Sartre haría alusión al otro solo de manera secundaria, en la medida en que es tratado desde la perspectiva del ser-para-sí; es decir, en esta primera obra de Sartre, el análisis otorgaría a la subjetividad un lugar predominante y solo posteriormente abordaría la figura del otro y su relación con dicha subjetividad. Sobre este último punto, Kail precisa que la aparición del otro se da luego de que Sartre realiza su análisis sobre la mala fe, advirtiendo con ello un cierto “trazo negativo” en el vínculo entre conciencia y alteridad:

[Luego de las dos primeras partes de El ser y la nada, Sartre] abre entonces una tercera parte bajo el título general de ‘El Para-Otro’. (…) [S]e tiene la sensación, en esta tercera parte, de leer una obra de Descartes, describiendo un sujeto preocupado de él mismo y de su relación con la trascendencia divina, y descubriendo muy tarde y como a disgusto que el otro existe. Del mismo modo, en Sartre, el otro no hace su entrada en escena más que en esta tercera parte, después de haber convocado el análisis de la mala fe (…). Añadamos que en esta discreta evocación, el Otro no toma ninguna importancia más que bajo el trazo negativo de la limitación que impone, de hecho, a mi libertad. Por lo tanto, en la parte central de la primera gran obra filosófica sartreana, consagrada al ser-para-sí, el Otro brilla por su ausencia (188).

Según Kail, a diferencia de los planteamientos sartreanos expuestos en El ser y la nada, Beauvoir integraría inmediatamente el problema del otro en sus análisis en torno a la subjetividad, perspectiva que es considerada como una influencia de Beauvoir en los desarrollos que luego Sartre realiza en la Crítica de la razón dialéctica. Kail enfatiza especialmente en que en El ser y la nada la subjetividad o, más bien, la conciencia, está encerrada en una relación dual con el otro, dualidad que en la Crítica de la razón dialéctica es reemplazada por la idea de una “trinidad”, esto es, una relación ternaria, donde “el ‘tercero’ se vuelve entonces la clave de la intersubjetividad” (189) en tanto el nosotros es posible a través de él. En este giro, la realidad colectiva –más precisamente, el “grupo”– se torna el centro de la relación humana. Este último planteamiento constituiría el aporte beauvoiriano al pensamiento de Sartre, en la medida en que ya en las primeras obras de Beauvoir el tratamiento de la alteridad está atento a la condición plural de los hombres. Por ello, Kail propone que la expresión “moral existencialista” debe entenderse en Beauvoir en el sentido preciso de “política existencialista”, pues ella “describe el movimiento de la trascendencia, o de la libertad humana, como un perpetuo avance hacia otras libertades. La relación con el mundo es relación con libertades. O, si aceptamos seguir las enseñanzas de Arendt, es la condición plural de los hombres y su consecuencia, el actuar, que vuelve posible la política” (192).

Ya en Pyrrhus et Cinéas, Beauvoir realiza una precisión que nos parece determinante en relación con la propuesta de Michel Kail: “No es con una libertad que debo tratar, sino con libertades” (105). Esta condición plural de los hombres no constituye, por cierto, una mera suma de individuos, cuyas relaciones con la subjetividad sean posteriores o secundarias con respecto a ella; por el contrario, es ante todo la condición para que la propia libertad se realice: “He aquí mi situación frente a otro: los hombres son libres, y yo estoy lanzado en el mundo entre esas libertades extrañas. Tengo necesidad de ellas, pues una vez que he superado mis propios fines, mis actos se volverían sobre sí mismos, inertes, inútiles, si no fueran impulsados por nuevos proyectos hacia un nuevo porvenir” (Para qué 115).



De allí, entonces, que Beauvoir afirme que la situación son los otros: “El hombre no está jamás en situación, sino frente a otros hombres” (Para qué 46). En este sentido, atiende a la pluralidad de la condición humana y, a la vez, a la situación singular de habérselas con otras libertades, separadas, opuestas y plurales. Así, situación y condición implican la singularidad y, al mismo tiempo, la realidad colectiva, como si ambas no fueran excluyentes, sino necesarias para la realización de la libertad: de la propia libertad y de la de los otros. Geneviève Fraisse escribe: “Si se relaciona una situación individual con una condición global allí se encuentra, dirán Sartre, Beauvoir y muchos otros, el campo de la libertad” (101).

La alteridad en Simone de Beauvoir es ante todo un problema moral y, si seguimos el planteamiento de Kail, político. Esto último se hará evidente con mayor fuerza en una de sus obras fundamentales, El segundo sexo, donde se introduce el problema del otro bajo un prisma significativo para su tratamiento: si en sus primeras obras el problema del otro –o, más bien, la condición plural de los hombres– es considerada como necesaria para todo análisis de la subjetividad, esta vez el problema de la alteridad pondrá en escena la condición universal de las mujeres. Las observaciones que El segundo sexo pone en obra respecto de la cuestión del otro implican, entonces, distinciones fundamentales, en la medida en que, a partir de la consideración de la pluralidad de los hombres (de los otros), Beauvoir analizará la “condición femenina” tratada desde la categoría de alteridad: la mujer ha sido representada como el otro del sujeto (masculino). En este sentido, la noción de alteridad no designaría “el otro sujeto” del sujeto, sino más bien el lugar “secundario” asignado a la mujer: al representarse la mujer o lo femenino como Otro, el hombre detenta la supremacía de un sujeto soberano, mientras la mujer tomaría el lugar del objeto. Precisamente por estas precisiones, matices o distinciones del pensamiento beauvoiriano en torno a la problemática de la alteridad, Michel Kail propone hablar de “regímenes de alteridad”, como si el problema del otro, la alteridad en Beauvoir, no fuese una y la misma, como si el otro fuera también el otro del otro: el tercero, la otra.

En Simone de Beauvoir en sus desvelos.
(Extraído del Capítulo V, La alteridad - “Mis lágrimas deciden” sobre alteridad/es en Simone de Beauvoir, de Verónica González).

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