En
tiempos de crisis parece que la figura del zombi sigue encontrando
espacio en nuestro imaginario colectivo. Películas, series de
televisión, videojuegos, cómics, novelas, apps para teléfonos
celulares, flash-mobs, desfiles, ferias, fiestas y demás ocurrencias
acerca de los muertos vivientes pueblan los proliferantes mercados de
lo lúdico. Sin duda, en el campo de la comunicación permanece la
incógnita de la hipertrofia zombi encarnada en productos de tanto
éxito como The Walking Dead (Frank Darabont, 2010), la saga
de Resident Evil, de la cual está prevista su quinta entrega
el año que viene, o películas tan interesantes y recientes como 28
días después (Danny Boyle, 2002), Zombis party (Edgar
Wright, 2004), La tierra de los muertos vivientes (George A.
Romero, 2005), Fido (Andrew Currie, 2006), Planet Terror
(Robert Rodríguez, 2007), 28 semanas después (Juan Carlos
Fresnadillo, 2007) o Zombieland (Ruben Fleischer, 2009).
En
este sentido, parece que el hombre actual usa su tiempo libre para
exorcizar su miedo a la alienación consumiendo productos
relacionados con estos monstruos. Ése es su modo de afrontar el
propio pavor a que alguien (¿el anónimo poder?) devore su cerebro.
Hay algo en nuestra modernidad ya madura que resuena siquiera
inconscientemente en los redaños de nuestra cultura festiva.
Emmanuel Levinas lo verbaliza claramente en su Totalidad e
infinito (1961), convirtiéndose en profeta de nuestras derivas
sociológico-culturales: “La alimentación, como medio de
revigorización, es la transmutación de lo Otro en Mismo, que está
en la esencia del gozo” (Levinas, 1997: 130).
Lo
dice el autor de la obra que nos ocupa del siguiente modo:
el
zombi no reconoce esa desmesura del otro, o más concretamente, no
conoce la otredad, y reduce a una equivalencia apetecible todo lo que
sale a su paso. No es más que comida, piensa el zombi, por lo que su
mirada no distingue, no recula ante la morfología del rostro humano.
Es incapaz de leer el placer o el terror de su víctima (Fernández
Gonzalo, 2011: 85).
Por
todo esto, ante Filosofía Zombi, (…) uno lo
primero que hace es pensar en la eterna reflexividad de la lechuza de
Minerva. Si la filosofía es el arte del pensar y en Occidente ésta
se ha convertido en un hábito estrictamente nihilista y dominador,
tal y como ha denunciado Heidegger en su análisis de la filosofía
occidental, poniéndolo en función de la técnica, podríamos decir
que la metástasis del “pienso luego existo” cartesiano ha
devenido en “como luego subsisto”. El zombi sería pues el
icono perfecto de este, nuestro insistente hábito cultural de
considerar no sólo la realidad sino al vecino, al compañero, al
amigo, al amante o a los familiares, esto es, al otro, como mero
combustible al servicio de nuestro egoísta disfrute.
Así
lo dice el autor:
en
esa reducción que la economía de mercado hace de todos y cada uno
de nosotros como consumidores no estamos muy lejos de esos otros
consumidores por antonomasia que son los no-muertos (Fernández
Gonzalo, 2011: 53).
En
este sentido, la insistencia contumaz de nuestra cultura en esa carne
apaleada y apelmazada de los caminantes o merodeadores no es en
absoluto gratuita, sino que sería justificada por la más minuciosa
inspección del estado de las cosas. Este libro intenta dar fe de
ello desde una prosa nietzscheana, ágil, un tanto circular pero
bella, que confiesa una y otra vez, esta impedimenta reflexiva que no
es la de los demás sino la propia, llevando esto hasta el máximo
paroxismo en su afirmación final, según la cual nuestra sociedad,
la industria del libro, el lector e incluso el mismo autor que ha
escrito estas páginas son productos esencialmente zombis. Acaba
literalmente afirmando:
No
existe el autor, autor de carne y hueso (y vísceras), sino su
simulacro zombi, adherido a los designios de la moda. Su legitimidad
como artífice del producto estaría ahora por los suelos: el libro
es de todos, o cuando menos estéticamente pertenece al lector, y
aunque el creador escriba la obra y cobre por ello, su posición
dentro de ésta ha perdido relevancia, una relevancia que no es otra
cosa que una función social y legislativa (a alguien tiene que
culpar el poder si el libro mete la pata). Entonces, la literatura ya
no es el conjunto de obras, sino los mecanismos que participan de su
producción, del mismo modo que la economía no es un lote de
mercancía sino toda una serie de prácticas relacionadas con el
intercambio, la plusvalía y el consumo. De hecho, estas páginas
fueron escritas por un zombi entre otros (Fernández Gonzalo, 2011:
204).
(…)
Pese a todo, entre la sonámbula pirotecnia expresiva y el embrujo
del barroquismo obsesionado por el eterno retorno de lo mismo,
aparecen las diferencias, las fallas, las líneas de fuerza que
protagonizan este paseo intelectual por ese plano de inmanencia
hojaldrado (zombi) del que hablaban Deleuze y Guattari, en su ¿Qué
es la filosofía? Este ligero ensayo toma prestados a los muertos
vivientes que nos invaden por diferentes y los usa como boomerangs
post-estructuralistas, asimilando su mensaje al de la famosa y
controvertida frase de Las palabras y las cosas (1968) según
la cual “el hombre es un invento reciente” (Foucault,
1997: 9). Como el mismo Fernández Gonzalo afirma: “en la
construcción del hombre en tanto que ser moral había intereses de
orden político y socioeconómico, lo que obliga, bien mirado, a
revisar los conceptos y discursos que teníamos por herencia cuando
ya todo ha llegado a su máximo desgaste” (Fernández Gonzalo,
2011: 102). La muerte del hombre supone, pues, el advenimiento del
zombi, que no es más que “un problema de escritura (...) con el
que infectar cualquiera de los signos que componen nuestros códigos
culturales y, desde ahí, volver a pensarlos nuevamente”
(Fernández Gonzalo, 2011: 197).
Se
trata, pues, más de una pista de despegue de pensamientos que de un
punto de llegada, más de un kit de sugerencias que de un estudio
taxonómico de este fenómeno mítico. La metáfora zombi muestra en
estas páginas sus infinitas líneas de conexión con el problema del
hombre en la actualidad. Las fronteras que nuestra tradición
logo-céntrica había establecido en torno a ese ente especial
llamado hombre han sido pulverizadas por una plaga que la misma
metafísica desarrollada durante la modernidad occidental llevaba
dentro de sí. ¿Cuál es ahora la diferencia entre el hombre y el
animal, o entre el humano y el cyborg? (...)
Reseña
de Filosofía Zombi, de Jorge Fernández Gonzalo, por Jorge
Martínez Lucena.
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