La
despersonalización como la destitución de lo individual inútil, la
pérdida de todo lo que se puede perder y, aun así, ser. Poco a poco
extirpar de uno, con un esfuerzo tan atento que no se siente el
dolor, extirpar de uno, como quien se libra de la propia piel, las
características. Todo lo que me caracteriza es solamente el modo
como soy más fácilmente visible a los demás y como termino siendo
superficialmente reconocible por mí. Así como existió el momento
en que vi que la cucaracha es la cucaracha de todas las cucarachas,
así quiero encontrar en mí misma la mujer de todas las mujeres.
La
despersonalización con la gran objetivación de uno mismo. La mayor
exteriorización a que se llega. Quien se percibe por la
despersonalización reconocerá al otro bajo cualquier disfraz: el
primer paso en relación con el otro es hallar en uno mismo al hombre
de todos los hombres. Toda mujer es la mujer de todas las mujeres,
todo hombre es el hombre de todos los hombres, y cada uno de ellos
podría presentarse dondequiera que se juzgue al hombre. Pero
solamente en inmanencia, porque solo algunos llegan al punto de
reconocerse en nosotros. Y entonces, por la simple presencia de su
existencia, revelar la nuestra. Aquello de que se vive —y por no
tener nombre solo el mutismo lo enuncia— es a lo que me aproximo a
través de la gran magnanimidad de dejar de ser yo. No porque
entonces encuentre el nombre y vuelva concreto lo impalpable, sino
porque designo lo impalpable como impalpable, y entonces el soplo se
vuelve más intenso, como en la llama de una vela.
La
gradual desheroización de uno mismo es el verdadero trabajo que se
hace bajo el trabajo aparente, la vida es una misión secreta. Tan
secreta es la verdadera vida, que ni a mí, que muero por ella, me
puede ser confiada la contraseña, muero sin saber de qué. Y el
secreto es tal, que solamente si la misión llega a cumplirse,
entonces, en un santiamén, comprenderé que he nacido con esta
misión; toda vida es una misión secreta.
La
desheroización de mí misma está minando subterráneamente mi
edificio, cumpliéndose sin yo saberlo como una vocación ignorada.
Hasta que por fin me sea revelado que la vida en mí no tiene mi
nombre. Y tampoco yo tengo nombre, y este es mi nombre. Y porque me
despersonalizo hasta el punto de no tener nombre, respondo cada vez
que alguien dice: yo.
La
desheroización es el gran fracaso de una vida. No todos llegan a
fracasar, porque es demasiado trabajoso, es preciso subir antes
penosamente hasta llegar por fin a la altura desde la que se puede
caer; solo puedo alcanzar la despersonalidad del mutismo si antes he
construido toda una voz. Mis civilizaciones eran necesarias para que
yo subiese hasta el punto de tener de dónde descender.
Es
precisamente a través del fracaso de la voz como por vez primera se
va a oír el propio mutismo y el de los demás y el de las cosas, y
se acepta como el lenguaje posible. Solo entonces mi naturaleza se
acepta, se acepta como su suplicio asombrado, donde el dolor no es
algo que nos ocurre, sino lo que somos. Y se acepta nuestra condición
como la única posible, ya que ella es lo que existe, y no otra. Y ya
que vivirla es nuestra pasión. La condición humana es la pasión de
Cristo.
Ah,
mas para llegar al mutismo, qué gran esfuerzo de la voz. Mi voz es
el modo en que busco la realidad; la realidad, antes de mi lenguaje,
existe como un pensamiento que no se piensa, mas por fatalidad me he
visto y me veo empujada a precisar saber lo que piensa el
pensamiento. La realidad antecede a la voz que la busca, pero como la
tierra antecede al árbol, pero como el mundo antecede al hombre,
como el mar antecede a la visión del mar, la vida antecede al amor,
la materia del cuerpo antecede al cuerpo, y a su vez, el lenguaje
habrá precedido un día a la posesión del silencio. Poseo a medida
que designo; y este es el esplendor de tener un lenguaje. Pero poseo
mucho más en la medida que no consigo designar. La realidad es la
materia prima, el lenguaje es el modo como voy a buscarla, y como no
la encuentro. Pero del buscar y no del hallar nace lo que yo no
conocía, y que instantáneamente reconozco. El lenguaje es mi
esfuerzo humano. Por destino tengo que ir a buscar y por destino
regreso con las manos vacías. Mas regreso con lo indecible. Lo
indecible me será dado solamente a través del lenguaje. Solo cuando
falla la construcción, obtengo lo que ella no logró.
En
La pasión de G. H., de Clarice Lispector.
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