¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

miércoles, 13 de junio de 2018

Amistad.

En la cúspide de las virtudes, instalo la menos expuesta a lo fútil y la más alejada de las fragilidades debidas a los caprichos: la amistad soberana, viril y afirmativa. Mientras que el amor sufre con el paso del tiempo y se divide en presencia de placeres que le son exteriores, la amistad se solidifica, se afina y se determina, como única barrera posible contra la entropía. En su origen se encuentra la elección que, empero, no es efectuada al azar, a la ligera. El conocimiento tiene relación con una extraña forma de reconocimiento, sorprendente sensación de encontrar completud a una carencia que se experimenta desde hace tiempo, pero se vive en forma serena por tener la certeza de que un día se producirá el encuentro amistoso. Ese deseo no atenaza tanto como el deseo amoroso, no es tan devastador.

Elegir un amigo es en cierto modo ser ya elegido por él, desde las primeras complicidades que se muestran como una autorización para un compromiso en esa dirección. Y luego viene la legitimación de ese trayecto hacia el otro. Por ser electiva, la amistad es también aristocrática y asocial. En la relación con el mundo, provee una fuerza que aisla del resto de la humanidad. Gracias a ella adviene la singularidad de cada persona, porque permite, en la escultura de uno mismo, recurrir al otro como si fuera un espejo al que se puede interrogar sin riesgo de obtener un reflejo poco fiel. Refuerza la intimidad, en contra de las obligaciones sociales y mundanas. Cuando se la experimenta, puede verse hasta qué punto no resiste ante ella lo que constituye habitualmente el juego social y la seriedad del mundo. La complicidad que genera es un multiplicador de fuerza. Inscribe su soberbia por encima de todas las obligaciones que no derivan de ella. Como tal, es la virtud sublime por excelencia. Porque no pueden haber normas que la sobrepasen, o leyes que la contengan.


El proyecto del amigo es la contribución a la elaboración de uno mismo y del otro en la forma consumada de una bella individualidad, de una singularidad completa. Sólo en la relación de amistad el solipsismo queda atrás, casi olvidado. También en este caso, es lo contrario de la relación amorosa, que agrava la incomunicabilidad entre los seres. La etimología señala que el amigo se define por la privación de sí mismo en beneficio del otro, entendido como ese fragmento de nosotros mismos que ahora nos falta. La amistad secciona al amor propio para instalar en la hendidura las primeras fuerzas que, al cristalizarse, formarán el rizoma esencial. Y nunca más la soledad será como antes. En sus arrebatos más ardientes, más destructores, la sensación de estar solo desaparece para dar lugar a una suavidad casi permanente, y una bondad siempre disponible, lo que no excluye ni la severidad ni el rigor, todo lo contrario.

Por constituir una contradicción flagrante al principio democrático e igualitario, disgustó profundamente a la Revolución Francesa, que pretendió codificarla. La mejor manera de aniquilar una fuerza temible por sus efectos asociales, es asignarle una existencia social. Saint-Just fue el artifice de esa empresa reductora. ¿Debemos reír o temblar al leer el proyecto del arcángel revolucionario? No sé. Yo me inclino más bien por temblar. Primero, la república según la moda Saint-Just, rechaza a cualquiera que declare no creer en la amistad. Después, se instituye una fiesta consagrada a esa virtud, el primer día de Ventoso. Todos veneran a la divinidad. En esa oportunidad, es decir, una vez por año, todos deben declarar pública y solemnemente, la identidad y el nombre de sus amigos. Además, si tiene lugar una ruptura entre dos amigos, el mismo principio obliga a informar de ello a las autoridades y al público, y explicar los motivos. En caso de que uno de los dos amigos cometa un crimen, su alter ego será desterrado. Cuando uno de los dos muere, el que sobrevive encabezará el cortejo, por supuesto, y deberá cavar con sus propias manos la tumba donde sepultarán al difunto. Al morir él a su vez, se volverá a abrir la tumba para que ambos amigos descansen juntos en paz, por toda la eternidad. ¡Debe de ser muy temible ese poder para que se le impongan esta clase de formalidades con las que se supone que puede desarrollarse mejor!

Podemos suponer que los partidarios de una sociedad transparente temían a la amistad por la opacidad que genera entre ambos seres y el resto de la sociedad. Porque entre ellos se solidifica una micro-sociedad en la que todo es común: destinos, pasiones, proyectos, pasado, temores, dolores, penas, alegrías. Y todo organismo independiente de un leviatán social parece alimentarse de él, como un parásito, fagocitando la bella unidad social. Porque la verdadera amistad está por encima de la leyes, del derecho, de las instancias sociales llamadas Familia o Patria, Estado o Nación. Se es amigo antes de ser ciudadano, y a veces a pesar de o contra la condición de ciudadano. De ahí su función absolutamente atomizadora y su carácter asocial.

 En La construcción de uno mismo. La moral estética, de Michel Onfray.

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