En
la cúspide de las virtudes, instalo la menos expuesta a lo fútil y
la más alejada de las fragilidades debidas a los caprichos: la
amistad soberana, viril y afirmativa. Mientras que el amor
sufre con el paso del tiempo y se divide en presencia de placeres que
le son exteriores, la amistad se solidifica, se afina y se determina,
como única barrera posible contra la entropía. En su origen se
encuentra la elección que, empero, no es efectuada al azar, a la
ligera. El conocimiento tiene relación con una extraña forma de
reconocimiento, sorprendente sensación de encontrar completud
a una carencia que se experimenta desde hace tiempo, pero se vive en
forma serena por tener la certeza de que un día se producirá el
encuentro amistoso. Ese deseo no atenaza tanto como el deseo amoroso,
no es tan devastador.
Elegir
un amigo es en cierto modo ser ya elegido por él, desde las primeras
complicidades que se muestran como una autorización para un
compromiso en esa dirección. Y luego viene la legitimación de ese
trayecto hacia el otro. Por ser electiva, la amistad es también
aristocrática y asocial. En la relación con el mundo, provee una
fuerza que aisla del resto de la humanidad. Gracias a ella adviene la
singularidad de cada persona, porque permite, en la escultura de uno
mismo, recurrir al otro como si fuera un espejo al que se puede
interrogar sin riesgo de obtener un reflejo poco fiel. Refuerza la
intimidad, en contra de las obligaciones sociales y mundanas. Cuando
se la experimenta, puede verse hasta qué punto no resiste ante ella
lo que constituye habitualmente el juego social y la seriedad del
mundo. La complicidad que genera es un multiplicador de fuerza.
Inscribe su soberbia por encima de todas las obligaciones que no
derivan de ella. Como tal, es la virtud sublime por excelencia.
Porque no pueden haber normas que la sobrepasen, o leyes que la
contengan.
El
proyecto del amigo es la contribución a la elaboración de uno mismo
y del otro en la forma consumada de una bella individualidad, de una
singularidad completa. Sólo en la relación de amistad el solipsismo
queda atrás, casi olvidado. También en este caso, es lo contrario
de la relación amorosa, que agrava la incomunicabilidad entre los
seres. La etimología señala que el amigo se define por la privación
de sí mismo en beneficio del otro, entendido como ese fragmento de
nosotros mismos que ahora nos falta. La amistad secciona al amor
propio para instalar en la hendidura las primeras fuerzas que, al
cristalizarse, formarán el rizoma esencial. Y nunca más la soledad
será como antes. En sus arrebatos más ardientes, más destructores,
la sensación de estar solo desaparece para dar lugar a una suavidad
casi permanente, y una bondad siempre disponible, lo que no excluye
ni la severidad ni el rigor, todo lo contrario.
Por
constituir una contradicción flagrante al principio democrático e
igualitario, disgustó profundamente a la Revolución Francesa, que
pretendió codificarla. La mejor manera de aniquilar una fuerza
temible por sus efectos asociales, es asignarle una existencia
social. Saint-Just fue el artifice de esa empresa reductora. ¿Debemos
reír o temblar al leer el proyecto del arcángel revolucionario? No
sé. Yo me inclino más bien por temblar. Primero, la república
según la moda Saint-Just, rechaza a cualquiera que declare no creer
en la amistad. Después, se instituye una fiesta consagrada a esa
virtud, el primer día de Ventoso. Todos veneran a la divinidad. En
esa oportunidad, es decir, una vez por año, todos deben declarar
pública y solemnemente, la identidad y el nombre de sus amigos.
Además, si tiene lugar una ruptura entre dos amigos, el mismo
principio obliga a informar de ello a las autoridades y al público,
y explicar los motivos. En caso de que uno de los dos amigos cometa
un crimen, su alter ego será desterrado. Cuando uno de los dos
muere, el que sobrevive encabezará el cortejo, por supuesto, y
deberá cavar con sus propias manos la tumba donde sepultarán al
difunto. Al morir él a su vez, se volverá a abrir la tumba para que
ambos amigos descansen juntos en paz, por toda la eternidad. ¡Debe
de ser muy temible ese poder para que se le impongan esta clase de
formalidades con las que se supone que puede desarrollarse mejor!
Podemos
suponer que los partidarios de una sociedad transparente temían a la
amistad por la opacidad que genera entre ambos seres y el resto de la
sociedad. Porque entre ellos se solidifica una micro-sociedad en la
que todo es común: destinos, pasiones, proyectos, pasado, temores,
dolores, penas, alegrías. Y todo organismo independiente de un
leviatán social parece alimentarse de él, como un parásito,
fagocitando la bella unidad social. Porque la verdadera amistad está
por encima de la leyes, del derecho, de las instancias sociales
llamadas Familia o Patria, Estado o Nación. Se es amigo antes de ser
ciudadano, y a veces a pesar de o contra la condición de ciudadano.
De ahí su función absolutamente atomizadora y su carácter asocial.
En La construcción de uno mismo. La moral estética, de Michel Onfray.
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