»A
todo esto, los diablos en el Infierno le habían contao a Lucifer lo
sucedido y éste, enojadazo, les había dicho:
»-¡Canejo!
¿No les previne de que anduvieran con esmero, porque ese hombre era
por demás ladino? Esta güelta que viene, vamoh'a dir toditos a ver
si se nos escapa.
»Por
esto jue que Miseria, al llegar a su rancho, vido más gente riunida
que en una jugada'e taba. Pero esa gente, acomodada como un ejército,
parecían estar a la orden de un mandón con corona. Miseria pensó
que el mesmito Infierno se había mudao a su casa y llegó, mirando
como pato el arriador, a esa pueblada de diablos. 'Si escapo desta
-se dijo- en fija que ya nunca la pierdo.' Pero haciéndose el muy
templao, preguntó a aquella gente:
»-¿Quieren
hablar conmigo?
»-Sí
-contestó juerte el de la corona.
»-A
usté -le retrucó Miseria- no le he firmao contrato nenguno, pa que
venga tomando velas en este entierro.
»-Pero
me vah'a seguir -gritó el coronao-, porque yo soy el Ray de
loh'Infiernos.
»-¿Y
quién me da el certificao? -alegó Miseria-. Si usté es lo que
dice, ha de poder hacer de fijo, que todos los diablos dentren en su
cuerpo y golverse una hormiga.
»Otro
hubiera desconfiao, pero dicen que a los malos los sabe perder la
rabia y el orgullo, de modo que Lucifer, ciego de juror, dio un grito
y en el momento mesmo, se pasó a la forma de una hormiga, que
llevaba adentro a todos los demonios del Infierno.
»Sin
dilación, Miseria agarró el bichito que caminaba sobre los
ladrillos del piso, lo metió en su tabaquera, se jue a la herrería,
la colocó sobre el yunque y, con un martillo, se arrastró a pegarle
con todita el alma, hasta que la camiseta se le empapó de sudor.
»Entonces,
se refrescó, se mudó y salió a pasiar por el pueblo.
»¡Bien
haiga, viejito sagás! Todos los días, colocaba la tabaquera sobre
el yunque y le pegaba tamaña paliza, hasta empapar la camiseta, pa
después salir a pasiar por el pueblo.
»Y
así se jueron los años.
»Y
resultó que ya en el pueblo, no hubo peleas, ni plaitos, ni
alegaciones. Los maridos no las castigaban a las mujeres, ni las
madres a los chicos. Tíos, primos y entenaos se entendían como Dios
manda; no salía la viuda, ni el chancho; no se vían luces malas y
los enfermos sanaron todos; los viejos no acababan de morirse y hasta
los perros jueron virtuosos. Los vecinos se entendían bien, los
baguales no corcoviaban más que de alegría y todo andaba como reló
de rico. Qué, si ni había que baldiar los pozos por que toda agua
era güena».
-¡Ahahá!
-apoyé alegremente.
-Sí
-arguyó mi padrino-, no te me andeh'apurando.
»Ansina
como no hay caminos sin repechos, no hay suerte sin desgracias, y
vino a suceder que abogaos, procuradores, jueces de paz, curanderos,
médicos y todos los que son autoridá y viven de la desgracia y
vicios de la gente, comenzaron a ponerse charcones de hambre y jueron
muriendo.
»Y
un día, asustaos, los que quedaban de esta morralla se endilgaron pa
lo del Gobernador, a pedirle ayuda por lo que les sucedía. Y el
Gobernador, que también dentraba en la partida de los castigaos, les
dijo que nada podía remediar y les dio una plata del Estao,
alvirtiéndoles que era la única vez que lo hacía, porque no era
obligación del Gobierno el andarlos ayudando.
»Pasaron
unos meses y ya, los procuradores, jueces y otros bichos iban
mermando por haber pasao los más a mejor vida, cuando uno dellos, el
más pícaro, vino a maliciar la verdá y los invitó a todos a que
golvieran a lo del Gobernador, dándoles promesa de que ganarían el
plaito.
»Así
jue. Y cuando estuvieron frente al manate, el procurador le dijo a
Sueselencia que todah'esas calamidades sucedían, porque el herrero
Miseria tenía encerraos en su tabaquera a los Diablos del Infierno.
»Sobre
el pucho, el mandón lo mandó trair a Miseria y, en presencia de
todos, le largó un discurso:
»-¿Ahá,
sos vos? ¡bonito andás poniendo al mundo con tus brujerías y
encantos, viejo indino! Aurita vah'a dejar las cosas como estaban,
sin meterte a redimir culpas ni castigar diablos. ¿No ves que siendo
el mundo como es no puede pasarse del mal y que las leyes y
lah'enfermedades y todos los que viven d'ellas, que son muchos,
precisan de que los diablos anden por la tierra? En este mesmo
momento vah'al trote y largas loh'Infiernos de tu tabaquera.
»Miseria
comprendió que el Gobernador tenía razón, confensó la verdá y
jue pa su casa pa cumplir lo mandao.
»Ya
estaba por demás viejo y aburrido del mundo, de suerte que irse dél
poco le importaba.
»En
su rancho, antes de largar los diablos, puso la tabaquera en el
yunque, como era su costumbre, y por última vez le dio una güena
sobada, hasta que la camiseta quedó empapada de sudor.
»-¿Si
yo los largo van a andar embromando por aquí? -les preguntó a los
mandingas.
»-No,
no -gritaban éstos de adentro-. Larganos y te juramos no golver
nunca por tu casa.
»Entonces
Miseria abrió la tabaquera y los lisenció pa que se jueran.
»Salió
la hormiguita y creció hasta ser el Malo. Comenzaron a brotar del
cuerpo de Lucifer todos los demonios y redepente, en un tropel, tomó
esta diablada por esas calles de Dios, levantando una polvadera como
nube'e tormenta.
»Y
aura viene el fin:
»Ya
Miseria estaba en las últimas humeadas del pucho, porque a todo
cristiano le llega el momento de entregar la osamenta y él bastante
la había usao.
En
Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes.
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