"De todo lo escrito yo amo sólo aquello que alguien escribe con su sangre. Escribe tú con sangre: y te darás cuenta de que la sangre es espíritu."
“¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”
El uso de los placeres.
Michel Foucault.
miércoles, 20 de febrero de 2019
Reflexiones en torno a la angustia.
martes, 19 de febrero de 2019
Alquimia del verbo.
Lejos ya de rebaños, de pájaros,
de aldeanos,
¿qué era lo que bebía
entre aquella maleza, de rodillas,
en ese tierno bosque de avellanos
y ese brumoso y tibio mediodía?
¿Qué era lo que bebía
en ese joven Oise,
—¡olmos sin voz, oscurecido cielo, césped
sin una flor!—
en esas amarillas calabazas,
lejos ya de mi choza, tan amada?
Hacía yo de enseña dudosa de hostería.
En la virgen arena
el agua de los bosques se perdía,
y el vendaval de Dios
su granito arrojaba a la marea,
en el atardecer.
Oro veía, llorando —y no pude beber.
Hasta la aurora, en verano,
el sueño de amor perdura.
Bajo el follaje se esfuma
la noche que festejamos.
Allí, en sus vastos talleres
—y ya en mangas de camisa—
los Carpinteros trajinan
bajo el sol de las Hespérides.
tranquilos arman los techos,
donde, luego, ha de pintar
falsos cielos, la ciudad.
¡Oh, por esos Artesanos
de algún rey de Babilonia
deja, Venus, los Amantes
de alma en forma de corona!
¡Oh Reina de los Rebaños,
obsequiales aguardiente!
¡Que en paz; su fuerza se encuentre,
mientras esperan el baño en el mar más meridiano!
Me habitué a la alucinación simple: veía con toda nitidez una mezquita en lugar de una fábrica, una escuela de tambores erigida por ángeles, calesas por las rutas del cielo, un salón en el fondo de un lago; los monstruos, los misterios; un título de sainete proyectaba espantos ante mí.