(...)
–¿Qué
indica un nombre? –respondió el doctor Robert con una carcajada–.
Respuesta: prácticamente cualquier cosa. Como ha tenido la desgracia
de educarse en Europa, Murugan lo denomina droga y siente al decirlo
toda la desaprobación que una palabra obscena provoca por reflejo
condicionado. Nosotros, por el contrario, le damos a la medicina
buenos nombres: la medicina moksha, la reveladora de la
realidad, la píldora de la verdad y la belleza. Y sabemos, por
experiencia directa, que los buenos nombres son merecidos. En tanto
que nuestro joven amigo no tiene conocimiento alguno de primera mano
sobre esa medicina, y no es posible convencerlo de que por lo menos
la pruebe. Para él es una droga, y una droga es algo que, por
definición, ninguna persona decente prueba jamás.
–¿Qué
dice a eso Su Alteza? –inquirió Will. Murugan meneó la cabeza.
–Lo
único que hace es darle a uno una cantidad de ilusiones –masculló–.
¿Por qué habría de esforzarme por hacer el tonto?
–Es
cierto, ¿por qué? –dijo Vijaya con bonachona ironía–. ¿Viendo
que, en su estado normal, usted es el único miembro de la raza
humana que jamás hace el tonto y nunca tiene ilusiones sobre ninguna
cosa?
–Nunca
he dicho tal cosa –protestó Murugan–. Sólo quiero decir que no
quiero tener nada que ver con el falso samadhi de ustedes.
–¿Cómo
sabe que es falso? –interrogó el doctor Robert.
–Porque
el verdadero sólo le llega a la gente después de años y años de
meditación y tapas y... bueno, ya sabe... no andar, con mujeres.
–Murugan
–explicó Vijaya a Will– es uno de los puritanos. Le ofende el
hecho de que, con cuatrocientos miligramos de la medicina moksha
en la sangre, incluso los principiantes, sí, y hasta los jóvenes y
las muchachas que se hacen el amor, puedan percibir una visión del
mundo tal como lo ve el que ha sido liberado de su esclavitud
respecto del ego.
–Pero
no es verdadera –insistió Murugan. –¡No es verdadera! –repitió
el doctor Robert–. Lo mismo podría decir que la experiencia del
bienestar no es verdadera.
–Esa
es una petición de principio –objetó Will–. Una experiencia
puede ser verdadera en relación con algo que sucede dentro del
cráneo de uno, pero completamente ajena a todo lo exterior.
–Es
claro –convino el doctor Robert. –¿Saben ustedes qué sucede
dentro de sus respectivos cráneos, cuando han tomado una dosis del
hongo?
–Sabemos
un poco.
–Y
continuamente tratamos de averiguar más –agregó Vijaya.
–Por
ejemplo –continuó el doctor Robert–: hemos descubierto que las
personas cuyo electroencefalograma no muestra actividad del ritmo
alfa cuando se encuentran en reposo no responden significativamente a
la medicina moksha. Eso quiere decir que para el quince por
ciento, más o menos, de la población, tenemos que encontrar otras
formas de acercarse a la liberación.
–Y
otra cosa que apenas comenzamos a entender –dijo Vijaya– es la
correlación neurológica de estas experiencias. ¿Qué sucede en el
cerebro cuando uno tiene una visión? ¿Y qué sucede cuando se pasa
de un estado mental premístico a uno auténticamente místico?
–¿Lo
saben ustedes? –preguntó Will.
–"Saber"
es una palabra grande. Digamos que estamos en condiciones de hacer
algunas conjeturas plausibles. Los ángeles y las Nuevas Jerusalén y
las Madonnas y los Futuros Budas están todos relacionados con cierto
tipo de estimulación poco corriente de las zonas cerebrales de
proyección primaria, la corteza visual, por ejemplo. Todavía no
hemos descubierto cómo produce la medicina moksha esos
estímulos extraordinarios. Lo importante es que, de una u otra
manera, los produce. Y de una u otra manera, también hace algo
extraordinario con las zonas silenciosas del cerebro, las zonas que
no están vinculadas en forma específica con la percepción, el
movimiento o el sentimiento.
–¿Y
cómo reaccionan las zonas silenciosas?
–Empecemos
con las reacciones que no tienen. No reaccionan con visiones o
audiciones; no responden con telepatía o clarividencia o cualquier
otra cosa de ejecución parapsicológica. Nada de esas divertidas
cosas premísticas. Su reacción es la total experiencia mística. Ya
sabe: Uno en Todo y Todo en Uno. La experiencia fundamental con sus
corolarios: ilimitada compasión, insondable misterio y
significación.
–Para
no mencionar la alegría –dijo el doctor Robert–, una alegría
indecible.
–Y
todo eso está dentro del cráneo de uno –dijo Will–. Es
estrictamente privado. No tiene referencia a hecho exterior alguno,
aparte del hongo.
–No
es real –intervino Murugan–. Eso es exactamente lo que yo quería
decir.
–Usted
da por supuesto –replicó el doctor Robert– que el cerebro
produce la conciencia. Yo supongo que la trasmite. Y mí explicación
no es más descabellada que la suya. ¿Cómo es posible que una serie
de acontecimientos pertenecientes a un orden sean experimentados como
una serie de sucesos pertenecientes a otro orden distinto y en todo
sentido inconmensurable? Nadie tiene la menor idea. Lo único que se
puede hacer es aceptar los hechos y elaborar hipótesis. Y una
hipótesis, hablando en términos filosóficos, es tan buena como
otra. Usted dice que la medicina moksha influye sobre las
zonas silenciosas del cerebro, obligándolas a producir una serie de
acontecimientos a los que la gente ha asignado el nombre de
"experiencia mística". Yo digo que la medicina moksha
opera sobre las zonas silenciosas del cerebro, abriendo algún tipo
de compuerta neurológica, lo que permite que un mayor volumen de
Mente con M mayúscula entre en su mente con m minúscula. Usted no
puede demostrar la verdad de su hipótesis y yo no puedo demostrar la
verdad de la mía. Y aunque usted pudiera demostrar que estoy
equivocado, ¿qué sentido práctico tendría eso?
–En
mi opinión, tendría todo el sentido práctico del mundo –replicó
Will.
–¿Le
gusta la música? –preguntó el doctor.
–Más
que muchas otras cosas.
–Si
me permite la pregunta, ¿a qué se refiere el quinteto de Mozart en
sol menor? ¿Se refiere a Alá? ¿O a Tao? ¿O a la segunda persona
de la Trinidad? ¿O al Atmán-Brahmán?
Will
rió.
–Esperemos
que no.
–Pero
eso no hace que la experiencia del quinteto en sol menor resulte
menos satisfactoria. Bien, pues lo mismo sucede con el tipo de
experiencia que se obtiene con la medicina moksha, o por medio
de la oración, el ayuno y los ejercicios espirituales. Aunque no se
refiera a nada exterior a sí mismo, sigue siendo la cosa más
importante que haya pedido sucederle a uno. Lo mismo que la música,
sólo que en proporción incomparablemente mayor. Y si uno le concede
una oportunidad a la experiencia, si está dispuesto a seguirla, los
resultados son incomparablemente más terapéuticos y trasformadores.
Es posible que todo eso suceda dentro del cerebro de uno. Es posible
que sea privado y que no exista conocimiento unitivo de nada
que no sea la fisiología de uno mismo. ¿A quién le importa? Sigue
en pie el hecho de que la experiencia puede abrirle los ojos,
convertirlo en una persona bienaventurada y trasformarle toda la
vida.
–Hubo
un prolongado silencio.
–
Permítame
que le diga una cosa –continuó, dirigiéndose a Murugan–. Algo
que no pensaba decirle a nadie. Pero ahora siento que quizá tengo
una obligación, un deber para con el trono, un deber para con Pala y
su pueblo: una obligación de hablarle acerca de esta experiencia tan
privada. Quizá si lo
hago
pueda ayudarlo a ser un poco más comprensivo acerca de su país y de
las costumbres de su país.
–
Guardó
silencio durante un momento; luego continuó, en tono tranquilo y
práctico.
–
Supongo
que conoce a mi esposa. Con el rostro vuelto hacia el otro lado,
Murugan asintió.
–
Lamenté
mucho –dije– enterarme de que estaba tan enferma.
–
Le
quedan unos pocos días –dijo el doctor Robert–. Cuatro o cinco,
cuando mucho. Pero sigue perfectamente lúcida, perfectamente
consciente de lo que sucede. Ayer me preguntó si no podíamos tomar
la medicina moksha juntos. La habíamos bebido juntos –agregó
entre paréntesis– una o dos veces por año, durante los últimos
treinta y siete.... desde que decidimos casarnos. Y ahora, una vez
más, por última vez; por la última, última vez. Podía ser
peligroso, por el daño que eso podía causarle al hígado. Pero
decidimos que era peligro que valía la pena correr. Y resultó que
teníamos razón. La medicina moksha –la droga, como usted
prefiere llamarla– apenas le provocó algún
trastorno. Lo único que le ocurrió fue la trasformación mental.
En
La isla, de Aldous Huxley.
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