(...)
La socialización no es una simple adjunción de elementos exteriores
a un núcleo psíquico que quedaría inalterado; sus efectos están
inextricablemente entramados con la psique que sí existe en la
realidad efectiva. Esto vuelve incomprensible la ignorancia de los
psicoanalistas contemporáneos respecto de la dimensión social de la
existencia humana.
La
cuestión de la sociedad -e indisociablemente de la historia- es
evidentemente inmensa, y yo no intentaría resumir aquí lo que ya he
expuesto en otros lugares. Me limito a algunos puntos, ya sea
directamente pertinentes al tema que discutimos (el imaginario social
instituyente), o bien relativos a las restricciones a las que está
sometida la constitución imaginaria de la sociedad, que no tuve
ocasión de tratar hasta ahora.
La
sociedad es creación, y creación de sí misma autocreación. Es la
emergencia de una nueva forma ontológica -un nuevo eidos- y
de un nuevo nivel y modo de ser. Es una cuasi totalidad cohesionada
por las instituciones (lenguaje, normas, familia, modos de
producción) y por las significaciones que estas instituciones
encarnan (tótems, tabúes, dioses, Dios, polis, mercancía, riqueza,
patria, etc.). Ambas -instituciones y significaciones- representan
creaciones ontológicas.
En
ningún otro lado encontramos instituciones como modo de relación
que mantengan la cohesión de los componentes de una totalidad; y no
podemos “explicar” -producir causalmente o deducir racionalmente-
ni la forma institución como tal, ni el hecho de la institución, ni
las instituciones primarias específicas de cada sociedad. Y en
ningún otro lado encontramos significación, es decir, el modo de
ser de una idealidad efectiva y “actuante”, de un inmanente
imperceptible -así como no podemos “explicar” la emergencia de
las significaciones primarias (el Dios hebreo, la polis griega,
etc.).
Hablo
de autocreación, no de autorganización. En el caso de la sociedad,
no encontramos un ensamblado de elementos preexistentes, cuya
combinación podría haber producido cualidades nuevas o adicionales
del todo. Los cuasi (o pseudo) “elementos” de una sociedad son
creados por la sociedad misma. Porque Atenas existe, son necesarios
atenienses y no “humanos” en general; pero los atenienses son
creados solamente en y por Atenas. De este modo, la sociedad es
siempre autoinstitución -pero para la casi totalidad de la historia
humana, el hecho de esta autoinstitución ha sido ocultada por la
institución misma de la sociedad.
La
sociedad como tal es autocreación; y cada sociedad particular es una
creación específica, la emergencia de otro eidos en el seno
del eidos genérico “sociedad”. La sociedad es siempre
histórica en sentido amplio, pero propio, del término: atraviesa
siempre un proceso de autoalteración, es un proceso de
autoalteración. Este proceso puede ser, y ha sido casi siempre, lo
suficientemente lento como para ser imperceptible. Pero en nuestra
pequeña provincia sociohistórica ha sido, durante los últimos 400
años, más rápido y violento. La pregunta acerca de la identidad
diacrónica de una sociedad, la cuestión de saber cuando una
sociedad deja de ser “la misma” y deviene “otra” es una
pregunta histórica concreta a la cual la lógica habitual no puede
ofrecer respuesta (¿son la Roma de la primera República, la de
Marius y Sylla, etc., “la misma Roma”?).
Como
no son producibles causalmente, ni deductibles racionalmente, las
instituciones y las significaciones imaginarias sociales de cada
sociedad son creaciones libres e inmotivadas del colectivo anónimo
concernido. Son creaciones ex nihilo, no cum nihilo. Esto quiere
decir que son creaciones con restricciones...
Fragmento
de El imaginario social instituyente, de Cornelius
Castoriadis.
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