¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

miércoles, 4 de julio de 2018

Obedecer es desobedecer.

(…) Llegué hasta el interior del Palacio del Imperio Celeste y supe enseguida que iría a desobedecer Su orden.

El Viejo de Mierda Hijo del Cielo, el Dios malsano entre los dioses, pretendería que como poeta le escribiera las loas propicias para celebrar la ocasión.

Las katanas de los soldados estaban afiladas, podían seccionar el torso de un hombre a la mitad, de un solo tajo, sin que la parte de arriba se separara de la parte de abajo, tal el hilo mortífero de la orilla de su acero templado con sangre de los pequeños propietarios que osaron eludir al menos en parte los impuestos a las retribuciones personales y los tributos de mijo y de arroz que el gobierno les impuso en su momento.


A la gente le gusta desobedecer.

Por eso muere en forma violenta. Por eso se producen las luchas intestinas del imperio, se lleva a cabo el martirologio, por eso los poetas debemos disimular cumplir las órdenes y desobedecer con la máxima astucia, dentro de las palabras de nuestras canciones, con ciertos palitos de ciertos ideogramas que tórnanse en dardos venenosos y que el emperador, desconfiado pero incauto, aplaude sin entender, se rasca.

La poesía no es para ser entendida.
No se entiende un poema.

Quien entienda porqué el saltamontes se posa en un diamante y lo convierte en mierda, quién entienda porqué la pulga es la perla saltarina, la joya y la alegría de los mendigos, quien entienda el motivo por el que la luna llena llora en mitad de este texto, no sabe nada, no comprende qué es la vida y la muerte, no acaricia la piel dúctil y resistente de la desobediencia. Gozar un poema es desobedecer su sentido aparente, su disfraz primario de animal cetrino.

Gozar un poema es comer su carne cruda, su llaga viva, sangrante, su alegría, su peste, su aroma, el jugo de la rosa que se abre en su centro: su anatema.

Gozar un poema no es entender el poema.

Pretender “comprender” o “explicar” un poema o un conjunto de poemas o una historia como la que cuenta El libro de la desobediencia es orinar fuera del mingitorio de oro y piedras preciosas, es perder el secreto que nos libra del yugo, de la pata o zarpa infecta de la autoridad, del ruidito reiterativo y complaciente que hacen los caireles del bufón junto a la vara o cetro del Poder donde se sientan, ensartados, los que mandan.
 
                                                             En El libro de la desobediencia, de Rafael Courtoisie.


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