¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

jueves, 12 de julio de 2018

Recuerdos del secreto.

El secreto tiene una relación privilegiada, pero muy variable, con la percepción y lo imperceptible. El secreto concierne en primer lugar a ciertos contenidos. El contenido es demasiado grande para su forma... o bien los contenidos tienen en sí mismos una forma, pero esta forma es ocultada, sustituida o reemplazada por un simple continente, envoltorio o caja, cuyo papel es el de suprimir en ella las relaciones formales. Son contenidos que se juzga oportuno aislar de ese modo, o disfrazar, por distintas razones.


Ahora bien, hacer una lista de esas razones (lo vergonzoso, el tesoro, lo divino, etc.) tiene poco interés, en tanto que se opone al secreto y su descubrimiento, como en una máquina binaria en la que sólo habría dos términos, secreto y divulgación, secreto y profanación. Pues, por un lado, el secreto como contenido se supera hacia una percepción del secreto, que es tan secreta como él. Poco importan los fines, si esta percepción tiene como finalidad una denuncia, una divulgación final, una revelación. Desde el punto de vista de la anécdota, la percepción del secreto es justo lo contrario del secreto, pero, desde el punto de vista del concepto, forma parte de él. 

Lo importante es que la percepción del secreto sólo puede ser a su vez secreta: el espía, el mirón, el chantajista, el autor de cartas anónimas son tan secretos como lo que tienen que descubrir, cualquiera que sea su finalidad ulterior. Siempre habrá una mujer, un niño, un pájaro para percibir secretamente el secreto. Siempre habrá una percepción más fina que la vuestra, una percepción de vuestro imperceptible, de lo que hay en vuestra caja. Se prevé incluso un secreto profesional para aquellos que están en situación de percibir el secreto. Y el que protege el secreto no está forzosamente al corriente, sino que también él remite a una percepción, puesto que debe percibir y detectar a los que quieren descubrir el secreto (contraespionaje).

Hay, pues, una primera dirección, en la que el secreto tiende hacia una percepción no menos secreta, una percepción que a su vez quisiera ser imperceptible. Alrededor de este primer punto pueden girar todo tipo de figuras muy diferentes. Y luego, hay un segundo punto, que también es inseparable del secreto como contenido: la manera de imponerse y de propagarse. También aquí cualesquiera que sean las finalidades o los resultados, el secreto tiene una forma de propagarse, que a su vez forma parte del secreto. El secreto como secreción. Es necesario que el secreto se inserte, se insinúe, se introduzca entre las formas públicas, haga presión sobre ellas y haga actuar a sujetos conocidos (influencia del tipo lobby, incluso si éste no es en sí mismo una sociedad secreta).

En resumen, el secreto, definido como contenido que ha ocultado su forma en beneficio de un simple continente, es inseparable de dos movimientos que accidentalmente pueden interrumpir su curso o traicionarlo, pero que esencialmente forman parte de él: algo debe rezumar de la caja, algo que será percibido a través de la caja, o en la caja entreabierta.

En Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, de Gilles Deleuze y Félix Guattari.

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