Allí
están,
allí
estaban
las
trashumantes nubes,
la
fácil desnudez del arroyo,
la
voz de la madera,
los
trigales ardientes,
la
amistad apacible de las piedras.
Allí
la sal,
los
juncos que se bañan,
el
melodioso sueño de los sauces,
el
trino de los astros,
de
los grillos,
la
luna recostada sobre el césped,
el
horizonte azul,
¡el
horizonte!
con
sus briosos tordillos por el aire...
¡Pero
no!
Nos
sedujo lo infecto,
la
opinión clamorosa de las cloacas,
los
vibrantes eructos de onda corta,
el
pasional engrudo
las
circuncisas lenguas de cemento,
los
poetas de moco enternecido.
los
vocablos,
las
sombras sin remedio.
Y
aquí estamos:
exangües,
más
pálidos que nunca;
como
tibios pescados corrompidos
por
tanto mercader y ruido muerto:
como
mustias acelgas digeridas
por
la preocupación y la dispepsia;
como
resumideros ululantes
que
toman el tranvía
y
bostezan
y
sudan
sobre
el carbón, la cal, las telarañas;
como
erectos ombligos con pelusa
que
se rascan las piernas y sonríen,
bajo
los cielorrasos
y
las mesas de luz
y
los felpudos;
llenos
de iniquidad y de lagañas,
llenos
de hiel y tics a contrapelo,
de
histrionismos madeja,
yarará,
mosca
muerta;
con
el cráneo repleto de aserrín escupido,
con
las venas pobladas de alacranes filtrables,
con
los ojos rodeados
de
pantanosas costas
y
paisajes de arena,
nada
más que de arena.
Escoria
entumecida de enquistados complejos
y
cascarrientos labios
que
se olvida del sexo en todas partes,
que
confunde el amor con el masaje,
la
poesía con la congoja acidulada,
los
misales con los libros de caja.
Desolados
engendros del azar y el hastío,
con
la carne exprimida
por
los bancos de estuco y tripas de oro,
por
los dedos cubiertos de insaciables ventosas,
por
caducos gargajos de cuello almidonado,
por
cuantos mingitorios con trato de excelencia
explotan
las tinieblas,
ordeñan
las cascadas,
la
adulcorada caña,
la
sangre oleaginosa de los falsos caballos,
sin
orejas,
sin
cascos,
ni
florecido esfínter de amapola,
que
los llevan al hambre,
a
empeñar la esperanza,
a
vender los ovarios,
a
cortar a pedazos sus adoradas madres,
a
ingerir los infundios que
pregonan
las lámparas,
los
hilos tartamudos,
los
babosos escuerzos que tienen la palabra,
y
hablan
hablan,
hablan,
ante
las barbas próceres,
o
verdes redomones de bronce que no mean,
ante
las multitudes
que
desde un sexto piso
podrán
semejarse a caviar envasado,
aunque
de cerca apestan:
a
sudor sometido,
a
cama trasnochada,
a
sacrificio inútil,
a
rencor estancado,
a
pis en cuarentena,
a
rata muerta.
En
Persuasión de los días, de Oliverio Girondo.
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