¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

martes, 10 de abril de 2018

Angustia.

Hay una angustia agria y turbia, tan aguda como un cuchillo y donde el descuartizamiento tiene el peso de la tierra, una angustia en centellas, en suspensión de abismos, oprimidos y apretados como chinches, como una suerte de piojos rígidos con sus patas paralizadas, una angustia donde se estrangula el espíritu y se corta a sí mismo, se aniquila.


No consume nada que no le sea propio, nace de su propia asfixia. Es un congelamiento de la médula, una falta de fuego mental, una falta de movimiento de la vida. Pero la angustia del opio tiene otro color, no tiene esta declinación metafísica vertiginosa, este maravilloso defecto de acento. La imagino colmada de cuevas y ecos, de vueltas, de laberintos; colmada de lenguas de fuego hablantes, de ojos mentales en acción y del estruendo de un rayo sombrío y pleno de razón.

Pero entonces me imagino el alma bien ubicada y aún así en el infinito divisible y transportable como algo que es. Imagino el alma que siente y lucha y otorga consentimiento y hace girar a sus lenguas en todas direcciones, prolifera su sexo y se mata. Es preciso conocer la auténtica nada deshilachada, la nada que ya no tiene órgano. La nada del opio tiene en sí como la forma de la frente que piensa, que ha localizado el sitio del agujero negro.

Yo me refiero a la ausencia de agujero, de cierto sufrimiento helado y sin imágenes, sin emociones y que resulta como un golpe indecible de abortos.

En El ombligo de los limbos, de Antonin Artaud.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario