Quien
no pestañea al ver un crimen sangriento le concede apariencia de
naturalidad. Hace de la horrible maldad algo tan corriente como la
lluvia y tan inevitable como la lluvia. Así apoya con su silencio a
los criminales, pero pronto notará que, para no perder el pan, no
sólo ha de callar la verdad, sino que debe decir la mentira.
Bertolt
Brecht
A
los hombres les aburre leer de mujeres victimizadas o
“victimizándose”. Otra vez abrir el diario y leer sobre la
cantidad desproporcionada de femicidios en el país. Otra vez entrar
en Facebook y encontrarse con carteles de “ni una menos” y de
“alerta feminista”. Otra vez hacer un chiste machista, pero con
buena onda, y que la mujer que lo escucha diga “no es gracioso”.
Pero, al final, ¿todos los días va a haber un recordatorio sobre
que las mujeres son víctimas del tan mentado patriarcado? ¿No
pueden dejar de llenar los huevos un rato? ¿Hasta cuándo?
Saben
hasta cuándo. O tal vez no lo sepan. Tal vez el momento que esperan
algunos es que se termine esta nueva moda feminista. Porque la otra
forma en que se terminaría esta cuestión tan tediosa, tan monótona,
tan trillada, de mujeres exigiendo “cosas” implica algo más que
esperar, implica actuar. Actuar, sí. “Yo no soy así”, dicen,
cuando una mujer habla de comportamientos machistas, y así saldan la
cuestión. O, si el comportamiento machista descripto les parece
demasiado rebuscado, demasiado mínimo, se sienten con suficiente
seguridad para batallar contra la omnipotente corrección política e
informarles a las mujeres que están llorando por pavadas. Y a otra
cosa. Pero no, ellas siguen llenando los huevos. Parece que esperar
pacientemente a que se callen por un rato no es suficiente.
Y
no, no es suficiente. ¿No violaste y mataste a una niña hoy?
Felicidades, no sos una escoria. ¿No le pegaste o insultaste a tu
novia hasta que ella te pidió perdón por lo que sea que hizo mal?
Impresionante. ¿Tendiste tu propia cama esta semana? ¡Notable!
¿Cuidaste a tu hijo la mayor parte del día de hoy? Maravilloso,
¡sos un hombre fuera de serie!
Ahora,
para darte la medalla de Hombre Bueno Que No Merece Cuestionamientos,
unas preguntitas más, sencilla burocracia, viste cómo es.
Si
te enterás de que a tu compañera de trabajo, que cumple las mismas
tareas que vos, le pagan menos, ¿te quejás?; ¿te movilizás para
que no suceda eso?; ¿la peleás hasta el final?
Si
en una reunión de amigos uno de ellos cuenta que ayer se cogió a
una mina muy borracha, tan borracha que le vomitó el cuarto, ¿le
decís que eso es abuso? Si los otros hombres defienden a tu amigo,
¿seguís firme en tu postura de que es abuso? ¿Les hablarías hasta
que lo entendieran? ¿Incluso si ellos se enojaran contigo?
Si
te considerás feminista, ¿hablás de feminismo en lugares en los
que este no va a ser bienvenido a
priori?;
¿en los que no haya ninguna mujer que te agradezca o te felicite por
ser feminista? Si una mujer, feminista o no, te llama la atención
sobre un comportamiento machista que puedas tener, ¿la escuchás sin
reaccionar de inmediato con enojo?; ¿estás dispuesto a reflexionar
sobre lo que te dijo?
En
síntesis, ¿preferís mantener tus privilegios, todos y cada uno de
ellos, a expensas de las personas que no nacimos con un pene –o con
la tez blanca, o con la orientación sexual “correcta”, o muchos
otros etcéteras–, o das un paso más allá? ¿Considerás que no
yéndote a los extremos de asesinar a alguien ya contribuís a una
sociedad más justa?
Las
mujeres nos hemos topado una y otra vez con una falta de empatía
verdadera de parte de quienes no tienen que sufrir por su identidad
de género. Hay mucho miedo hipotético ante supuestos castigos que
los hombres sufrirían en una sociedad más igualitaria, miedos del
tipo, y cito textualmente, “no le puedo ni hablar a una mujer
porque lo va a considerar acoso” (consejo: hablarnos a las mujeres
como si efectivamente fuéramos seres humanos los va a salvar de esos
castigos que tanto temen). Mientras tanto, los castigos que sufrimos
las mujeres, sólo
por serlo,
no son nada hipotéticos. A nosotras nos violan, nos dan palizas, nos
matan todos los días. En la calle o en nuestra propia casa. El único
denominador común es que somos mujeres, destruidas por hombres.
Todavía
tenemos heridas abiertas de la última dictadura en Uruguay. Hubo
gente que cerró los ojos y la boca para que no le sucediera nada.
Gente que, mientras los otros sufrían alrededor, cerraba la puerta y
les echaba la culpa a esos otros. Esa gente contribuyó a la cultura
de impunidad y de desunión que rige hasta hoy en el país.
En
la dictadura había un riesgo real de que te encarcelaran,
torturaran, mataran si decías algo. Y aun así consideramos, con
razón, que las personas que sólo pensaron en ellas mismas y les
dieron la espalda a sus congéneres contribuyeron al clima de
impunidad y terror de esa época. El silencio es cómplice de la
injusticia.
Volviendo
a 2017, ¿cuál es el riesgo para los hombres que decidan no cerrar
los ojos ante lo que pasa hoy, no echar la culpa a las víctimas, no
intentar desalentarnos con quejas sobre lo pesadas que somos las
personas que no callamos? ¿Caerles mal a otros hombres?
Acá
y en el resto del mundo, se vive un genocidio de mujeres. Incluso en
Uruguay, donde contamos –finalmente, y con muchos debes– con una
ley de interrupción voluntaria del embarazo, donde no se naturalizan
hechos como las violaciones colectivas, donde no se asesina
selectivamente a las bebés, donde la religión todavía no ha ganado
tanto terreno como para dictar todo lo que sucede en la vida de una
mujer, incluso acá, un día por medio nos enteramos de que otra
mujer fue violentada y asesinada.
¿Dónde
está la solidaridad? ¿Dónde está la debida indignación ante esta
situación? ¿Dónde está la toma de conciencia? ¿Dónde está la
lucha?
Un
chiste recurrente que he tenido que escuchar de colegas varones que
tienen que ir a cubrir un evento feminista (sea una marcha, un
encuentro, ¡una
serie de charlas!)
es que tienen miedo de que los “caguen a palos”. Esto,
naturalmente, nunca sucede. Entonces, me pregunto a qué le tienen
miedo realmente. Y sólo llego a una conclusión: si presentís que
compartís rasgos con el “monstruo” (ese que nunca es uno, ese
que es un loco de mierda, ese que sí hace daño), siempre le vas a
tener miedo a alguien que lleve un espejo.
Hay
dos formas de que nos “callemos”: que nos maten a todas, o que
nos dejen de matar. Enfrentate al espejo y cuestionate sinceramente:
¿con cuál de esas formas estás colaborando?
En La Diaria, 30 de noviembre de 2017, por Sol Ferreira.
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