(...)
No me parece posible abordar del mismo modo estas dos nociones: amor
al maestro y deseo de las masas por el fascismo. Cierto, en ambos
casos se da una «subjetivación» de las relaciones de poder; pero
no se produce aquí y allí de la misma forma.
Lo
que molesta, en la afirmación del deseo de las masas por el
fascismo, es que la afirmación encubre la falta de un
análisis histórico preciso. Yo veo en esto sobre todo el efecto de
una complicidad general que rechaza descifrar lo que fue realmente el
fascismo (rechazo que se traduce bien sea por la generalización,
según la cual el fascismo está en todas partes y sobre todo en
nuestras cabezas, bien sea por el esquematismo marxista). El
no-análisis del fascismo es uno de los hechos políticos importantes
de estos últimos treinta años. Lo que permite hacer de él un
significante flotante, cuya función es esencialmente de denuncia:
los procedimientos de todo poder son sospechosos de ser fascistas del
mismo modo que las masas son sospechosas de serlo en sus deseos. Bajo
la afirmación del deseo de las masas por el fascismo se esconde un
problema histórico que no se ha intentado resolver.
La
noción de «amor al maestro» plantea, pienso yo, otros problemas.
Es una cierta forma de no plantearse el problema del poder o mejor de
plantearlo de manera que no pueda ser analizado. Y esto por la
inconsistencia de la noción de maestro, poblada por los fantasmas
varios del maestro con su esclavo, del maestro con su discípulo, del
maestro con su obrero, del maestro que dice la ley y que dice la
verdad, del maestro que censura y prohibe.
A
esta reducción de la instancia del poder en la figura del maestro,
está ligada otra: la reducción de los procedimientos de poder en la
ley de prohibición. Esta reducción a la ley juega tres papeles
importantes:
*
Permite valorar un esquema de poder que es homogéneo a cualquier
nivel en el que uno se sitúe y a cualquier dominio: familia o
Estado, relación de educación o de producción;
*
Permite pensar el poder solamente en términos negativos: rechazo,
delimitación, barrera, censura. El poder, es aquello que dice no. Y
el enfrentamiento con el poder así concebido no aparece más que
como transgresión;
*
Permite pensar la operación
fundamental del poder como un acto de palabras:
enunciación de la ley, discurso de la prohibición. La manifestación
del poder reviste la forma pura del «no debes».
Una
concepción semejante proporciona un cierto número de beneficios
epistemológicos. Y esto por la posibilidad de relacionarla con una
etnología centrada en el análisis de las grandes prohibiciones de
la alianza, y con un psicoanálisis centrado en los mecanismos de
represión. Una sola y única «fórmula» de poder (la prohibición)
es así aplicada a todas las formas de sociedad y a todos los niveles
de sometimiento. Ahora bien, haciendo del poder la instancia del no,
se está avocado a una doble «subjetivación»: el poder, del lado
en el que se ejerce, es concebido como una especie de gran Sujeto
absoluto —real, imaginario o jurídico, poco importa— que
articula la prohibición: Soberanía del Padre, del Monarca, de la
voluntad general. Del lado en el que el poder se sufre, se tiende
igualmente a «subjetivarlo» determinando el punto en el que se hace
la aceptación de la prohibición, el punto en el que se dice «sí»
o «no» al poder; y de este modo para dar cuenta del ejercicio de la
Soberanía se supone ya sea la renuncia a los derechos naturales, ya
sea el contrato social, ya sea el amor al maestro. Desde el montaje
construido por los juristas clásicos hasta las concepciones
actuales, me parece que el problema se plantea siempre en los mismos
términos: un poder esencialmente negativo que supone por una parte
un soberano cuyo papel es el de prohibir y por otra un sujeto que
debe de algún modo decir sí a esta
prohibición. El análisis contemporáneo del poder en términos de
libido está siempre articulado con esta vieja concepción jurídica.
¿Por
qué el privilegio secular de un análisis semejante? ¿Por qué el
poder descifrado regularmente en los términos puramente negativos de
la ley de prohibición? ¿Por qué el poder es inmediatamente pensado
como sistema de derecho? Se dirá sin duda que, en las sociedades
occidentales, el derecho ha servido siempre de máscara al poder. Me
parece que esta reflexión es insuficiente. El derecho ha sido un
instrumento efectivo de constitución de los poderes monárquicos en
Europa, y durante siglos el pensamiento político ha girado en torno
al problema de la soberanía y de sus derechos. Por otra parte, el
derecho ha sido sobre todo en el siglo XVII, una arma de lucha contra
ese mismo poder monárquico que se había servido de él para
afirmarse. En fin ha sido el modo de representación principal del
poder (y por representación no hay que entender pantalla o ilusión,
sino modo de acción real).
El
derecho no es ni la verdad, ni la justificación del poder. Es un
instrumento a la vez parcial y complejo. La forma de la ley y los
efectos de prohibición que ella conlleva deben ser situados entre
otros muchos mecanismos no jurídicos. Así el sistema penal no debe
ser analizado pura y simplemente como un aparato de prohibición y de
represión de una clase sobre otra, ni tampoco como una justificación
que encubre las violencias sin ley de la clase dominante; permite una
gestión política y económica a través de la diferencia entre
legalidad e ilegalismo. De igual modo, para la sexualidad: la
prohibición no es sin duda la forma principal con la que el poder la
reviste.
(...)
Cuando se definen los efectos del poder por la represión se da una
concepción puramente jurídica del poder; se identifica el poder a
una ley que dice no; se privilegiaría sobre todo la fuerza de la
prohibición. Ahora bien, pienso que esta es una concepción
negativa, estrecha, esquelética del poder que ha sido curiosamente
compartida. Si el poder no fuera más que represivo, si no hiciera
nunca otra cosa que decir no, ¿pensáis realmente que se le
obedecería? Lo que hace que el poder agarre, que se le acepte, es
simplemente que no pesa solamente como una fuerza que dice no, sino
que de hecho la atraviesa, produce cosas, induce placer, forma saber,
produce discursos; es preciso considerarlo como una red productiva
que atraviesa todo el cuerpo social más que como una instancia
negativa que tiene como función reprimir (...)
En
Microfísica del poder, de Michel Foucault.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario