Quizá
podamos alcanzar el inaprehensible sentimiento de lo absurdo en los
mundos diferentes pero fraternos de la inteligencia, del arte de
vivir o del arte simplemente. El clima del absurdo está al comienzo.
El final es el universo absurdo y la actitud espiritual que ilumina
al mundo con una luz que le es propia, con el fin de hacer
resplandecer ese rostro privilegiado e implacable que ella sabe
reconocerle.
Todas
las grandes acciones y todos los grandes pensamientos tienen un
comienzo irrisorio. Las grandes obras nacen con frecuencia a la
vuelta de una esquina o en la puerta giratoria de un restaurante. Lo
mismo sucede con la absurdidad. El mundo absurdo más que cualquier
otro extrae su nobleza de ese nacimiento miserable. En ciertas
situaciones responder "nada" a una pregunta sobre la
naturaleza de sus pensamientos puede ser una finta en un hombre. Los
amantes lo saben muy bien. Pero si esa respuesta es sincera, si
traduce ese singular estado del alma en el cual el vacío se hace
elocuente, en el que la cadena de los gestos cotidianos se rompe, en
el cual el corazón busca en vano el eslabón que la reanuda,
entonces es el primer signo de la absurdidad.
Suele
suceder que los decorados se derrumben. Levantarse, coger el tranvía,
cuatro horas de oficina o de fábrica, la comida, el tranvía, cuatro
horas de trabajo, la cena, el sueño y lunes, martes, miércoles,
jueves, viernes y sábado con el mismo ritmo es una ruta que se sigue
fácilmente durante la mayor parte del tiempo. Pero un día surge el
"por qué" y todo comienza con esa lasitud teñida de
asombro. "Comienza": esto es importante. La lasitud está
al final de los actos de una vida maquinal, pero inicia al mismo
tiempo el movimiento de la conciencia. La despierta y provoca la
continuación. La continuación es la vuelta inconsciente a la cadena
o el despertar definitivo. Al final del despertar viene, con el
tiempo, la consecuencia: suicidio o restablecimiento. En sí misma la
lasitud tiene algo de repugnante. Debo concluir que es buena, pues
todo comienza por la conciencia y nada vale sino por ella. Estas
observaciones no tienen nada de original. Pero son evidentes, y eso
basta por algún tiempo, al efectuar un reconocimiento somero de los
orígenes de lo absurdo. La simple "inquietud" está en el
origen de todo.
Asimismo,
y durante todos los días de una vida sin brillo, el tiempo nos
lleva. Pero
siempre llega un momento en que hay que llevarlo. Vivimos del
porvenir: "mañana", "más tarde", "cuando
tengas una posición", "con los años comprenderás”.
Estas inconsecuencias son admirables, pues, al fin y al cabo, se
trata de morir. Llega, no obstante, un día en que el hombre
comprueba o dice que tiene treinta años. Así afirma su juventud.
Pero al mismo tiempo se sitúa con relación al tiempo. Ocupa en él
su lugar. Reconoce que se halla en cierto momento de una curva que
confiesa tener que recorrer. Pertenece al tiempo, y a través del
horror que se apodera de él reconoce en aquél a su peor enemigo. El
mañana, anhelaba el mañana, cuando todo él debía rechazarlo. Esta
rebelión de la carne es lo absurdo.
Un
peldaño más abajo y nos encontramos con lo extraño: advertimos que
el mundo es "espeso", entrevemos hasta qué punto una
piedra nos es extraña e irreductible, con qué intensidad puede
negarnos la naturaleza, un paisaje. En el fondo de toda belleza yace
algo inhumano, y esas colinas, la dulzura del cielo, esos dibujos de
árboles pierden, al cabo de un minuto, el sentido ilusorio con que
los revestíamos y en adelante quedan más lejanos que un paraíso
perdido. La hostilidad primitiva del mundo remonta su curso hasta
nosotros a través de los milenios. Durante un segundo no lo
comprendemos, porque durante siglos de él hemos comprendido las
figuras y los dibujos que poníamos previamente, porque en adelante
nos faltarán las fuerzas para emplear ese artificio. El mundo se nos
escapa porque vuelve a ser él mismo. Esas apariencias enmascaradas
por la costumbre vuelven a ser lo que son. Se alejan de nosotros. Así
como hay días en que bajo su rostro familiar se ve como a una
extraña a la mujer amada desde hace meses o años, así también
quizá lleguemos a desear hasta lo que nos deja de pronto tan solos.
Pero todavía no ha llegado ese momento. Una sola cosa: este espesor
y esta extrañeza del mundo es lo absurdo.
En El mito de Sísifo, de Albert Camus.
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