Las olas de indignación son
muy eficientes para movilizar y aglutinar la atención. Pero en virtud de su
carácter fluido y de su volatilidad no son apropiadas para configurar el
discurso público, el espacio público. Para esto son demasiado incontrolables,
incalculables, inestables, efímeras y amorfas. Crecen súbitamente y se
dispersan con la misma rapidez. En esto se parecen a los smart mobs (multitudes inteligentes). Les faltan la estabilidad, la
constancia y la continuidad indispensables para el discurso público. No pueden
integrarse en un nexo estable de discurso. Las olas de indignación surgen con
frecuencia a la vista de aquellos sucesos que tienen una importancia social o
política muy escasa.
La sociedad de la
indignación es una sociedad del escándalo. Carece de firmeza, de actitud. La rebeldía, la histeria y la obstinación
características de las olas de indignación no permiten ninguna comunicación
discreta y objetiva, ningún diálogo, ningún
discurso. Ahora bien, la actitud es constitutiva para lo público.
Y para la formación de lo público es necesaria la distancia. Además, las olas
de indignación muestran una escasa identificación con la comunidad. De este modo,
no constituyen ningún nosotros
estable que muestre una estructura del cuidado conjunto de la sociedad. Tampoco
la preocupación de los llamados “indignados” afecta a la sociedad en conjunto;
en gran medida, es una preocupación por sí
mismo. De ahí que se disperse de nuevo con rapidez.
La primera palabra de la Ilíada es menin, a saber, la ira. “Canta,
oh diosa, la ira del Pelida Aquiles”, leemos al principio de la primera
narración de la cultura occidental. La ira puede
cantarse aquí porque soporta, estructura, anima, vivifíca. Es el medio heroico por excelencia de la
acción. La Ilíada es un canto de la ira. Esta ira es narrativa,
épica, porque produce determinadas acciones. En esto se distingue la ira del
enfado como efecto de las olas de indignación. La indignación digital no puede cantarse. No es capaz de acción
ni de narración. Más bien, es un estado
afectivo que no desarrolla ninguna fuerza poderosa de acción. La distracción
general, que caracteriza a la sociedad de hoy, no permite que aflore la energía
épica de la ira. La cólera, en sentido enfático, es más que un estado afectivo.
Es una capacidad de interrumpir un estado existente y de hacer que comience un
nuevo estado. La actual multitud indignada es muy fugaz y dispersa. Le falta
toda masa, toda gravitación, que es
necesaria para acciones. No engendra ningún futuro.
En En el enjambre, de Byung-Chul Han.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario