La
carta del hijo de Osvaldo Bayer tras la muerte de su padre.
"Hace
semanas que Osvaldo tenía necesidad de partir. No aguantaba no estar
haciendo nada, sentado en su casa en el Tugurio. Quería hacer sus
valijas. Se despertaba, asegurando que tenía que salir a un congreso
para debatir sobre derechos humanos, que lo esperaban en tal pueblo
remoto de la Pampa para hablar del cambio de nombre de la calle
principal que llamaban por el genocida de indios innombrable, o que
lo convocaban de una escuelita en la Puna jujeña, por la que nunca
había pasado nadie, pero él no podía faltar para hablar sobre los
derechos de los pueblos originarios. Al mismo tiempo lo esperaban en
la Universidad en Berlín y en la asamblea de un sindicato
patagónico. Tenía que estar.
Preguntaba
por su valija, si el pasaporte y el pasaje estaban a mano. Con
Claudia, la gran compañera que cuidaba de él en estos últimos
años, desarrollamos códigos para convencerlo de que debía
postergar el viaje. Hoy no aceptó dilaciones. Decidió partir. Como
buen anarco y para joder a todos los que prendíamos las velas de un
arbolito verde, eligió la fecha exacta. Lo constataron entre
lágrimas las nietas en Hamburgo: el abuelo se fue jodiendo a la
iglesia. En su ley.
Estoy
convencido de que sus prisas se debieron a la realidad del país.
Había asegurado que iba a llegar “molestando”, como decía,
hasta los 100 años, uno menos que su querida tía Griselda de Santa
Fe. Le respetaba los años. Pero la realidad lo venció, ya no tenía
explicaciones por lo que leía en los diarios y escuchaba en las
calles.
Ahora
estaba necesitado de conocer más verdades. Las terrenales las había
denunciado. Andaba queriendo discutir con los que nunca pudo: siempre
quiso debatir con Severino el tema de la violencia y el derecho de
matar el tirano, él que era pacifista y sin embargo entendía lo que
hizo; con Antonio Soto debatirá el deber de respetar las decisiones
de las asambleas, aunque sea que eligieran la muerte; esperaba
encontrarse con Simón Radowitzky y con ese personaje que lo fascinó
como Kurt Gustav Wilckens, nacido a pocos kilometros de donde estoy
escribiendo estas líneas urgentes; en la agenda, ineludible, estaba
la reunión con Arbolito, uno de los primeros justicieros de la
república naciente. No tenía tiempo para esperar porque tiene que
sentarse a tomar un café con su compañero Rodolfo, con su amigo
Haroldo, con Paco. También quiere anotar la historia de la
desaparición y asesinato de Klaus, porque la de Elisabeth ya la
había descubierto y denunciado.
Pero,
sobre todo, esperaba poder juntarse con todos los anónimos que
lucharon por creer en una justicia terrenal, por no haber claudicado,
por no darse por vencidos. A esos anónimos que luchan todos los
días. Sin aparecer en los diarios. A esos a los que el viejo siempre
escuchó y les dio voz.
Viejo
querido, gracias por todo lo que nos enseñaste, como hijos, como
militantes, como ciudadanos, como seres humanos.
Un
abrazo, como el último que nos dimos hace apenas una semana."
Esteban
Bayer.
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