¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

martes, 26 de marzo de 2019

El tiempo.

(...) Ahora es el hombre libre, y no Dios, el amo del tiempo. Liberado del estar arrojado, diseña lo venidero. Este cambio de régimen de Dios al de los hombres tiene consecuencias. Desestabiliza el tiempo, puesto que Dios es aquella instancia que imprime un carácter definitivo al orden dominante, el sello de la verdad eterna. Representa un presente duradero. Con el cambio de régimen, el tiempo pierde este sostén, que opone una resistencia al cambio. También La muerte de Dantón, el drama revolucionario de Büchner, se refiere a esta experiencia. Camille proclama: «Las ideas fijas comunes que pasan por ser el sentido común son insoportablemente aburridas. El hombre más feliz fue aquel que pudo imaginarse que era Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo».

El tiempo histórico puede precipitarse hacia adelante porque no reposa en sí mismo, porque su centro de gravedad no está en el presente. No admite ninguna demora. La demora solo retrasa el proceso progresivo. Ninguna duración guía al tiempo. El tiempo tiene sentido en tanto que progresa hacia una meta. De este modo la aceleración cobra sentido. Pero, debido a la significatividad del tiempo, no se percibe como tal. En primer plano está el sentido de la historia. La aceleración solo se impone en cuanto tal cuando el tiempo pierde su significatividad histórica, su sentido. Se tematiza o se convierte en problemática cuando el tiempo es arrastrado hacia un futuro vacío de significado.


El tiempo mítico funciona como una imagen. El tiempo histórico, en cambio, tiene la forma de una línea que se dirige, o se precipita, a un objetivo. Cuando la línea pierde la tensión narrativa o teleológica, se descompone en puntos que dan tumbos sin dirección alguna. El final de la historia genera una atomización del tiempo, convirtiéndolo en un tiempo de puntos. El mito desaparece para siempre de la historia. La imagen estática se transforma en una línea sucesiva. La historia deja lugar a las informaciones. Estas no tienen ninguna amplitud ni duración narrativa.

No están centradas ni siguen una dirección. En cierto modo, se apoyan en nosotros. La historia ilumina, selecciona y canaliza el enredo de acontecimientos, le impone una trayectoria narrativa lineal. Si esta desaparece, se arma un embrollo de informaciones y acontecimientos que dan tumbos sin dirección. Las informaciones no tienen aroma. En eso se diferencian de la historia. En contra de la tesis Baudrillard, la información no se relaciona con la historia como la simulación siempre perfecta del original o del origen. En realidad, la información presenta un nuevo paradigma. En su interior habita otra temporalidad muy diferente. Es una manifestación del tiempo atomizado, de un tiempo de puntos (Punkt-Zeit).

Entre los puntos se abre necesariamente un vacío, un intervalo vacío, en el que no sucede nada, no se produce sensación alguna. El tiempo mítico e histórico, en cambio, no dejan ningún vacío, puesto que la imagen y la línea no tienen ningún intervalo. Construyen una continuidad narrativa. Solo los puntos dejan un intervalo vacío. Los intervalos, en los que no sucede nada, causan aburrimiento. O se presentan como una amenaza, puesto que donde no sucede nada, donde la intencionalidad se queda en nada, está la muerte.

De este modo, el tiempo de puntos siente el impulso de suprimir o acortar los intervalos vacíos. Para evitar que se demoren demasiado, se intenta que las sensaciones se sucedan cada vez más rápido. Se produce una aceleración cada vez más histérica de la sucesión de acontecimientos o fragmentos, que se extiende a todos los ámbitos de la vida.

La falta de tensión narrativa hace que el tiempo atomizado no pueda mantener la atención de manera duradera. Eso hace que la percepción se abastezca constantemente de novedades y radicalismos. El tiempo de puntos no permite ninguna demora contemplativa. El tiempo atomizado es un tiempo discontinuo. No hay nada que ligue los acontecimientos entre ellos generando una relación, es decir, una duración. Así pues, la percepción se confronta con lo inesperado y lo repentino, que despiertan un miedo difuso. La atomización, el aislamiento y la experiencia de discontinuidades también son responsables de diversas formas de violencia. En la actualidad, cada vez se desmoronan más estructuras sociales que antes proporcionaban continuidad y duración. La atomización y el aislamiento se extienden a toda la sociedad. Las prácticas sociales tales como la promesa, la fidelidad o el compromiso, todas ellas prácticas temporales que crean un lazo con el futuro y limitan un horizonte, que crean una duración, pierden importancia.

Tanto el tiempo mítico como el histórico poseen una tensión narrativa. El tiempo está compuesto por un encadenamiento particular de acontecimientos. La narración da aroma al tiempo. El tiempo de puntos, en cambio, es un tiempo sin aroma. El tiempo comienza a tener aroma cuando adquiere una duración, cuando cobra una tensión narrativa o una tensión profunda, cuando gana en profundidad y amplitud, en espacio. El tiempo pierde el aroma cuando se despoja de cualquier estructura de sentido, de profundidad, cuando se atomiza o se aplana, se enflaquece o se acorta. Si se desprende totalmente del anclaje que le hace de sostén y de guía, queda abandonado. En cuanto pierde su soporte, se precipita.

La aceleración de la que tanto se habla hoy en día no es un proceso primario que acaba comportando distintos cambios en el mundo de la vida, sino un síntoma, un proceso secundario, es decir, una consecuencia de un tiempo que se ha quedado sin sostén, atomizado, sin ningún tipo de gravitación que lo rija. El tiempo se precipita, se agolpa para equilibrar una falta de Ser esencial, aunque no lo consigue, porque la aceleración por sí misma no proporciona ningún sostén. Solo hace que la falta de Ser resulte incluso más penetrante.

En El aroma del tiempo. Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse, de Byung-Chul Han.

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