De
una colección de cuentos populares de Karhide del Norte, grabada en
cinta durante el reino de Argaven VIII; conservada en los archivos
del Colegio de Historiadores de Erhenrang; narrador desconocido.
Alrededor
de doscientos años atrás, en el hogar de Shad en la frontera de la
Tormenta, vivían dos hermanos que se habían prometido kémmer
mutuo. En aquellos días, como ahora, se permitía el kémmer a los
hermanos de sangre hasta que uno de ellos concebía un niño; luego
estaban obligados a separarse; de modo que no se les permitía
prometerse kémmer por toda la vida. No obstante, estos hermanos así
se lo habían prometido. Cuando una criatura fue concebida, el Señor
de Shad les ordenó quebrar el voto y no juntarse nunca más en
kémmer. Uno de los hermanos, el que llevaba el niño, se sintió
desesperado, no atendió a consejos ni a palabras de consuelo, y se
suicidó envenenándose. La gente del hogar se alzó entonces contra
el otro hermano, expulsándolo del hogar y del dominio, y haciendo
recaer sobre él la venganza del crimen. Y como había sido exiliado
por su propio Señor, y la historia se difundió en seguida, nadie
quería darle albergue, y luego de aceptarlo como huésped los tres
días de costumbre, todos lo ponían a la puerta, como a un
proscrito. Así fue de sitio en sitio hasta comprobar que no había
compasión para él en su propia tierra, y que su crimen no sería
olvidado. No había querido creer que fuera así, pues era todavía
joven y sensible.
Cuando
comprendió la verdad, regresó a las tierras de Shad, y se detuvo
como un exiliado en el umbral del hogar exterior. Así les habló a
los compañeros que estaban allí:
-
No tengo cara entre los hombres. No me ven. Hablo y no me oyen. Llego
y no me saludan. No hay para mi sitio junto al fuego, ni comida en la
mesa, ni cama donde pueda descansar. Sin embargo, conservo mi nombre:
me llamo Guederen. Dejo este nombre como una maldición sobre el
hogar, y también mi vergüenza. Quedan a vuestro cuidado. Ahora, sin
nombre, me iré y encontraré mi muerte.
Algunos
de los hombres del hogar saltaron entonces gritando, en tumulto, con
la intención de matar a Guederen, pues el asesinato es una sombra
menos pesada que el suicidio. Guederen escapó y corrió en dirección
norte, hacia el hielo, más rápido que todos sus perseguidores. La
gente volvió a Shad alicaída. Pero Guederen continuó andando y al
cabo de dos días llegó al Hielo de Perin. Durante dos días caminó
por el Hielo hacia el norte. No llevaba comida, ni tenía otro abrigo
que una chaqueta. Nadie vive en el Hielo, y tampoco hay animales. Era
el mes de susmi, y en esos días y noches caían las primeras grandes
nevadas. Guederen caminaba solo en la tormenta. Al segundo día notó
que estaba debilitándose. A la segunda noche tuvo que acostarse y
dormir un poco. Al despertar la tercera mañana descubrió que se le
habían escarchado las manos, y también los pies, aunque no podía
sacarse las botas y mirarlos, pues tenía las manos inutilizadas.
Continuó la marcha a rastras apoyándose en codos y rodillas. No
había motivo, pues no importaba mucho que muriera en un sitio o en
otro, pero sentía que tenía que ir hacia el norte.
Luego
de un tiempo la nieve dejó de caer a su alrededor, y sopló el
viento. Salió el sol. Guederen no podía ver muy lejos, mientras se
arrastraba, pues la capucha de piel le cubría los ojos. Como ya no
sentía frío en las piernas, los brazos y la cara, pensó que la
escarcha lo había entumecido. Sin embargo, todavía podía moverse.
La nieve del glaciar tenía un aspecto extraño, como si fuese una
hierba blanca que crecía sobre el hielo. Cuando Guederen la tocaba,
la nieve se doblaba y se enderezaba otra vez, como briznas de hierba.
Guederen dejó de arrastrarse y se sentó, echando atrás la capucha.
Los campos de hierba de nieve, blancos y brillantes, se extendían
hasta perderse de vista. Había montes de árboles blancos, con hojas
blancas. Brillaba el sol, y no había viento, y todo era blanco.
Guederen se sacó los guantes y se miró las manos, blancas como la
nieve; sin embargo no había escarcha en ellas ahora, y podía usar
los dedos, y mantenerse de pie. No sentía dolor, ni frío, ni
hambre.
Vio
a lo lejos sobre el hielo, hacia el norte, una torre blanca, como la
torre de un
dominio,
y desde aquel sitio alguien se acercaba caminando. Al cabo de un rato
Guederen pudo ver que el desconocido estaba desnudo, y que tenía la
piel y el pelo blancos. Se acercó todavía más, y al fin Guederen
habló.
-
¿Quién eres?
El
hombre blanco dijo:
-
Soy tu hermano y tu kemmerante, Hode.
Hode
era el nombre del hermano suicida. Y Guederen vio que el hombre
blanco era realmente su hermano en cuerpo y cara. Pero no llevaba ya
vida alguna en el vientre, y la voz le sonaba apenas, como un crujido
en el hielo.
-
¿Qué lugar es este? - preguntó Guederen.
-
Es el corazón de la tormenta. Quienes se suicidan viven aquí. Aquí
tú y yo mantendremos nuestro voto.
Guederen
estaba asustado y dijo:
-
No me quedaré. Si hubieses ido conmigo a las tierras del Sur
podíamos haber estado juntos y guardar el voto hasta el último día,
ya que nadie sabría de nuestra transgresión. Pero quebraste el
voto, abandonándolo junto con la vida. Y ahora no puedes pronunciar
mi nombre.
Era
cierto. Hode movió los labios blanquecinos, pero no pudo pronunciar
el nombre del hermano. Se acercó rápidamente a Guederen,
extendiendo los brazos, y tomándolo por la mano izquierda. Guederen
se libró, y escapó corriendo, corrió hacia el sur, y vio mientras
corría que allí delante se alzaba un muro blanco de nieve que venía
de lo alto, y cuando entró en el muro cayó otra vez de rodillas y
ya no pudo caminar, y tuvo que arrastrarse.
En
el noveno día de marchar otra vez sobre el hielo, fue encontrado por
gente del hogar de Orhoch, que se extendía al norte de Shad. No
sabían de dónde venía, ni quién era; lo encontraron arrastrándose
por la nieve, hambriento, ciego, la cara ennegrecida por el sol y la
escarcha. Al principio no podía hablar. No había sufrido ningún
daño grave, sin embargo, excepto en la mano izquierda, que se le
había congelado, y tuvo que ser amputada. Algunos dijeron que era
Guederen de Shad, de quien habían oído hablar; otros opinaron que
esto no era posible, pues aquel Guederen se había internado en los
hielos en las primeras borrascas del otoño, y tenía que haber
muerto. El mismo negó que se llamara Guederen. Cuando se sintió
mejor dejó Orhoch y la frontera de Tormentas y fue hacia las tierras
del sur, haciéndose llamar Ennoch.
Cuando
Ennoch era un anciano que vivía en los llanos del Rer se encontró
con un hombre de su propia región y le preguntó:
-
¿Cómo está todo en el dominio de Shad?
-
El otro le dijo que Shad era un dominio enfermo. Nada prosperaba
allí, ni en el hogar ni en los cultivos, todo estaba atacado por la
peste. Las semillas de primavera se helaban en los campos y el grano
maduro se echaba a perder, y así había sido durante muchos años.
Entonces
Ennoch le dijo:
-
Soy Guederen de Shad - y le dijo cómo había marchado por los
hielos, y lo que allí había encontrado. Llegó al fin de la
historia y dijo:
-
Di en Shad que tomo de vuelta mi nombre y mi sombra.
No
muchos días después Guederen enfermó y murió. El viajero llevó
las palabras de Guederen a Shad, y dicen que desde ese entonces el
dominio prosperó de nuevo, y todo anduvo como se esperaba en los
cultivos y la casa y el hogar.
En
La mano izquierda de la oscuridad, de Ursula K. Le Guin.
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