El
desnudo público como categoría social y política, como
transgresión legal o moral, pero también como espectáculo, es una
invención reciente. Sólo la modernidad ha estilizado el desnudo
femenino hasta transformarlo en una práctica al mismo tiempo
codificada y mercantilizable. Aunque existía una tradición
premoderna del desnudo teatral, sagrado o cómico, el striptease como
explotación comercial del desnudo en un espectáculo público, como
espectáculo que descubre el cuerpo, que lo desviste de forma
progresiva y coreográfica frente a la mirada de un público que paga
por ello, aparece con la ética del pudor burgués y los nuevos
espacios de consumo y entretenimiento de la ciudad moderna: circos,
teatros populares, freak shows, music halls,
café-concerts, cabarets, water shows...
Es
en este contexto de ebullición de la metrópolis colonial y
mercantil, en Londres, París, Berlín y Nueva York, entre
cuadriláteros improvisados de boxeo, acrobacias de trapecio y
exposiciones de zoológicos humanos, donde surgen las prácticas del
french cancan y del «déshabillage», de la danza
exótica, del burlesque americano, de la extravaganza, del
lap-dancing o del table-dancing. Las primeras
performances que codifican el desnudo son fruto del desplazamiento de
las técnicas de seducción de las prostitutas en los burdeles a
otros espacios de entretenimiento urbanos.
En
otros casos, como el famoso Coucher d'Yvette, las performances
de desnudo teatralizan en el espacio público una viñeta del
interior doméstico: el espectador tiene acceso a ver cómo Yvette se
desviste antes de acostarse en su cama. Todas estas performances
tienen en común la utilización del vestido y de su opacidad o
transparencia como un marco teatral con respecto al cual el cuerpo se
descubre. Aquí el marco que envuelve al cuerpo, que comprende
pelucas, tejidos, plumas, e incluso armaduras esculturales, funciona
como una arquitectura masturbatoria que al mismo tiempo lo oculta y
lo desvela, lo cubre y lo expone.
Durante
el siglo XIX, la misma dialéctica entre pudor y seducción que
afecta al cuerpo y su destape lleva a la burguesía a «vestir los
muebles», inventando pantalones que cubren las patas de los pianos,
Como ha mostrado Marcela Iacub siguiendo a Foucault, las definiciones
legales de «obscenidad» y «pornografía» que aparecen en esta
época y que afectan a la representación del cuerpo y de la
sexualidad no tienen tanto que ver con el contenido de la imagen, con
aquello que se muestra, sino más bien con la regulación del uso del
espacio público y con la ficción de la domesticidad privada y del
cuerpo íntimo, baluartes de la cultura burguesa. Las diversas
regulaciones antiobscenidad y antipornografía no buscan reprimir o
hacer desaparecer la representación de la sexualidad, sino más bien
«distribuirla en el espacio», «segmentarla en dos regímenes
opuestos de visibilidad, uno privado y otro público, definidos en
función de los espacios que ocupan. En el espacio privado era
posible gozar de las libertades sexuales prohibidas por el código
penal, mientras que en el espacio público era necesario esconderse».
Lo que caracteriza a los actos y representaciones sexuales como
lícitos o ilícitos no es su contenido, sino el lugar en el que
éstos se llevan a cabo. La sexualidad moderna no existe, por tanto,
sin una topología política: la aparición de un muro regulador que
divide los espacios en públicos (es decir, vigilados por el ojo
moral del Estado) y privados (vigilados únicamente por la conciencia
individual o por el silencioso ojo de Dios).
Playboy
vendrá a sacudir precisamente esta regulación de los espacios
privados y públicos que se opera a través de la vigilancia y la
mirada. La transgresión que Playboy suscita durante la guerra
fría no depende de los cuerpos que se muestran sino del intento de
modificar la frontera política que separa los espacios públicos y
privados. El mejor ejemplo de esta voluntad de desplazar las
fronteras de lo público no son únicamente los desplegables de
desnudos pin-ups, sino sobre todo los artículos y reportajes
que dejan al descubierto el interior de los apartamentos, de los
áticos de soltero y de la Mansión. Aplicando a la casa las técnicas
masturbatorias y pornográficas inventadas por el teatro de cabaret,
Playboy llevaba a cabo en las páginas de la revista un
striptease de los espacios que hasta entonces habían permanecido
ocultos. La revista estaba desnudando frente a los ojos de
Norteamérica el espacio privado, sacudiendo así sus convenciones y
sus códigos de representación.
En
Pornotopía. Arquitectura y sexualidad en “Playboy” durante
la guerra fría, de Beatriz Preciado.
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