¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

lunes, 11 de marzo de 2019

La ética como amor fati.

La ética como amor fati es afirmación del acontecimiento y afirmación de la transformación en el acontecimiento. La transformación es una mutación en el modo de ser, no ir más lejos sino llegar más alto en un sentido puramente intensivo y afirmativo: una elevación de la propia potencia. La elevación de la potencia de una singularidad individual significa también la elevación de la potencia de los seres en relación.

La singularidad es individual y colectiva a la vez; la relacionalidad entre los seres es perentoria, constituye la misma trama virtual del mundo. El aislamiento de los seres entre sí, la incapacidad de sentir, de percibir las relaciones afectivas propias del devenir, trae consigo un repliegue de la potencia, que por momentos se acompaña de una extraña omnipotencia impotente que encubre la disminución de la potencia intensiva.


Los poderes de dominación encuentran en la tristeza el terreno fértil para realizar sus fines de sujeción y control. Cuando se pierde la experiencia de la propia potencia, individual y colectiva, se pierde también la posibilidad de la libertad como creación, sólo queda la resistencia. La cuestión de la creación de modos de existencia activos que sean, a su vez, una vía de singularización concierne tanto a la ética como a la política.

En estos tiempos, se dan distintas maneras de entorpecer la producción de modos de existencia activos, de interceptar la transformación. Una de las maneras corrientes es aquella que intenta obstruir los flujos del devenir cubriendo con un manto de inmovilidad los problemas, declarando la inexistencia del acontecimiento, dictaminando que aquí no pasa nada, ¿cómo podría pasar si se ha decretado que nada podía pasar?

Es preciso admitir que una de las mayores dificultades de nuestra época radica en la férrea voluntad de negación de lo que pasa y ocurre; en la condena a la inexistencia de todo aquello que introduce modificaciones en los planos existenciales, en las modalidades subjetivas vigentes. El empeño está puesto en dominar el cambio, en manipularlo introduciendo pequeñas modificaciones, de modo de continuar siempre en lo mismo. Frente a las irrupciones intensivas, propias de las circulaciones afectivas, se recurre a las explicaciones formales que normativizan las conductas y que se ofrecen, con profusión, como modelo de normalización, según la lógica del mayor rendimiento, del beneficio y la ganancia.

Sin embargo, siempre llega el momento en que no se puede seguir sosteniendo que los hechos son sólo hechos, no se puede negar que algo suceda en lo que sucede, y que ese algo nos involucre profundamente. Cuando se patentizan las fuerzas mutantes del devenir, su poder metamorfósico, se vislumbra que algo excede lo que está sucediendo. Se comienzan a experimentar las múltiples transformaciones individuales y del mundo que exigen un gran esfuerzo, una afirmación de gran envergadura. Constantemente, se intentan atajos que hagan más liviana la tarea, pero, sólo gracias a la afirmación, se encuentra la vía de la alegría que otorga la transmutación.

La ética, como amor fati, se alía con la política, resiste a la ataduras, alcanza una verdadera expansión, un incremento de la potencia individual y colectiva, abre nuevas dimensiones de los seres en mutua pertenencia con el mundo-Afuera. El pliegue y despliegue de los acontecimientos brinda la posibilidad de soltar amarras, de realizar un ejercicio ético que es, a la vez, el desarrollo de un pensamiento-acción político en relación con la vida.


En Una filosofía del porvenir. Ontología del devenir, ética y política, de Annabel Lee Teles.


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