¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

jueves, 28 de marzo de 2019

Morir a tiempo.

Muchos mueren demasiado tarde, y algunos mueren demasiado pronto. Todavía suena extraña esta doctrina, «¡Muere a tiempo!» Morir a tiempo; eso es lo que Zaratustra enseña. En verdad, quien no vive nunca a tiempo, ¿cómo va a morir a tiempo? ¡Ojalá no hubiera nacido jamás! Esto es lo que aconsejo a los superfluos.

Pero también los superfluos se dan importancia con su muerte, y también la nuez más vacía de todas quiere ser cascada. Todos dan importancia al morir, pero la muerte no es todavía una fiesta. Los hombres no han aprendido aún cómo se celebran las fiestas más bellas. Yo os muestro la muerte consumadora, que es para los vivos un aguijón y una promesa. El consumador muere su muerte victoriosamente, rodeado de personas que esperan y prometen. Así se debería aprender a morir; ¡y no debería haber fiesta alguna en que uno de esos moribundos no santificase los juramentos de los vivos!


Morir así es lo mejor; pero lo segundo es morir en la lucha y prodigar un alma grande. Tanto al combatiente como al victorioso les resulta odiosa esa vuestra gesticuladora muerte que se acerca furtiva como un ladrón, y que, sin embargo, viene como señor.

Yo os elogio mi muerte, la muerte libre, que viene a mí porque yo quiero. ¿Y cuándo querré? Quien tiene una meta y un heredero quiere la muerte en el momento justo para la meta y para el heredero. Y por respeto a la meta y al heredero ya no colgará coronas marchitas en el santuario de la vida.

En verdad, yo no quiero parecerme a los cordeleros; estiran sus cuerdas y, al hacerlo, van siempre hacia atrás. Más de uno se vuelve demasiado viejo incluso para sus verdades y sus victorias; una boca desdentada no tiene ya derecho a todas las verdades. Y todo el que quiera tener fama tiene que despedirse a tiempo del honor y ejercer el difícil arte de irse a tiempo.

Hay que poner fin al dejarse comer en el momento en que mejor sabemos; esto lo conocen quienes desean ser amados durante mucho tiempo. Hay, ciertamente, manzanas agrias, cuyo destino quiere aguardar hasta el último día del otoño; a un mismo tiempo se ponen maduras, amarillas y arrugadas.

En unos envejece primero el corazón, y en otros, el espíritu. Y algunos son ancianos en su juventud; pero una juventud tardía mantiene joven durante mucho tiempo. A algunos el vivir se les malogra; un gusano venenoso les roe el corazón. Por ello, cuiden tanto más de que no se les malogre el morir. Algunos no llegan nunca a estar dulces, se pudren ya en el verano. La cobardía es lo que los retiene en su rama. Demasiados son los que viven, y durante demasiado tiempo penden de sus ramas. ¡Ojalá viniera una tempestad que hiciese caer del árbol a todos esos podridos y comidos de gusanos! ¡Ojalá viniesen predicadores de la muerte rápida! ¡Éstos serían para mí las oportunas tempestades que sacudirían los árboles de la vida! Pero yo oigo predicar tan sólo la muerte lenta y paciencia con todo lo «terreno» (…)
 
En Así habló Zaratustra, de Friedrich Nietzsche.

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