¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

jueves, 7 de julio de 2016

Borges y la memoria.

Entre las Ficciones (1935-1944) de Jorge Luis Borges, “Funes el memorioso” (1942) lleva la relación entre la memoria, la historia y el individuo a un lugar sin límites. En ella el personaje central, Ireneo Funes, vecino de Fray Bentos, abatido por un caballo y con 19 años, adquiere la capacidad de recordar cada detalle de lo que está a su alrededor, de lo que se mueve, de lo que lee, de lo que vivió y de lo que vive. Pero no sólo eso; a cada recuerdo Funes le agrega un olor, una posición, un sentimiento. Podía recordar un día entero en todos sus segundos, lo cual le tomaba otro día entero. Construía ejercicios memorísticos complejos, como un vocabulario infinito para la serie natural de los números y un catálogo mental de todas las imágenes del recuerdo. Funes lo recordaba todo.


Tullido por la caída del caballo, “sin esperanza”, Ireneo pasaba sus horas en un catre en su casa “puestos los ojos en la higuera del fondo o en una telaraña” y, por las tardes, en la ventana, detrás de la reja, recalcando su “condición de eterno prisionero”. ¿Cuál era la cárcel de Funes? Su memoria prodigiosa y su inmovilidad; aunque él veía en su condición un “precio mínimo” a pagar por su don. Empero, aunque el prodigio de recordarlo todo era maravilloso, Funes en cambio no podía ir más allá del recuerdo. El otro personaje del cuento de Borges, el que cuenta la historia del memorioso, sospechaba que Funes no era muy capaz de pensar. “Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos”, comenta.

Hace unos años Roxana Kreimer, y otras analistas de Borges, habían argumentado que este cuento puede haberse inspirado en la lectura de “De la utilidad y de los inconvenientes de los estudios históricos para la vida” de Nietzsche, texto publicado en su libro Consideraciones Intempestivas (1873-1876). En dicho trabajo, Nietzsche propone imaginar un hombre que estuviera absolutamente desprovisto de la capacidad de olvidar, condenado a ver en todas las cosas el devenir. Nietzsche piensa que una persona así, “no creería en su propia existencia… vería todo disolverse en una multitud de puntos móviles, perdería pie en ese fluir del devenir… apenas se atreverá a levantar el dedo”. Nietzsche nos propone entonces un conjunto de consideraciones sobre la historia que vale la pena recordar. De acuerdo con él:

Un fenómeno histórico pura y completamente conocido, reducido a fenómeno cognoscitivo es, para el que así lo ha estudiado, algo muerto, porque a la vez ha reconocido allí la ilusión, la injusticia, la pasión ciega y, en general, todo el horizonte terrenamente oscurecido de ese fenómeno, y precisamente en ello su poder histórico [geschichtlich]. Este poder queda ahora, para aquel que lo ha conocido, sin fuerza, pero tal vez no queda sin fuerza para aquel que vive”.

La historia concebida como ciencia pura, y aceptada como soberana, sería para la humanidad una especie de conclusión y ajuste de cuentas de la existencia. La cultura histórica es algo saludable y cargado de futuro tan solo al servicio de una nueva y potente corriente vital, de una civilización naciente, por ejemplo; es decir, solo cuando está dominada y dirigida por una fuerza superior, pero ella misma no es quien domina y dirige.

En la medida en que está al servicio de la vida, la historia sirve a un poder no histórico y, por esta razón, en esa posición subordinada, no podrá y no deberá jamás convertirse en una ciencia pura como, por ejemplo, las matemáticas. En cuanto a saber hasta qué punto la vida tiene necesidad de los servicios de la historia, esta es una de las preguntas y de las preocupaciones más graves concernientes a la salud de un individuo, de un pueblo, de una cultura. Cuando hay un predominio excesivo de la historia, la vida se desmorona y degenera y, en esta degeneración, arrastra también a la misma historia”.

En su texto, Nietzsche trata de probar estas tesis, partiendo de la premisa de que la vida necesita tanto de la historia así como un exceso de historia daña a lo viviente. Lo que se encuentra al final de dicho ejercicio, como indica Kreimer, es el interés de Nietzsche de que las historias que se cultivan (y que él divide en historia anticuario, historia monumental e historia crítica) se conjuguen de tal forma que permitan a la historia ayudar a la humanidad, ante todo, a vivir.

Esta visión está también expuesta en el Funes de Borges. Hay algo en Ireneo, ya recreado en Nietzsche, que hace que la forma en que experimenta el recuerdo sea escandalosa. Funes siente hasta el más minucioso detalle del recuerdo de la manera más vivida. En cierto sentido, Funes sufre por el recuerdo total. Y al hacerlo afecta la vida del que está a su lado, quien al precisar la manera en que Ireneo vive el pasado, se entorpece por “el temor de multiplicar ademanes inútiles”.

Kreimer recurre entonces a Walter Benjamin:

“La historia monumental, aquella que se nutre de la fuerza para el cambio en el ejemplo a imitar, en ‘la posibilidad de que lo que alguna vez fue sublime vuelva a serlo’ para Benjamin representa la transformación que suscita una lucha de clases que debe abrevar en el recuerdo y en el dolor por los antepasados esclavizados y no en la imagen menos vigorosa de los descendientes liberados. Benjamin invierte la flecha progresista disparada al futuro por la socialdemocracia alemana, que en su opinión ha desarticulado la fuerza de la clase obrera sepultando las injusticias pasadas en nombre de un futuro incierto. El Angelus Novus vuelve su rostro hacia el pasado; querría despertar a los muertos y recomponer la ruina de catástrofes que se amontonan a sus pies. Justamente la historia monumental tipificada por Nietzsche y en la que se inspira Benjamin es la historia que hace presente las desgracias de otros tiempos al hombre que sufre y tiene necesidad de consuelo: no es ésta una historia de doblegamiento y conformismo, no se trata de la conservación ni de la veneración de la historia anticuario sino de la combinación de lo que Nietzsche denomina historia crítica, una historia que juzga y condena las iniquidades del pasado, con una historia monumental que obra a favor del cambio como remedio contra la resignación”.

Pero es hora de volver a Borges. Borges, como han mostrado independientemente Marcelo Pellegrini y Víctor Gustavo Zonana, había señalado en su “Fragmento sobre Joyce” (1941) que su Funes tenía cierta relación con el escritor irlandés y efectivamente recuerda también a Nietzsche. Borges escribió en esa especie de obituario de Joyce: “Entre las obras que no he escrito ni escribiré (pero que de alguna manera me justifican, siquiera misteriosa y rudimental) hay un relato de unas ocho o diez páginas que se titula ‘Funes el memorioso’… Del compadrito mágico de mi cuento cabe afirmar que es un precursor de los superhombres, un Zarathustra suburbano y parcial; lo indiscutible es que es un monstruo. Lo he recordado porque la consecutiva y recta lectura de las cuatrocientas mil palabras de Ulises exigiría monstruos análogos”.

Borges publicó su cuento sobre el memorioso un año después de su texto sobre Joyce. Pero su interés por la memoria permaneció en otras de sus obras. Vale la pena recordar dos cuentos más. Uno es “El otro” (1975), donde Borges juega con el contacto con el recuerdo a partir de un encuentro consigo mismo, pero joven. El relato presenta al río Charles como un conducto que, semejante al fluir de la memoria, hace que Borges recuerde: “El agua gris acarreaba largos trozos de hielo. Inevitablemente, el río hizo que yo pensara en el tiempo. La milenaria imagen de Heráclito”. El río y el tiempo; dos conceptos que apuntan al fluir. El hielo, duro, asemeja a pedazos de recuerdo fuertes que se desplazan por ese río de la memoria que obliga a volver al pasado. Heráclito, en uno de sus fragmentos, aseguró que nadie podía bañarse dos veces en el mismo río. Borges recupera esa idea, pero parece transformarla al pensarse (quizás recordarse) en una situación similar a aquella, en algún tiempo de su pasado. El río que fluye, le devuelve a Borges un recuerdo que fluye rápido y que lo hace enfrentar la memoria de su juventud, cuando todavía no tenía la historia que tiene de viejo. Y aun así, y a pesar de todas las preguntas que el otro Borges, el joven, le hace al Borges viejo sobre su vida, sus lecturas, sus libros y su oficio, el olvido aparece recurrentemente en este cuento como un hermano gemelo de la memoria y como aquel que le puede otorgar al individuo la capacidad de dejar que fluya el recuerdo sin quedarse solamente en él. El otro Borges y el Borges viejo son dos buenas representaciones de esa relación entre el olvido y la memoria como dos caras de la misma cosa.


Borges insistió en el asunto del olvido en varios de sus poemas, siendo uno de los más citados “Soy” (también publicado en 1975) y especialmente el verso: “Soy, tácitos amigos, el que sabe que no hay otra venganza que el olvido ni otro perdón”. Borges pudo haber tenido en mente su propia historia política al interior de la Argentina cuando escribió sobre el olvido. Para él, el olvido era un “arte” y algo conveniente de poder hacer en algunos casos.

El olvido, como venganza, estaría en todo caso a tono con la visión del río que fluye y en contraste con un recuerdo non grato que se queda.

Y, por citar el segundo cuento indicado, Borges vuelve al asunto de la memoria, esta vez como peso de la identidad, en su cuento “La memoria de Shakespeare” (1983). En ese memorable cuento, la memoria de otro (nada menos que Shakespeare), invade la memoria de un inquilino (Hermann Soergel, un profesor que ha dedicado su vida al estudio del escritor inglés) pasando del placer del devoto por el recuerdo, al rechazo del poder de recordar lo que otro hizo y fue. El cuento, como los otros dos ya citados, merece más. Por ahora, vale la pena recordar un pasaje de reflexión de Sorgel una vez que sufre la memoria de Shakespeare: “A medida que transcurren los años, todo hombre está obligado a sobrellevar la creciente carga de su memoria. Dos me agobiaban, confundiéndose a veces: la mía y la del otro, incomunicable”. Borges define bien en ese cuento a la memoria como productora de identidad en el individuo. Otra vez, el exceso del recuerdo incontrolable, vuelve al individuo un prisionero. Así, Soergel lo anuncia en el cuento: “He olvidado la fecha en que decidí liberarme”. La memoria, otra vez, aparece junto al olvido. Funes no tuvo la posibilidad del olvido y seguramente no lo quería porque su fascinación por el recordarlo todo se volvió su forma de vida. La literatura de Borges, en torno a la memoria, parece explorar los extremos para evidenciar posibilidades de la experiencia con el pasado en los individuos. Habrá que profundizar más.

David Díaz Arias.

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