¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

miércoles, 6 de julio de 2016

Saber y poder en la constitución del sujeto moderno.

En la concepción de Foucault la verdad se produce. Cada sociedad tiene su régimen de verdad, su “política general” de la verdad, es decir, los tipos de discurso que acoge y hace funcionar como verdaderos o falsos, el modo cómo se sancionan unos y otros; las técnicas y los procedimientos que están valorizados para la obtención de la verdad, esto es; el estatuto de quienes están a cargo de decir lo que funciona como verdadero.

En el lugar y el momento en que se produce una verdad –y, en consecuencia, se excluye y silencia otra-, se establecen reglas del juego, se inducen formas de subjetividad, también se está ejerciendo el poder en una determinada dirección. Por lo tanto, detrás de los saberes y sus discursos de verdad, se encuentra el poder.

Precisamente por eso, Foucault señaló que su trabajo consistió en llevar a cabo una historia política de la formación de saberes y verdades; preguntarse por un acontecimiento, o por el momento de emergencia de una positividad implica interrogarse por las relaciones y mecanismos de poder a través de los cuales ha tenido lugar.


El discurso es poder. No es solamente un medio para el poder, sino el campo de batalla en que se lucha por él y, a la vez, el poder mismo por el que se lucha. Es una realidad que antecede y trasciende a los autores. Está vivo. Para Foucault el autor es un enrarecimiento más del discurso, una forma más de control que hay que demoler sistemáticamente para entenderlo. El derecho es un discurso político; el derecho es un dispositivo de poder. El poder no es una sustancia ni un misterioso atributo. El poder es un tipo específico de relaciones y prácticas entre individuos. Todas estas prácticas “constituyen una de las formas a través de las cuales nuestra sociedad define tipos de subjetividad, formas de saber y en consecuencia relaciones entre los hombres y la verdad”.

Para Foucault, el poder no es algo que posee la clase dominante; postula que no es una propiedad sino que es una estrategia. Es decir, el poder no se posee, se ejerce. En tal sentido, sus efectos no son atribuibles a una apropiación sino a ciertos dispositivos que le permiten funcionar plenamente.

El poder moderno es esencialmente poder discursivo, definido de acuerdo con una sencilla relación de transitividad: existe el poder de controlar el discurso, el discurso controla las mentes, las –que a su vez– controlan las acciones, de allí que quienes controlan la formulación y circulación de discursos -esto es, quienes los legitiman- también controlan las acciones de las personas. El poder, sin embargo no es absoluto, puesto que ningún grupo o institución controla totalmente todos los discursos al modo de un Estado orwelliano. Sin embargo, “controlando al menos una parte del discurso público, las elites de poder son capaces de controlar, al menos, una parte de las mentes de algunas personas”. El poder se produce a través de una transformación técnica de los individuos o lo que se puede llamar producción de lo real, que no sería más que la forma moderna de servidumbre que es designada con el nombre de “normalización”.

Así pues, saber y poder siempre se encuentran íntimamente ligados e implicados. Las ciencias humanas producen verdades que traspasan los límites de lo puramente académico y se extienden por todo el tejido social, es decir, que ponen en circulación verdades y conjuntos de reglas que deben ser acatadas y seguidas. Esto ocurre porque, al ejercer el poder, se crean objetos de saber que posteriormente se utilizan; por otra parte, el detentar un saber conlleva efectos de poder. El poder, entonces, es al mismo tiempo objeto e instrumento del saber.

Formación de saber y aumento de poder se refuerzan regularmente según un proceso circular. El hospital primero, después la escuela, y más tarde aún el taller, han llegado a ser, gracias a las disciplinas, unos aparatos tales que todo mecanismo de objetivación puede valer como instrumento de sometimiento, y todo aumento de poder da lugar a unos conocimientos posibles.

De este modo, el poder es ejercido encerrando y excluyendo, desplegando un control sobre los individuos y sobre los discursos de verdad. Al mismo tiempo, las ciencias humanas producen saber a partir de este encierro, saber que, a su vez, afina el encierro y la exclusión de forma que el poder disciplinario y saber de las ciencias humanas se implican en un bucle de retroalimentación mutua. No nos sorprende, entonces, que, tanto hace dos siglos como en la actualidad, sean los especialistas cuyos saberes están inscritos bajo el dominio del alma, esto es, los expertos en ciencias humanas, los encargados de supervisar los castigos en las prisiones (psicólogos, médicos y trabajadores sociales, entre otros) y la sanción o aprobación de las conductas en general (psicólogos y médicos de nuevo, pedagogos, sexólogos, educadores y profesores, etc.). En el alma del ser humano contemporáneo todavía se pueden reconocer los signos de ciertas tecnologías de poder sobre el cuerpo en las que las ciencias humanas tienen mucho que ver.

Para Foucault la vida está atravesada por los dispositivos de saber-poder. Tanto en el caso de Nietzsche, como en el de Foucault, la descripción de las relaciones de poder siempre tiene como objetivo fundamental descubrir los espacios por donde sería posible abrir líneas de fuga.

La tesis fundamental de Foucault es la siguiente:

“[…] en toda sociedad la producción del discurso está a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar los poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad”.

El discurso no es simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse. Lo que Nietzsche llamó “voluntad de poder” o de apropiamiento.

Liliana Vásquez Rocca.

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