Cerca de la
madrugada, ya medio curado de espantos, reconfortado por el calor suave del
árbol que lo abrazaba, don José entró en el sueño con notable tranquilidad,
mientras el mundo a su entorno, lentamente, iba surgiendo de las sombras
malévolas de la noche y de las claridades ambiguas de la luna que se despedía.
Cuando don José abrió los ojos, el día clareaba. Estaba aterido, el amigable
abrazo vegetal no debió de ser más que otro sueño engañoso, a no ser que el
árbol, considerando cumplido el deber de hospitalidad a que todos los olivos,
por propia naturaleza, están obligados, lo hubiera soltado de sí antes de
tiempo y abandonado sin recursos a la frialdad de la finísima neblina que
flotaba, a ras de suelo, sobre el cementerio. Don José se levantó con
dificultad, sintiendo que le crujían todas las articulaciones del cuerpo, y
avanzó torpemente buscando el sol, al mismo tiempo que sacudía los brazos con
fuerza para calentarse.
Al lado de la sepultura de la mujer desconocida, mordisqueando la hierba
húmeda, había una oveja blanca. Alrededor, aquí y allí, otras ovejas pastaban.
Y un hombre mayor, con un cayado en la mano, venía hacia don José. Lo
acompañaba un perro vulgar, ni grande ni pequeño, que no daba señales de
hostilidad, aunque tenía todo el aire de estar esperando una orden del dueño
para manifestarse. El hombre paró al otro lado de la tumba con la actitud
inquisitiva de quien, sin pedir una explicación, cree que se la deben, y don
José dijo, Buenos días, a lo que el otro respondió, Buenos días, Bonita mañana,
No está mal, Me dormí, dijo después don José, Ah se durmió, repitió el hombre
en tono de duda, Vine aquí para ver la tumba de una persona amiga, me senté a
descansar debajo de aquel olivo y me dormí, Pasó aquí la noche, Sí, Es la
primera vez que encuentro a alguien a estas horas, cuando traigo las ovejas a
pastar, Durante el resto del día, no, preguntó don José, Parecería mal, sería
una falta de respeto, las ovejas metiéndose por medio de los entierros o
dejando cagarrutas cuando las personas que vienen a recordar a sus seres
queridos andan por ahí rezando y llorando, aparte de eso, los guías no quieren
que se les incomode cuando están cavando las fosas, por eso no tengo otro
remedio que traerles unos quesos alguna que otra vez para que no se quejen al
curador, Siendo el Cementerio General, por todos lados, un campo abierto,
cualquier persona puede entrar, y quien dice personas, dice bichos, me
sorprende no haber visto ni un perro o un gato desde el edificio de la
administración hasta aquí, Perros y gatos vagabundos no faltan, Pues yo no
encontré ninguno, Anduvo todos esos kilómetros a pie, Sí, Podía haber venido en
el autobús de línea, o en taxi, o en su automóvil, si lo tiene, No sabía cuál
era la sepultura, por eso tuve que informarme primero en la administración, y
después, como el día estaba hermoso, decidí venir andando, Es raro que no le
hayan mandado que dé la vuelta, como hacen siempre, Les pedí que me dejasen
pasar, y ellos me autorizaron, Es arqueólogo, No, Historiador, Tampoco, Crítico
de arte, Ni pensarlo, Investigador heráldico, Por favor, Entonces no entiendo
por qué quiso hacer toda esa caminata, ni cómo consiguió dormir en medio de las
sepulturas, acostumbrado estoy yo al paisaje y no me quedaría ni un minuto
después de la puesta de sol, Ya ve, me senté y me quedé dormido, Es usted un
hombre de valor, Tampoco soy hombre de valor, Descubrió a la persona que
buscaba, Es esa que está ahí, a sus pies, Es hombre o mujer, Es mujer, Todavía
no tiene nombre, supongo que la familia estará tratando lo de la lápida, he
observado que las familias de los suicidas, más que las otras, descuidan esa
obligación elemental, quizá tengan remordimientos, deben de pensar que son
culpables,
Es posible, Si no nos conocemos de ninguna parte, por qué responde a
todas las preguntas que le hago, lo más natural sería que me dijese que no
tengo por qué meterme en su vida, Es ésta mi manera de ser, siempre respondo
cuando me preguntan, Es subalterno, subordinado, dependiente, camarero, mozo de
recados, Soy escribiente de la Conservaduría General del Registro Civil,
Entonces vino aposta para saber la verdad sobre el terreno de los suicidas,
pero antes de que se la cuente, tendrá que jurarme solemnemente que nunca
desvelará el secreto a nadie, Lo juro por lo más sagrado que tengo en la vida,
Y qué es para usted, ya puestos, lo más sagrado de su vida, No sé, Todo, O
nada, Tiene que reconocer que va a ser un juramento un tanto vago, No veo otro
que valga más, Hombre, jure por su honra, antes era el juramento más seguro,
Pues sí, juraré por mi honra, pero mire que el jefe de la Conservaduría se
hartaría de reír si oyese a uno de sus escribientes jurando por la honra, Entre
pastor de ovejas y escribiente es un juramento suficientemente serio, un
juramento que no da ganas de reír, por lo tanto nos quedaremos con él, Cuál es
la verdad del terreno de los suicidas, preguntó don José, Que en este lugar no
todo es lo que parece, Es un cementerio, es el Cementerio General, Es un
laberinto, Los laberintos pueden verse desde fuera, No todos, éste pertenece a
los invisibles, No comprendo, Por ejemplo, la persona que está aquí, dijo el
pastor tocando con la punta del cayado el montículo de tierra, no es quien
usted cree. De repente, el suelo osciló bajo los pies de don José, la última
pieza del tablero, su última certeza, la mujer desconocida finalmente
encontrada, acababa de desaparecer, Quiere decir que ese número está
equivocado, preguntó temblando, Un número es un número, un número nunca engaña,
respondió el pastor, si levantasen de aquí éste y lo colocaron en otro sitio,
aunque fuese en el fin del mundo, seguiría siendo el número que es, No le
entiendo, Ya va a entenderme, Por favor, mi cabeza está confusa,
Ninguno
de los cuerpos que están aquí enterrados corresponde a los nombres que se leen
en las placas de mármol, No me lo creo, Se lo digo yo, Y los números, están
todos cambiados, Por qué, Porque alguien los muda antes de que traigan y
coloquen las piedras con los nombres, Quién hace eso, Yo, Pero eso es un
crimen, protestó indignado don José, No hay ninguna ley que lo diga, Voy a
denunciarlo ahora mismo a la administración del Cementerio, Acuérdese de que ha
jurado, Retiro el juramento, en esta situación no vale, Puede siempre poner la
palabra buena sobre la mala palabra, pero ni una ni otra podrán ser retiradas,
palabra es palabra, juramento es juramento, La muerte es sagrada, Lo que es
sagrado es la vida, señor escribiente, por lo menos así se dice, Pero tiene que
haber, en nombre de la decencia, un mínimo de respeto por los muertos, vienen
aquí las personas a recordar a sus parientes y amigos, a meditar o a rezar, a
poner flores o a llorar delante de un nombre querido, y ya ve, por culpa de la
malicia de un pastor de ovejas, el nombre auténtico del enterrado es otro, los
restos mortales venerados no son de quien se supone, la muerte así, es una
farsa, No creo que haya mayor respeto que llorar por alguien que no se ha
conocido, Pero la muerte, Qué, La muerte debe ser respetada, me gustaría que me
dijera en qué consiste, en su opinión, el respeto por la muerte, Sobre todo, en
no profanarla, La muerte, como tal, no se puede profanar, Sabe muy bien que
estoy hablando de los muertos, no de la muerte en sí misma, Dígame dónde
encuentra aquí el menor indicio de profanación, Haberles trocado los nombres no
es chica profanación, Comprendo que un escribiente de la Conservaduría del
Registro Civil tenga esas ideas acerca de los nombres. El pastor se
interrumpió, hizo una señal al perro para que fuera a buscar a una oveja
descarriada, después continuó, Todavía no le he dicho por qué razón comencé a
cambiar las chapas en que están escritos los números de las sepulturas, Dudo
que me interese saberlo, Dudo que no le interese, Dígame, Si fuese cierto, como
es mi convicción, que las personas se suicidan porque no quieren ser
encontradas, éstas de aquí, gracias a lo que usted llamó la malicia del pastor
de ovejas, quedarán definitivamente libres de intromisiones, la verdad es que
ni yo mismo, aunque lo quisiese, sería capaz de acordarme de los sitios
cabales, sólo sé lo que pienso cuando paso ante una de esas lápidas con el
nombre completo y las respectivas fechas de nacimiento y muerte, Qué piensa, Que
es posible no ver la mentira incluso cuando la tenemos delante de los ojos. Ya
hacía mucho tiempo que la neblina había desaparecido, ahora se advertía cómo
era de grande el rebaño. El pastor hizo con el cayado un movimiento sobre la
cabeza, era una orden al perro para que fuese reuniendo al ganado. Dijo el
pastor, Es hora de irme con las ovejas, no sea que comiencen a llegar los
guías, ya veo las luces de los coches, pero aquéllos no vienen aquí, Yo me
quedo, dijo don José, Realmente está pensando en denunciarme, preguntó el
pastor, Soy un hombre de palabra, lo que juré está jurado, Además, seguro que
le aconsejarían callarse, Por qué, Imagínese el trabajo que daría desenterrar a
todas estas personas, identificarlas, muchas de ellas no son más que polvo
entre polvo. Las ovejas ya estaban reunidas, alguna, algo retrasada, saltaba
con agilidad sobre las tumbas para huir del perro y juntarse a sus hermanas.
El pastor preguntó, era amigo o pariente de la persona que vino
a visitar, Ni siquiera la conocía, Y a pesar de eso la buscaba, La buscaba
porque no la conocía, Ve cómo yo tenía razón cuando le dije que no hay mayor
respeto que llorar a una persona que no se ha conocido, Adiós, Puede ser que
todavía nos encontremos alguna vez, No creo, Nunca se sabe, Quién es usted, Soy
el pastor de estas ovejas, Nada más, Nada más. Una luz centelleó a lo lejos,
Aquél viene hacia aquí, dijo don José, Así parece, dijo el pastor. Con el perro
al frente, el rebaño comenzó a moverse en dirección al puente. Antes de
desaparecer tras los árboles de la otra orilla, el pastor se volvió e hizo un
gesto de despedida. Don José levantó también el brazo. Se veía ahora mejor la
luz intermitente del coche de los guías. De vez en cuando desaparecía,
escondida por los accidentes del terreno o por las construcciones irregulares
del Cementerio, las torres, los obeliscos, las pirámides, después reaparecía
más fuerte y más próxima, y venía deprisa, señal evidente de que los
acompañantes no eran muchos.
La intención de don José, cuando dijo al pastor, Yo me quedo,
era permanecer a solas unos minutos más antes de ponerse de nuevo en camino. La
única cosa que quería era pensar un poco en sí mismo, encontrar la medida justa
de su decepción, aceptarla, poner el espíritu en paz, decir de una vez, Se
acabó, pero ahora le había surgido otra idea. Se aproximó a una sepultura y
adoptó la actitud de alguien que está meditando profundamente en la irremisible
precariedad de la existencia, en la vacuidad de todos los sueños y de todas las
esperanzas, en la fragilidad absoluta de las glorias mundanas y divinas.
Cavilaba con tanta concentración que no dio muestras de haber reparado en la
llegada de los guías y de la media docena de personas, o poco más, que
acompañaban al entierro. No se movió durante el tiempo que duró la apertura de
la fosa, la bajada del ataúd, el relleno del hueco, la formación del
acostumbrado montículo con la tierra sobrante. No se movió cuando uno de los
guías clavó en la parte de la cabecera la chapa metálica negra con el número de
la sepultura en blanco. No se movió cuando el automóvil de los guías y el coche
fúnebre se apartaban, no se movió durante los escasos dos minutos que los
acompañantes aún se mantuvieron al pie de la sepultura diciendo palabras
inútiles y enjugando alguna lágrima, no se movió cuando los dos automóviles que
los trajeron se pusieron en marcha y atravesaron el puente. No se movió hasta
que no se quedó solo. Entonces retiró el número que correspondía a la mujer
desconocida y lo colocó en la sepultura nueva. Después, el número de ésta fue a
ocupar el lugar de otro. El trueque estaba hecho, la verdad se había convertido
en mentira. En todo caso, bien podría suceder que el pastor, mañana,
encontrando allí una nueva tumba, lleve, sin saberlo, el número falso que en
ella se ve a la sepultura de la mujer desconocida, posibilidad irónica en que
la mentira, pareciendo repetirse a sí misma, volvería a ser verdad. Las obras
de la casualidad son infinitas. Don José se marchó a casa. Por el camino, entró
en una pastelería. Tomó un café con leche y una tostada. Ya no aguantaba más el
hambre.
En Todos los nombres, de José Saramago.
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