Cuentan
que cuando apareció el público quedó muy impresionado. Estaba muy
viejita, frágil. La acompañaron hasta un sillón y la ayudaron a
sentarse. Ella tomó un poco de vino y empezó a contar historias.
Las recordaba y las volvía a contar sin ningún papel entre sus
arrugadas manos. Los jóvenes que estaban allí presente la miraban
asombrados y silenciosos; la anciana era como una aparición, ¿de
dónde vendría? ¿Quién sería? Hoy no importa. Basta con recordar
que ella dijo una vez: “todas las penas pueden ser soportadas si
las conviertes en una narración”.
Hay
algo extraño en esto de contar historias. Nos entendemos, a nosotros
mismos y a los otros, en función de una buena historia. Y ello vale
tanto para un escritor como para quien no sabe leer ni escribir pero
que cada noche, en algún lugar del mundo, hace un cuento que
probablemente escuchó de su abuelo y le agrega o quita elementos
para hacerlo más cercano.
Crecemos
a través de narraciones, las primeras que recibimos son bien
simples, “había una vez…”. Luego se van complicando más, se
multiplican las tramas, los personajes, las relaciones, los
desenlaces. Pero estructuralmente seguimos anclados en esta extraña
necesidad de contarnos, todo el tiempo, historias. Empezamos a
conversar de esto con Daniele en relación a su visión del clown y
el teatro. Lo que fuimos hilvanando, a fin de cuentas, no es otra
cosa que una historia sobre un contador de historias.
Pregunta:
¿Cuál es la relación que hay entre la acción teatral y la
historia que se quiere contar?
Respuesta:
Difícil decirlo. Muchas veces no quiero contar una historia, es
más recrear un mundo interior hecho de imágenes que se superponen
como en los sueños. Me agarro a pequeñas anécdotas, encuentro
fragmentos, descubro sensaciones que me permiten viajar en una
memoria reinventada. Cuando hay historias entonces trato de contarlas
sin desperdiciarlas, busco una perspectiva sencilla y nueva. Existe
el gesto ¿Existe la acción teatral? ¿Cómo fragmentar el tiempo,
cómo suspenderlo y analizarlo? ¿Cómo hacerlo revivir sobre un
escenario? Hay actores de varios géneros que pertenecen a
tradiciones distintas. Yo formo parte de una familia de actores que
nos hacemos llamar clown. Mi trabajo se resume en un pequeño
ejercicio: mientras vivo un hecho, paseando de tarde por el parque,
viajando en tren, comiendo en familia, cuento mentalmente los sucesos
que estoy viviendo, como si se los estuviera relatando a un amigo. De
esta forma cualquier cosa, un atardecer, un pastel de chocolate, el
color de un campo de patatas, se vuelven inolvidables, y yo, junto a
aquellos que me acompañan, nos transformamos en héroes. Soy un
clown y cuento historias de héroes perdedores, de aquellos que hacen
lo que pueden con lo que son, que con honor y dignidad pierden casi
siempre. Aquellos que al final de la historia se desvanecen
discretamente.
P:
Lo contrario de lo que solemos entender por héroe…
R:
No todos nos reconocemos con aquellos héroes que desde el tiempo
de los griegos hasta la fecha nos sorprenden por su fuerza, su
extrema capacidad de soportar el dolor, superar obstáculos gigantes
y vencer a cientos de monstruos mientras
siguen siendo bellos e inteligentes. Yo sueño con historias hechas
de sucesos más simples, más cotidianos, más extraordinariamente
comunes… “él estaba
ahí pensando si sería capaz de no traicionar en toda su vida”…
El
teatro, el arte, la literatura, tienen esa capacidad de ayudarnos a
encontrar resonancias internas. La posibilidad de contarte a ti mismo
tu propia historia, en el mismo momento que la estás viviendo,
trasforma un suceso normal en un hecho extraordinario. Lo cotidiano
se vuelve especial y la vida aparentemente común se vuelve heroica.
Para aprender a ser un
héroe se necesita atravesar la propia vida buscando convertir cada
instante en inolvidable. Yo, en un constante monólogo interior, le
describo a un tercero inexistente todo lo que en el presente me está
pasando, pero uso el tiempo pasado, como si todo fuese ya un
recuerdo.
(Daniele
Finzi Pasca, La tromba rossa, 1999)
P:
Si entiendo bien este tipo de heroicidad cotidiana que te impulsa
a levantarte todos los días y hacer la historia, no es sólo del
clown. Puede aplicarse a la campesina que se levanta en la noche a
ordeñar; el abogado que quiere ganar el juicio; etcétera. ¿El
clown sería entonces un modo de encarar cualquier tipo de vida?
R:
En un cierto sentido sí. Lo hacemos utilizando estrategias
propias. Mudamos algunos equilibrios, cambiamos las medidas,
amplificamos ciertos detalles, ponemos arriba de un escenario y bajo
su luz artificial una historia, un hecho que danzamos e invitamos a
danzar al público.
P:
Pero quien descubre esas estrategias propias no sería alguien
tan normal.
R:
La gente que quiero está hecha de esa materia tan frágil y
bella. Son seres vulnerables, inestables, son fuertes porque tienen
raíces profundas y no porque saben batallar; se defienden en
silencio, gritan como locos porque tienen miedo a las inyecciones, se
desvanecen viendo la sangre, no saben qué decir y se acercan y nos
abrazan para defendernos de ciertas preguntas. Mis padres, mi amor,
ciertos amigos, son muchos los que están hechos de esta materia tan
especial. Yo me dedico a contar sus historias.
El hombre se refugió de
la humedad con una manta y quedó largo rato en silencio. Pensaba en
cómo se había vuelto difícil entender la vida, cómo era
complicado saberla aprehender, cuántas teorías, cuántas palabras.
Se sentía extremadamente responsable de la suerte de su hija, de su
elección, de su serenidad.
(Daniele
Finzi Pasca, L´attraversata, in Come acqua allo specchio)
P:
Sin embargo, también hay en el clown una idea de destreza, de
virtuosismo, de superación y esfuerzo, no sé si para llegar a ser
un Aquiles, pero sí para ser alguien mejor, con mayor conocimiento
de su fuerza, su cuerpo, su capacidad de lenguaje. ¿Cómo se
compatibiliza eso con la idea de que todos podemos vivir
heroicamente, independientemente de la vida que llevemos adelante?
R:
Una cosa es un artista que se forma en las técnicas que necesita
su arte y otra cuestión es la naturaleza del clown como personaje,
como portador de historias. Para actuar sobre el escenario se
necesita de virtuosismo. La forma es tan importante como el
contenido. Una bonita historia es sólo la mitad de la obra, el resto
es forma, capacidad de sorprender, de crear, de transformarse, es
búsqueda del gesto intuitivamente perfecto, sencillo. Las
estructuras formales más fuertes producen ligereza.
P:
¿Se nace con esa capacidad virtuosa para contar historias?
R:
El talento es una gran cuestión. Creo que es algo que uno tiene
desde el principio y lleva siempre consigo. Es una injusticia extraña
de los dioses que permiten a uno lograr en cinco minutos lo que tú
llevas horas o años de luchas diarias. Es así… desgraciadamente
injusto… pero por otro lado talento es una palabra muy bonita para
volar.
P:
¿Talento?
R:
Sí. Era el nombre de una moneda. Recuerda la parábola del que
creía que podía fructificar su talento si lo enterraba en la tierra
y resulta que no. 1 (1
Parábola de los Talentos, Mateo 25, 14-30.) El talento
crece en el intercambio, hay que usarlo para que fructifique, si uno
lo entierra y no lo comparte no sirve de nada, más allá de que uno
nazca con él. No se explicaría Mozart, no se explicarían los
genios de la historia que logran en pocos años lo que otros se pasan
estudiando toda la vida. El talento viene de nacimiento pero después
se tiene que desarrollar para que de sus frutos. Cuando encuentro a
alguien con talento quedo siempre fascinado. Es una calidad humana
que me pone de buen humor, que me hace sonreír, me conmueve.
P:
¿Cómo es la relación entre el genio y el talento para ti, son
sinónimos?
R:
Creo que el genio sería el que tiene una enorme facilidad para
desarrollar su talento, realiza menos esfuerzo en lograr los
objetivos que a otros les llevan toda la vida.
Continúa a respirar por
las orejas, continúa... Si no lo construyes en torno a algo no sirve
para nada. Mi abuela levitaba tres metros, ¿sabes lo que son tres
metros? (Medoro sube sobre la mesa). Tres metros son así y
aún más.... Cuando levitaba y había invitados en casa la escondían
en la bodega. ¡Levitaba tres metros y no de esto no se hizo nada! Mi
tío hablaba con los perros. Hablaba preciso, no así en general... y
ellos le respondían preciso. Hubiera podido hablar con lobos, con
faisanes, con pulpos, con todo. (Baja de la mesa). Y de esto
no se hizo nada, ¡nada! Tú puedes morir y volver a la vida.
Respiras por las orejas. Sólo debes hacer de muerto y despertar en
el momento justo. Pero si no lo construyes en torno algo todo esto no
te sirve de nada.
(Daniele
Finzi Pasca, Brutta canaglia la solitudine, 1999)
P:
Pero habría mucha gente en el mundo que no conoce su talento ni
sabe si tiene genio para desarrollarlo; podrían ser matemáticos,
futbolistas, clowns, pero son otra cosa.
R:
Tu ves actores, ves gente de vez en cuando que tiene ojos
especiales, espíritus, cosas que te hacen sentir que ellos tienen un
fuego adentro.
P:
¿Y qué pasa con los que tienen el talento para una cosa y hacen
otra? Por ejemplo, tiene el don del acróbata pero quiere ser clown.
¿Y si alguien nace sin talento?
R:
Más importante que plantearte eso es saber que siempre hay un
aprendizaje por hacer. Charlar, escuchar, aprender, te hace llegar
muy lejos, eso es seguro.
Umbriel: Yo
necesito de alguien que esté cerca de mí, que me aconseje, que me
haga notar los errores y así yo me podría corregir. Necesito una
guía.
Anciana: Tu
trabajo, tus sacrificios no son intercambiables por consejos o
cumplidos. Estás sola, ninguno puede ayudarte.
Umbriel:
¿Entonces por qué nos encontramos todos los días?
Anciana: Tú
esperas de mi cosas que deberías exigirte a ti misma. Debes
encontrar todos los días la fuerza, la determinación y la esperanza
para llevar a término la tarea que se te ha confiado. No hay
palabras reconfortantes porque no tengo el derecho ni el deber de
consentirte.
(Daniele
Finzi Pasca, Umbriel, 1993)
P:
¿Qué relación hay entre esa búsqueda y una vida plena?
R:
Hay artistas que necesitan ciertos estados de depresión y dolor
para crear, es muy variado eso, no hay regla. En mi caso cuando todo
va perfectamente bien no tengo esa urgencia que siento en otros
momentos. A veces cuando el alma se exprime, los jugos que salen
tienen un sabor más profundo.
P:
Me refería más al hecho de que no siempre hay que estar
buscando el talento o algo escondido por desarrollar. Hay gente que
puede sentirse muy feliz con lo que hace y no necesita descubrir
nada. No sé… te lo pregunto.
R:
Tampoco yo sé que pensar. En las batallas se recuerdan los
generales y sus decisiones. Yo me ocupo de contar las historias de
los peones, ese soldado que estaba por Rusia con sus zapatos “todo
marchitándose” y se enamoró de una mujer que pasó por ahí y le
salvó la vida, porque se quedó dos años esperando volver a verla.
Y Augusto me cambió la
vida de así hasta así... Empezó diciendo: “Nos escapámonos, nos
escapámonos...” Y yo le decía: “Mira Augusto que este hospital
está muy bien organizado...” Y el seguía: “¿Tenemos ventanas
aquí?”. “Sí Augusto, tenemos una ventana pero...”“Bueno
vamos a aprender a volar y a la primera ocasión... ciao... nos
escapámonos.”
(Daniele
Finzi Pasca, Ícaro, 1988)
P:
¿Qué recuerdas que se despertó primero en tu vida: el interés
por el circo o por el teatro?
R:
Mi primer encuentro fue con el mundo de la gimnástica a través
de Fabrizio Arigoni, quien fue mi maestro, compañero de equipo y
amigo para toda la vida. Fabrizio tenía y sigue teniendo un
enamoramiento por el mundo del circo. Con algunos chiquilines empezó
a prepararnos y entrenarnos en el pasaje de la gimnasia a la
acrobacia. Yo tenía 6 o 7 años.
P:
¿Al principio entonces era gimnasia normal, de la que se aprende
en un club?
R:
No, era gimnasia artística. Pero de repente empezamos a preparar
acrobacias. Fabrizio insertó bien esta distinción entre el gesto
gímnico y el gesto acrobático. Años después fue para mí muy
importante haber conocido desde temprano la idea específica de lo
que es la acrobacia a diferencia de la gimnástica.
P:
¿Y qué es la acrobacia?
R:
El gesto acrobático, a diferencia del gesto gímnico, no
necesita de una evaluación, no se puede medir. Es algo simplemente
mítico. Se hace gimnasia para un bienestar, una superación y
perfección. Salto más alto, perfeccioné y gané la medalla. La
acrobacia viene de otro lugar del pensamiento, de algo mucho más
profundo. Los niños tiran su osito al aire y lo agarran antes de que
llegue al piso. El oso vuela y revuela, siempre más alto, con más
piruetas. ¿Por qué desde chicos nos trepamos al árbol, caminamos
por el filo del cordón, llamamos a papá y le decimos: “mira”, y
brincamos de la silla? Porque tratamos siempre de encontrar desafíos
especiales. Lo que más me interesó del circo y me sigue interesando
tiene que ver con eso: el acróbata es una respuesta al angelismo de
los dioses. Los dioses tienen sus ángeles que bajan a decirnos
cosas, nosotros tenemos los acróbatas que se elevan hasta un cierto
punto del cielo y para lograrlo luchan contra las leyes físicas,
desafían el miedo. El circo es una concentración de elementos
míticos, la representación de reflexiones muy antiguas. Cada uno de
nosotros es fascinado por distintos gestos acrobáticos. A mi me
emocionan los funámbulos y a otros los trapecistas y a otros los
malabaristas. El gesto acrobático es la representación de nuestra
forma de entender y luchar contra las leyes de la realidad.
Descubrimos al principio que el cuerpo está pegado al piso y así
empezamos a danzar gestos que nos hagan volar.
P:
¿Y dónde está el clown allí? ¿Es un acróbata?
R:
El clown interroga, lleva la historia, la humanidad. Es el
narrador. Un clown es la guía, es el Virgilio de Dante.
El clown no es un cómico,
ellos se ocupan de la estupidez humana. Por el contrario, el clown
estudia la incoherencia, y la incoherencia tiene necesidad de
inteligencia, una inteligencia que se aleja de la visión común de
los dramas, que cambia la dimensión de las cosas, que transforma la
proporción de la realidad.
(Daniele
Finzi Pasca, carta al Cirque du Soleil, febrero de 2004)
P:
¿Se le puede aplicar al clown también una noción metafórica
de acrobacia? Me refiero a que el clown también desafía las leyes,
no tanto las de la física, pero si las de la vida cotidiana, y logra
hacer una historia de un hombre que aprende a atarse los zapatos y
nos hace llorar de risa.
R:
¿Qué es un clown? Para algunos es sinónimo de payaso, sólo
existe dentro del circo y tiene tres prototipos: Blanco, Augusto y
contra-Augusto. Para otros el clown no tiene que ver necesariamente
con el circo. Definir el clown permite responder tu pregunta sobre
noción metafórica de acrobacia.
P:
Y no hay entre todos estos tipos de clowns, payasos, bufones, los
personajes de la Comedia del arte italiana,… ¿no hay entre todos
ellos un factor común?
R:
Sí, puede ser.
P:
¿Cuál es?
R:
Una definición posible, que es la que yo tengo del clown, la
primera que me viene, es la de un actor experto en danzar en el
proscenio. El proscenio es una reminiscencia de la plaza y los
teatros de antes, aquellos sin la caja negra que conocemos hoy como
escenario. El proscenio está delante del telón de boca, es un lugar
donde un actor dialoga directamente con el público sin poder actuar
porque el público, cuando estás en esa posición, tiene que
creerte. ¿Qué es esto de la creencia? Es que tú escuchas al actor
y te parece creíble lo que te cuenta. “Señoras y señores esta
noche no podremos presentarle el espectáculo como lo habíamos
imaginado.” Y tú crees que pasó algo. Se establecen ahí las
reglas del juego que nos permiten jugar juntos como cuando de niños
decíamos: “hagamos que yo era el capitán y tu eras mi enemigo”.
¿Qué es lo verdadero y
lo falso en teatro? ¿Por qué cuando vemos una hermosa flor en un
jardín decimos "es tan bonita, parece de mentira" y cuando
vemos una hermosa flor de plástico en un negocio chino decimos "es
tan bonita, parece de verdad"? Todos sabemos que no sólo por
motivos económicos decidimos no matar un actor todos los días para
hacer de muerto, por eso hoy decidimos representarlo.
- Gustavo, ¿qué tiene
que hacer un actor para representar un muerto?
- Tiene que parar de
respirar
- Bueno, entonces empieza
a parar de respirar (le golpe la cabeza)
(Daniele
Finzi Pasca, Nebbia, 2007)
P:
Pero en el circo no hay proscenio.
R:
Es por eso que digo que el proscenio es una reminiscencia de ese
lugar. Efectivamente en el circo no hay una caja negra,
estructuralmente es más parecido a una plaza, donde todos estamos
alrededor viendo lo que efectivamente está pasando ahí, en ese
momento, y no en “aquel entonces” imaginario. Estamos aquí y el
acróbata está brincando ahora. Eventualmente se puede disfrazar
también de egipcio para su número, pero es un acróbata disfrazado
de egipcio y todos sabemos que no estamos en Egipto ni necesitamos
viajar imaginativamente allí. Un acróbata no se transforma, hace y
lo hace de manera extraordinaria. Un clown sí se transforma en un
cierto modo: atrás queda su pensamiento, que mueve los hilos y que
pone en movimiento su cuerpo. Lo que pasa entre la mente y el cuerpo
es una danza, una manera de transformarse. Un actor por su parte usa
las reglas de la actuación, de jugar… nadie es verdaderamente
Hamlet, hay que transformarse e interpretar a Hamlet, encarnarlo,
darle vida representándolo. En el caso del clown, desde mi punto de
vista, no se puede decir que está interpretando a un personaje. Un
clown no interpreta a un clown, ni tampoco es un actor que interpreta
a un clown. Un clown es un clown. También puedes decir ése actor es
un clown, pero no que lo representa. Un clown es un actor
especializado en danzar en el proscenio, en la plaza, o en la pista
del circo donde, por la naturaleza del espacio mismo, se necesita de
ser, no de interpretar. Es un espacio presente, real; es el espacio
donde la realidad y el sueño conviven y se mezclan.
Para aprender a volar el
viento te ayuda. Después es una cosa de intuición. La intuición es
más grande que los sueños, más importante... Uno tiene que
aprender a abrir los brazos y agarrarse a las corrientes... ¿logras
percibir el viento?
(Daniele
Finzi Pasca, Ícaro, 1988)
P:
¿Y es en esa “necesidad de ser” que aparece, o reaparece, la
heroicidad de la que venimos hablando?
R:
Así es, el proscenio es un lugar privilegiado para empezar a
contar historias confundiendo lo real y lo imaginario, contando
hechos reales con colores inverosímiles o historias inventadas con
perfumes vividos, más que reales, concretos.
¿Ustedes caballos
sueñan? Nosotros nos dejamos guiar mucho de esto. Yo he soñado una
escalera que subía hacia el cielo. Sueño alas llenas de ojos, de
luz, de un gran pájaro que vendrá un día a buscarme. ¿Ustedes
caballos sueñan? Mi escalera estaba llena de gente que subía y
bajaba...y nadie empujaba, todos tranquilos, bien ordenados que
decían: con permiso... ¿puedo pasar?, gracias.
(Daniele
Finzi Pasca, Giacobbe, 1998)
En
Daniele Finzi Pasca: Teatro de la caricia, de Facundo Ponce de
León.
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