Es
posible que medir la violencia por sus cifras de diciembre y enero
tenga algo de tramposo. Son meses en los que suelen amontonarse los
hechos trágicos: suicidios, homicidios “por cuestiones del
momento”, accidentes fatales, ajustes de cuentas. Pero incluso eso,
incluso el hecho de que la violencia y la angustia se desborden en
las fechas en que, idealmente, las familias se reúnen y tienen
tiempo libre, es un dato a tener en cuenta. En el primer mes de este
año cuatro mujeres fueron asesinadas por sus parejas o ex parejas, y
hay una quinta, una jovencísima madre de 18 años, peleando por su
vida tras haber sido baleada por el padre de su hijo (también un
chiquilín, de 22 años), que se suicidó después de atacarla, en
Zapicán, departamento de Lavalleja.
Algunos
dicen que los hombres matan a las mujeres porque se sienten
impotentes. Porque las mujeres conquistaron algunos espacios y
aspiran a conquistar más, porque se atreven a denunciar, porque
piden ayuda, porque pueden abandonarlos, porque se animan a la
independencia y a la autonomía. Porque pueden decidir si quieren o
no quieren tener un hijo. Puede ser. Pero es una lectura demasiado
simple. Insuficiente. Para que esas cosas transformen a un hombre en
impotente se necesitan otros ingredientes. El principal, haberlo
convencido de que ser potente es tener el control, es mandar y
hacerse servir, es someter, usar y abusar. Haberle hecho creer que él
mismo, él en cuanto hombre, existe y se sostiene en un equilibrio
frágil que depende por completo de la sumisión de la mujer. Esa es
la primera humillación del hombre, pero casi nunca se ve. Otro
ingrediente indispensable es vivir en una cultura que impone ideales
de superación y competencia constantes, de éxito y ostentación, de
avance, conquista, sujeción y crecimiento. Una cultura que vuelve a
ser territorial y básica, despegada de las aspiraciones
intelectuales o espirituales que valoraban la entrega a algo más
allá de la mera vida, de la pura e inmediata experiencia del cuerpo.
Y se necesita también imponer la aceptación de las jerarquías, y
eso se consigue muy fácilmente mediante interpelaciones que dicen
que para estar en lo más alto, para cumplir los sueños y para
llegar a cualquier destino basta con proponérselo. Que es una forma
de decir que no triunfa el que no quiere, el que no es capaz. El
impotente.
El
informativo de Canal 4 mostró el aterrador mensaje que el muchacho
de Zapicán publicó en su cuenta de Facebook poco antes de atacar a
su ex: “Ella tan sólo 18 años, él 22, todas su vidas por
delante. Pero algo salió mal. Él perdió la cabeza y decidió que
ambos se fueran al cielo #JUNTOS. La gente dirá que él no pensó en
su hijo, pero él lo hizo, no pudo aguantar más. Trató por su hijo
pero no pudo. Perdón hijo por dejarte solo, fui un mal padre. Papá
y mamá te aman. Q.E.P.D. KG y MM. Fuimos felices”. El texto,
acompañado por varios emoticones que aumentan su carácter de
fantaseo y lo tiñen de una ingenuidad infantil y morbosa, tiene algo
de minúsculo triunfo. A la frustración de haber perdido a la amada,
a la impotencia y la incapacidad de superar la pérdida responde con
una decisión que sí puede sostener: matarla y matarse. Hacerlo
público en Facebook es una manera de sortear la humillación, el
desconcierto de no haber podido impedir que algo saliera mal. No es
muy distinto lo que hizo el matador de Susana Islas, en diciembre,
cuando cambió, también en Facebook, su estado a “viudo”, puso
un listón negro como foto del perfil, avisó que estaba decidido y
pidió perdón. Y la mató, claro. Como nos enseñó el cine, a veces
un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer.
El
asunto es que en una sociedad como la nuestra tampoco la masculinidad
es cuestión de elecciones. Podemos (debemos) exigir todo lo exigible
para prevenir las muertes de mujeres y evitar la violencia
intrafamiliar, pero es impensable que la idea de posesión y dominio
que tantos hombres mantienen (así como tantas mujeres mantienen la
ilusión de ser devotas madres y esposas, o infartantes bombas
sexuales) pueda separarse de las ideas de propiedad privada,
competencia y éxito que aceptamos como mandatos irrevocables. Cinco
mujeres fueron atacadas de muerte por sus ex parejas en enero. Fueron
atacadas por ser mujeres, pero sobre todo por ya no ser sus mujeres.
Por haber seguido sus caminos sin ellos, por haber roto ese
equilibrio fragilísimo del que su masculinidad dependía. Por haber
pateado el único punto de apoyo de su hombría, que era el de tener
a alguien bajo el yugo. El hombre humillado y sin lenguaje, sin
reflexión sobre sí, sin capacidad de ver las fuerzas que lo
articulan y sin (por lo tanto) hipótesis de emancipación sólo
puede responder atacando. El machismo no es cosa de hombres: es una
forma de privilegiar ciertas conductas y medir ciertos resultados, y
es absolutamente funcional a las ideas de conquista, avance y
crecimiento. Se sostiene en el odio a la incertidumbre y se encarniza
en las vidas de los más expuestos. Hay muchas cosas que tenemos que
volver a pensar, y no sé si la paridad es la más importante.
Soledad
Platero, columna de opinion, en La diaria, 3 de febrero 2017.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario