La
obra de Kafka se ha definido con frecuencia como una fenomenología
de la muerte, como una «tanatología». Y, ciertamente, en la
mayoría de sus relatos aparece la muerte con un protagonismo
obsesivo, ya sea como telón de fondo o como el final inexorable al
que tienden los personajes.
En
Kafka encontramos, por esta razón, una de las más ricas imaginerías
de la muerte en la historia de la literatura. Su acercamiento al
problema de la muerte siempre se realiza de un modo simbólico; la
muerte, aunque se produce frecuentemente con una vulgaridad y
banalidad terribles, supone un tránsito que conduce a una
liberación. En este sentido, y a pesar de que conduce a una profunda
incertidumbre, la muerte mantiene cierta trascendencia mística.
Cuando Gregor Samsa muere, en realidad sufre una última metamorfosis
que trae la anhelada tranquilidad a la familia y una humanización de
su recuerdo. Gregor, con su muerte, recobra su humanidad y su lugar
en la familia. El hombre que espera con el centinela ante la puerta
de la Ley percibe el resplandor de la Ley en el momento de su muerte.
Para Josef K, en El proceso, la muerte supone el final de una
existencia angustiosa. En La condena, Georg Bendemann es condenado a
muerte por su padre y él mismo, impulsado por la sentencia, ejecuta
la pena, pero su muerte significa también la solución del conflicto
padre-hijo. Esta faceta positiva de la muerte, sin embargo, tampoco
nos puede hacer olvidar que Kafka la sitúa en una dimensión vacía.
La
muerte, en su obra, no ofrece ninguna respuesta al hombre, su
significado se reduce a «un-dejar-de-estar-vivo». Por esta razón,
Wiebrecht Ries la opone acertadamente a la muerte de Ivan Ilich, en
la obra homónima de Tolstoi, en la cual la agonía forma un proceso
continuo con el acto de morir y con la transformación de la muerte
en luz. Así pues, la muerte en la obra de Kafka ofrece una imagen
ambivalente, fruto de las mismas convicciones del escritor.
En
sus Diarios y en su correspondencia leemos que para Kafka la muerte
no suponía un trauma, más bien era un fin anhelado. Su miedo no
tenía por objeto la muerte, sino el morir, sobre todo el dolor que
acompaña al morir. En una carta escribía a Milena: «¿Te asusta
pensar en la muerte? Yo sólo tengo un miedo horrible al dolor ...
Por lo demás, uno se puede aventurar a la muerte». Sin embargo,
este deseo de morir desencadenaba a su vez un pánico generado por la
conciencia de esa voluntad autodestructiva, lo que le impulsaba a
plasmar en sus escritos sus anhelos de muerte, algunas veces
envueltos en una atmósfera onírica, como en el relato Un sueño, en
el que las fronteras entre la muerte, el sueño y la vigilia quedan
indefinidas. O expresaba estos sentimientos confusos con
manifestaciones contradictorias, como en el relato Un médico rural,
en el que el enfermo suplica primero al médico que lo deje morir y
luego le pide que lo salve.
En
cierto sentido, la obra de Kafka supone un intento de instaurar el
mundo del más allá en el más acá o viceversa, es una experiencia
en las lindes de lo perceptible y de lo experimentable. Respecto al
tema de la muerte en la obra de Kafka, el relato El cazador Gracchus,
ocupa un lugar muy especial. No en vano, detrás de Gracchus,
«grajo», se encuentra el apellido «Kafka», en checo «Kavka». Se
trata de la historia de un cazador de la Selva Negra que muere en un
accidente, pero que está condenado a vagar por la tierra ya que su
barca no encontró el camino hacia el más allá. Este destino es
experimentado por el cazador de forma negativa, como un castigo. Su
existencia se desenvuelve en un espacio extraño: como «muerto
viviente» no pertenece ni a la tierra ni al cielo, oscila entre el
más acá y el más allá, en una desorientación metafísica, entre
dos dimensiones irreconciliables. A esta desorientación se añade la
simbología mitológica empleada por Kafka, como la barca de Caronte
o la historia del cazador Orion, que experimenta una inversión, los
motivos mitológicos sólo sirven para expresar una ruptura con la
tradición, quedan reducidos a un recurso estético. Lo mismo ocurre
con el paralelismo insinuado respecto al pecado original, el cazador
comete un error fundamental y este error, que permanece una
incógnita, provoca su eterno vagar por la tierra, mientras que con
el pecado original entró la muerte en la vida del Hombre. Para el
cazador Gracchus ya no hay ninguna verdad, vive en una continua
ficción, en una tierra de nadie, pues para él ha desaparecido el
sentido físico y el metafísico, su destino es seguir navegando
eternamente con el aire de la muerte en las velas, al margen de la
vida y desconociendo lo que se oculta detrás de la muerte. Este
relato se ha considerado una metáfora del pensamiento kafkiano, un
documento fundamental de la literatura moderna, equiparable a las
obras de Rimbaud y Baudelaire.
En
Prólogo a Franz Kafka. Cuentos completos, por José Rafael
Hernández Arias.
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