Pues somos como troncos
de árbol en la nieve.
Aparentemente yacen en un suelo
resbaladizo,
así que se podrían desplazar con un pequeño empujón.
Pero
no, no se puede, pues se hallan fuertemente afianzados en el suelo.
Aunque fíjate, incluso eso es aparente.
Los
árboles. Franz Kafka.
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Para
meditación de los jinetes.
Nada,
si se piensa con detenimiento, puede inducirnos a querer ser los
primeros en una carrera. La gloria de ser reconocido como el mejor
jinete de un país alegra demasiado cuando la orquesta comienza a
tocar como para que al día siguiente pueda evitarse el
remordimiento. La envidia del contrincante, de gente más astuta e
influyente, nos aflige al atravesar las estrechas barreras hacia
aquella planicie que pronto quedará vacía ante nosotros, si no es
por la presencia de algunos jinetes aventajados que, diminutos en la
distancia, cabalgan hacia la línea del horizonte.
Muchos
de nuestros amigos, ansiosos por recoger las ganancias, gritan
«hurras» hacia nosotros por encima de los hombros y desde la
alejada ventanilla de cobros; los mejores amigos, sin embargo, no han
apostado por nuestro caballo, pues temen que si pierden podrían
enfadarse con nosotros, pero como nuestro caballo ha sido el primero
y ellos no han ganado nada, se dan la vuelta cuando pasamos y
prefieren mirar hacia las tribunas.
Los
contrincantes, detrás, bien sujetos sobre la silla de montar,
intentan comprender la desgracia que les ha caído, así como la
injusticia que, de algún modo, se ha cometido con ellos. Adoptan una
expresión de frescura, como si fuera a comenzar otra carrera, y una
expresión seria después de ese juego de niños.
A
muchas damas el ganador les parece ridículo porque se ufana, y, sin
embargo, no sabe qué hacer con el continuo apretar de manos, con los
saludos, las reverencias, las salutaciones y los saludos a la
lejanía, mientras que los vencidos tienen la boca cerrada y dan
palmadas en el cuello de los caballos, la mayoría de los cuales
relinchan.
Finalmente,
el cielo se pone turbio y comienza a llover.
Franz
Kafka.
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