Todo
lo que es profundo ama el disfraz; las cosas más profundas de todas
sienten incluso odio por la imagen y el símil. ¿No sería la
antítesis tal vez el disfraz adecuado con que caminaría el
pudor de un dios? Es ésta una pregunta digna de ser hecha: sería
extraño que ningún místico se hubiera atrevido aún a hacer algo
así consigo mismo. Hay acontecimientos de especie tan delicada que
se obra bien al recubrirlos y volverlos irreconocibles con una
grosería; hay acciones realizadas por amor y por una magnanimidad
tan desbordante que después de ellas nada resulta más aconsejable
que tomar un bastón y apalear de firme al testigo de vista: a fin de
ofuscar su memoria. Más de uno es experto en ofuscar y maltratar a
su propia memoria, para vengarse al menos de ese único enterado: el
pudor es rico en invenciones. No son las cosas peores aquellas de que
más nos avergonzamos: no es sólo perfidia lo que se oculta detrás
de una máscara, hay mucha bondad en la astucia.
Yo podría
imaginarme que un hombre que tuviera que ocultar algo precioso y
frágil rodase por la vida grueso y redondo como un verde y viejo
tonel de vino, de pesados aros: así lo quiere la sutileza de su
pudor. A un hombre que posea profundidad en el pudor también sus
destinos, así como sus decisiones delicadas, le salen al encuentro
en caminos a los cuales pocos llegan alguna vez y cuya existencia no
les es lícito conocer ni a sus más próximos e íntimos: a los ojos
de éstos queda oculto el peligro que corre su vida, así como
también su reconquistada seguridad vital. Semejante escondido, que
por instinto emplea el hablar para callar y silenciar, y que es
inagotable en escapar a la comunicación, quiere y procura que
sea una máscara suya lo que circule en lugar de él por los
corazones y cabezas de sus amigos; y suponiendo que no lo quiera,
algún día se le abrirán los ojos y verá que, a pesar de todo, hay
allí una máscara suya, y que es bueno que así sea. Todo espíritu
profundo tiene necesidad de una máscara: aún más, en torno a todo
espíritu profundo va creciendo continuamente una máscara, gracias a
la interpretación constantemente falsa, es decir, superficial, de
toda palabra, de todo paso, de toda señal de vida que él da.
En
Más allá del bien y del mal, de Friedrich Nietzsche.
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