Pero
¿qué fue de los epicúreos? Durante más de diez siglos, la
apisonadora cristiana no perdona a nadie. La sostiene la ley. La
policía, el ejército, la fuerza pública y la ideología paulina,
que dominan y se imponen sin discusión, no toleran ninguna
desviación. La ortodoxia católica apostólica romana se erige
mediante la destrucción incluso de las ideas cristianas si no están
al servicio del Estado policiaco al pie de la letra. Pero,
paradójicamente, la resistencia al cristianismo es a menudo...
cristiana.
Así
las cosas, los gnósticos y los Hermanos y las Hermanas del Espíritu
Libre no niegan a Dios ni la existencia de Cristo. Se contentan con
interpretar de otra manera los textos que las autoridades del
vaticano obligan a leer de manera unívoca. A partir de premisas
extraídas de las Sagradas Escrituras, entre las que figuran las del
amado Pablo de Tarso, los Simón, Basílides, Bentivenga de Gubbio y
sus semejantes, llegan a distintas conclusiones éticas que los
Padres de la Iglesia o que los filósofos compañeros de ruta de la
Iglesia oficial. En la Biblia se encuentra lo que uno quiere ver en
ella...
La
destrucción de las bibliotecas, la fragilidad material de los
manuscritos, la persecución de los pensadores paganos, la prohibición
de las escuelas filosóficas y la dominación radical del
cristianismo en el terreno mental, espiritual e ideológico impiden
el surgimiento de cualquier otra modalidad de pensamiento. ¿Cómo
imaginar, entonces, que puedan subsistir las enseñanzas de
sabidurías antiguas alternativas? ¿Un Cinosargo o un Jardín en
pleno corazón de la cristiandad medieval? Una locura... Es imposible
pensar en la existencia, ni siquiera discreta, de abderitas, cínicos,
cirenaicos o epicúreos.
¿El
Gran orden cósmico, de Demócrito, o su libro Sobre el
bienestar? Desaparecidos... ¿Los diez tomos de la obra de
Antístenes, entre los que figura Sobre
el placer? Imposibles de encontrar. ¿El Tratado de
ética , de Diógenes? Volatilizado... ¿El diálogo Sobre la
virtud, de Aristipo de Cirene? Pulverizado... ¿Los trescientos
libros que escribió Epicuro? No ha quedado nada. Lo mismo ocurre con
las páginas de Metrodoro, el epicúreo, tituladas Sobre el camino
a la sabiduría... Exactamente igual en el caso de Filodemo de
Gadara o en el de Diógenes de Enoanda. Por no hablar de filósofos
de segundo orden, cuyo nombre ha sido borrado de la superficie de la
tierra. El cristianismo ha arrojado a una hoguera real y simbólica
una gran biblioteca alternativa de millares de volúmenes esenciales.
Odio a la inteligencia, entonces y siempre...
Epicuro
escribió sobre todos los temas: la naturaleza, los átomos y el
vacío, sin duda, pero también sobre las elecciones, los rechazos,
los fines y los criterios, o la santidad, los dioses, el amor y la
acción justa, o incluso sobre los simulacros y las imágenes, la
música y la justicia, y también sobre la realeza, la visión y el
tacto. El sistema epicúreo no deja nada de lado: física, ética,
religión, epistemología, estética, política, la visión del mundo
propuesta por el filósofo del Jardín ofrece una alternativa
integral a los pensamientos espiritualistas, idealistas y dualistas
que triunfan con el cristianismo.
Se
comprende que la doctrina de Epicuro se convierta en el emblema de lo
que debe detestarse: el hedonismo, el materialismo, la irreligión.
También se entiende por qué el corpus epicúreo suministra un
semillero de ideas útiles para combatir la ideología dominante.
¿Celebra el cristianismo la pulsión de muerte, la verdad de otros
mundos, el desprecio de la carne, la pasión dolorista, el miedo a
los castigos, la catastrofe del pecado original? Epicuro enseña
exactamente lo contrario: el amor a la vida, la excelencia de este
mundo, el arraigo corporal de la sabiduría, el gusto por los
placeres, la inexistencia de dioses vengadores, la ausencia de
culpabilidad... ¡Como para que la Iglesia no se sienta molesta!
Lo
mismo que ocurre invariablemente con los pensadores alternativos
víctimas de esta destrucción sistemática y programada, lo que
subsiste de Epicuro se debe a las críticas de los adversarios que lo
citan en sus manifiestos de acusación... Cicerón y Plutarco, la
mayor parte del tiempo... Pero también contamos con la magnífica
obra de Diógenes Laercio titulada Vidas, opiniones y sentencias
de los filósofos más ilustres, enriquecidas con tres Cartas
-Heródoto, Pitocles y Meneceo- y de las Máximas capitales
(las Sentencias vaticanas aparecen mucho más tarde). Y la historia
del epicureísmo posterior al cristianismo se confunde en parte con
la historia de esta obra: del siglo VI al XIV circulan manuscritos
que pasan por todas las aventuras imaginables. Pero, gracias a estas
copias, la obra de Epicuro no muere, protegida de las miradas
inquisidoras por la enorme cantidad de páginas que ocupa.
El
invento de la imprenta modifica considerablemente las cosas. Hacia
1450, el perfeccionamiento de la técnica de Gutenberg permite la
multiplicación de esta obra y, por tanto, su difusión. En 1472
aparece la primera traducción latina de Diógenes Laercio. La
edición príncipe fijada por Frobenius en Basilea data de 1533.
Lucrecio sobrevive gracias a manuscritos copiados en la Galia o en
Irlanda, luego en Italia, donde Poggio Bracciolini lo descubre en
1417. Es evidente que la escasez de las fuente hace muy improbable la
difusión del pensamiento epicúreo. Por otra parte, si por milagro
esas obras se hubieran salvado de la destrucción, su contenido
habría sido demasiado peligroso para trasmitirlas abiertamente.
En
El cristianismo hedonista. Contrahistoria de la filosofía II,
de Michel Onfray.
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