¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

lunes, 20 de febrero de 2017

¿Qué fue de los epicúreos?

Pero ¿qué fue de los epicúreos? Durante más de diez siglos, la apisonadora cristiana no perdona a nadie. La sostiene la ley. La policía, el ejército, la fuerza pública y la ideología paulina, que dominan y se imponen sin discusión, no toleran ninguna desviación. La ortodoxia católica apostólica romana se erige mediante la destrucción incluso de las ideas cristianas si no están al servicio del Estado policiaco al pie de la letra. Pero, paradójicamente, la resistencia al cristianismo es a menudo... cristiana.

Así las cosas, los gnósticos y los Hermanos y las Hermanas del Espíritu Libre no niegan a Dios ni la existencia de Cristo. Se contentan con interpretar de otra manera los textos que las autoridades del vaticano obligan a leer de manera unívoca. A partir de premisas extraídas de las Sagradas Escrituras, entre las que figuran las del amado Pablo de Tarso, los Simón, Basílides, Bentivenga de Gubbio y sus semejantes, llegan a distintas conclusiones éticas que los Padres de la Iglesia o que los filósofos compañeros de ruta de la Iglesia oficial. En la Biblia se encuentra lo que uno quiere ver en ella...

La destrucción de las bibliotecas, la fragilidad material de los manuscritos, la persecución de los pensadores paganos, la prohibición de las escuelas filosóficas y la dominación radical del cristianismo en el terreno mental, espiritual e ideológico impiden el surgimiento de cualquier otra modalidad de pensamiento. ¿Cómo imaginar, entonces, que puedan subsistir las enseñanzas de sabidurías antiguas alternativas? ¿Un Cinosargo o un Jardín en pleno corazón de la cristiandad medieval? Una locura... Es imposible pensar en la existencia, ni siquiera discreta, de abderitas, cínicos, cirenaicos o epicúreos.

¿El Gran orden cósmico, de Demócrito, o su libro Sobre el bienestar? Desaparecidos... ¿Los diez tomos de la obra de Antístenes, entre los que figura Sobre el placer? Imposibles de encontrar. ¿El Tratado de ética , de Diógenes? Volatilizado... ¿El diálogo Sobre la virtud, de Aristipo de Cirene? Pulverizado... ¿Los trescientos libros que escribió Epicuro? No ha quedado nada. Lo mismo ocurre con las páginas de Metrodoro, el epicúreo, tituladas Sobre el camino a la sabiduría... Exactamente igual en el caso de Filodemo de Gadara o en el de Diógenes de Enoanda. Por no hablar de filósofos de segundo orden, cuyo nombre ha sido borrado de la superficie de la tierra. El cristianismo ha arrojado a una hoguera real y simbólica una gran biblioteca alternativa de millares de volúmenes esenciales. Odio a la inteligencia, entonces y siempre...

Epicuro escribió sobre todos los temas: la naturaleza, los átomos y el vacío, sin duda, pero también sobre las elecciones, los rechazos, los fines y los criterios, o la santidad, los dioses, el amor y la acción justa, o incluso sobre los simulacros y las imágenes, la música y la justicia, y también sobre la realeza, la visión y el tacto. El sistema epicúreo no deja nada de lado: física, ética, religión, epistemología, estética, política, la visión del mundo propuesta por el filósofo del Jardín ofrece una alternativa integral a los pensamientos espiritualistas, idealistas y dualistas que triunfan con el cristianismo.

Se comprende que la doctrina de Epicuro se convierta en el emblema de lo que debe detestarse: el hedonismo, el materialismo, la irreligión. También se entiende por qué el corpus epicúreo suministra un semillero de ideas útiles para combatir la ideología dominante. ¿Celebra el cristianismo la pulsión de muerte, la verdad de otros mundos, el desprecio de la carne, la pasión dolorista, el miedo a los castigos, la catastrofe del pecado original? Epicuro enseña exactamente lo contrario: el amor a la vida, la excelencia de este mundo, el arraigo corporal de la sabiduría, el gusto por los placeres, la inexistencia de dioses vengadores, la ausencia de culpabilidad... ¡Como para que la Iglesia no se sienta molesta!

Lo mismo que ocurre invariablemente con los pensadores alternativos víctimas de esta destrucción sistemática y programada, lo que subsiste de Epicuro se debe a las críticas de los adversarios que lo citan en sus manifiestos de acusación... Cicerón y Plutarco, la mayor parte del tiempo... Pero también contamos con la magnífica obra de Diógenes Laercio titulada Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres, enriquecidas con tres Cartas -Heródoto, Pitocles y Meneceo- y de las Máximas capitales (las Sentencias vaticanas aparecen mucho más tarde). Y la historia del epicureísmo posterior al cristianismo se confunde en parte con la historia de esta obra: del siglo VI al XIV circulan manuscritos que pasan por todas las aventuras imaginables. Pero, gracias a estas copias, la obra de Epicuro no muere, protegida de las miradas inquisidoras por la enorme cantidad de páginas que ocupa.

El invento de la imprenta modifica considerablemente las cosas. Hacia 1450, el perfeccionamiento de la técnica de Gutenberg permite la multiplicación de esta obra y, por tanto, su difusión. En 1472 aparece la primera traducción latina de Diógenes Laercio. La edición príncipe fijada por Frobenius en Basilea data de 1533. Lucrecio sobrevive gracias a manuscritos copiados en la Galia o en Irlanda, luego en Italia, donde Poggio Bracciolini lo descubre en 1417. Es evidente que la escasez de las fuente hace muy improbable la difusión del pensamiento epicúreo. Por otra parte, si por milagro esas obras se hubieran salvado de la destrucción, su contenido habría sido demasiado peligroso para trasmitirlas abiertamente.

En El cristianismo hedonista. Contrahistoria de la filosofía II, de Michel Onfray.

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