¿El
verdadero filósofo es un aguafiestas, el encargado de difundir un
mensaje que no se quiere escuchar?
Pienso
que la gente que lee mis libros se siente muchas veces personalmente
atacada. Algunos los leen casi como una biblia, pero otros los
rehúyen como el diablo del agua bendita. Mis libros sacuden el
sobrentendido en el que muchos se han acomodado. Concentran la
atención de la gente en la parte interior fea, la que se oculta tras
la bonita fachada. Dejan al descubierto ilusiones fatales.
«Aguafiestas» sería un término demasiado suave.
En
«Psicopolítica», su último ensayo, dice que la libertad ha sido
un episodio, que vivimos en una luminosa e interconectada ilusión de
libertad que en realidad no es más que una voluntaria esclavitud de
soledades sin fin, y que, aunque queramos despertar, no podemos. ¿Es
tan terrible nuestra realidad?
Vivimos
realmente en una ilusión de libertad. No somos tan libres. Se ve que
la comunicación que se considera libertad se transforma en
vigilancia. Comunicación y transparencia también provocan una
obligación a la conformidad. Hoy tenemos la impresión de que no
somos sujetos sometidos, sino un proyecto que siempre se renueva, se
reinventa y se mejora sin cesar. El problema es que este proyecto, en
el que se convierte el sujeto sometido, se revela como figura
forzada. El yo como proyecto revela coerciones del propio yo, que se
reflejan, por ejemplo, en el aumento del rendimiento o la
optimización. Vivimos en una fase histórica particular, en la que
la propia libertad genera coerciones.
«La
técnica de poder del sistema neoliberal es seductora, no
prohibitiva»
Para
Karl Marx, el trabajo conduce a la alienación. El sí-mismo se
destruye por el trabajo. Se aliena del mundo y de sí mismo a través
del trabajo. Por eso dice que el trabajo es una autodesrealización.
En nuestra época, el trabajo se presenta en forma de libertad y
autorealización. Me (auto)exploto, pero creo que me realizo. En ese
momento no aparece la sensación de alienación. De esta manera, el
primer estadio del síndrome burnout
(agotamiento) es la euforia. Entusiasmado, me vuelco en el
trabajo hasta caer rendido. Me realizo hasta morir. Me optimizo hasta
morir. Me exploto a mí mismo hasta quebrarme. Esta autoexplotación
es más eficaz que la explotación ajena a la que se refería el
marxismo, porque va acompañada de un sentimiento de libertad.
¿Sus obras ayudan
con su claridad a entender el momento en que vivimos porque la gente
está muy perdida y sus libros iluminan esta perdición?
«Estamos
en una guerra sin muro. Hoy la gente está en guerra consigo misma.»
En mis
libros describo de dónde viene esta perdición. Entiendo muy bien a
los españoles porque lo mismo que sufre España ahora es lo que ya
sufrió Corea del Sur. Después de la crisis financiera asiática
vino el Fondo Monetario Internacional como un diablo que nos dio
dinero pero nos robó el alma. Ahora los coreanos sufren una enorme
presión competitiva y de rendimiento. La solidaridad se desintegra.
La gente está afectada por depresiones y el síndrome de burnout.
Corea tiene el porcentaje de suicidios más alto del mundo.
Obviamente, la gente no puede aguantar ese estrés. Y cuando fracasa
no responsabiliza a la sociedad sino a sí misma. Tiene vergüenza y
se suicida. La crisis económica causó un choque social y provocó
una parálisis en la gente.
Asegura
que el capitalismo huye hacia el futuro, se desmaterializa, se
convierte en neoliberalismo y convierte al trabajador en empresario
que se explota a sí mismo en su empresa. ¿No hay salida? ¿Es
pertinente volver a hacerse la pregunta ‘qué hacer’?
Resulta
que el sistema neoliberal es muy estable e inquebrantable. Nos
sentimos libres mientras nos explotamos a nosotros mismos. Esta
libertad imaginada impide la resistencia, la revolución. El
neoliberalismo aísla a cada uno de nosotros y nos hace empresarios
de nosotros mismos.
El
Muro de Berlín era tan real, y letal, como la «guerra fría». ¿Qué
le dicen sus escombros?
Durante
la época del Muro existía un enemigo con el que se estaba en
guerra. Este enemigo ya no existe. Hoy la gente está en guerra
consigo misma. Hoy estamos en una guerra sin muro y sin enemigo.
En
«La agonía del Eros» convoca a Barthes y sus «Fragmentos de un
discurso amoroso» para hablar del otro que hace temblar el lenguaje.
¿Ha experimentado ese otro que hace temblar el lenguaje? No lo digo
desde una curiosidad impúdica, periodística, sino filosófica: ¿ha
de experimentar, sentir, el filósofo lo que dice?
Yo no
tengo smartphone. Sin
embargo, escribí mucho sobre ello. Lo importante para la filosofía
no es la experiencia personal, sino la capacidad imaginativa.
Mediante la imaginación es posible ver las cosas más claras que
mediante la experiencia directa.
¿Se equivocó
Orwell, como tantos otros visionarios? ¿El sistema se ha dado cuenta
de que resulta mucho más fácil seducir que obligar, encuentra
voluntarios por doquier para convertirse con entusiasmo a la
autoexplotación?
«Ni
siquiera la sexualidad puede rehuir el imperativo del rendimiento»
No diría
que Orwell se equivocara. Describe su mundo, que ya no es nuestro
mundo. El estado policial de Orwell, con telepantallas y cámaras de
tortura, se distingue fundamentalmente del panóptico digital que
representa internet, teléfonos inteligentes y Google Glass, que es
controlado por la ilusión de la libertad y la comunicación
ilimitadas. Aquí no se tortura sino que se postea
y se tuitea.
El control que coincide con la libertad es considerablemente más
eficaz que aquella vigilancia que se dirige contra la libertad.
«Neolengua», se llamaba el lenguaje ideal en el estado policial de
Orwell. Tiene que sustituir por completo a la «viejalengua». La
neolengua tiene una sola meta: limitar el espacio del pensamiento.
Los crímenes de pensamiento deben ser impedidos por la extinción de
las palabras que serían necesarias para cometerlos. Por eso se
elimina también la palabra «libertad». Ya solo por eso el estado
policial de Orwell se distingue del panóptico digital de nuestra
época en que se aprovecha excesivamente de la libertad.
La
técnica de poder del sistema neoliberal no es ni prohibitiva ni
represiva, sino seductora. Se emplea un poder inteligente. Este
poder, en vez de prohibir, seduce. No se lleva a cabo a través de la
obediencia sino del gusto. Cada uno se somete al sistema de poder
mientras se comunique y consuma, o incluso mientras pulse el botón
de «me gusta». El poder inteligente le hace carantoñas a la
psique, la halaga en vez de reprimirla o disciplinarla. No nos obliga
a callarnos. Más bien nos anima a opinar continuamente, a compartir,
a participar, a comunicar nuestros deseos, nuestras necesidades, y a
contar nuestra vida. Se trata de una técnica de poder que no niega
ni reprime nuestra libertad sino que la explota. En esto consiste la
actual crisis de libertad.
Trae a colación
una cita de Peter Handke: «La inspiración del cansado dice menos lo
que hay que hacer que lo que hay que dejar». ¿Se podría extraer de
ahí un proyecto político y filosófico?
Tal vez.
La política de hoy carece de inspiración. Durante el estado de
hiperactividad continúa lo que predomina bajo la bonita ilusión de
la falta de alternativas.
Si no
he leído mal, dice que cuando la transparencia se convierte en
teología acaba sirviendo de justificación ética al neoliberalismo
y que, sin limitaciones de índole moral, la transparencia acaba al
servicio de una economía insaciable. ¿Es así? ¿Pero no nos sirve
también la transparencia como herramienta para limitar la natural
tendencia del poder a la mentira y el abuso?
«Uno
siente el infierno de la igualdad y quiere escapar de él»
El que
relaciona la transparencia solamente con corrupción y con libertad
de información ignora su alcance. La transparencia es una coerción
sistémica que incluye todos los sucesos sociales para someterlos a
cambios fundamentales. Hoy, el sistema social expone a todos sus
procesos a una transparencia forzada para acelerarlos. La negatividad
del secreto, de lo distinto, o de lo ajeno bloquea la comunicación.
La presión de acelerar va acompañada de la disminución de la
negatividad. La comunicación alcanza su velocidad máxima donde la
igualdad responde a la igualdad. La transparencia estabiliza y
aumenta la velocidad del sistema eliminando lo otro o lo ajeno. Esta
coerción sistémica convierte la sociedad de la transparencia en una
sociedad sincronizada. Lleva a la conformidad y a la sincronización.
A partir
de «Melancholia», la película de Lars von Trier, dice que solo un
apocalipsis, una catástrofe, podría liberarnos del infierno de lo
igual. ¿Qué tipo de catástrofe? ¿Una revolución?
A partir
de la protagonista de la película, Justine, se entiende lo que digo:
es depresiva porque está absolutamente agotada, fatigada de sí
misma. Toda su libido se dirige contra su propia subjetividad. Por
eso no es capaz de amar. Y de repente aparece un planeta, el planeta
Melancholia. La llegada de la alteridad puede suponer un apocalipsis
en el infierno de la igualdad. El planeta mortífero se muestra a
Justine como lo totalmente distinto que la arranca del pantano del
narcisismo. Ante el planeta letal casi revive. Descubre también a
los otros. De tal manera se entrega amorosamente a Claire y a su
hijo. El planeta desata un deseo erótico. Eros, como relación con
lo totalmente distinto, elimina la depresión. El desastre implica la
salvación. Por cierto, la palabra «desastre» tiene su origen en la
palabra latina desastrum,
que significa «no estrella». Melancholia es una no estrella.
Vivimos
en una sociedad que se concentra por completo en la producción, en
la positividad. Se deshace de la negatividad de lo otro o de lo ajeno
para aumentar la velocidad de la circulación de la producción y del
consumo. Solo las diferencias que se pueden consumir están
permitidas. No se puede amar al otro al que le han quitado la
alteridad, sino solo consumirlo. Quizá sea por eso por lo que hoy
crece el interés por el apocalipsis. Uno siente el infierno de la
igualdad y quiere escapar de él.
¿En
qué medida es «Cincuenta sombras de Grey» uno de los síntomas de
nuestro malestar, del amor como rendimiento, como inversión
calculada y positiva, de la que ha sido extraído todo riesgo, toda
sombra, toda negatividad, todo peligro, todo dolor?
Hoy todo
se convierte en objeto de rendimiento. Ni siquiera el ocio o la
sexualidad pueden rehuir el imperativo del rendimiento. Pero el Eros
supone una relación con lo otro, más allá del rendimiento y de las
habilidades que se tengan. Ser capaz de no ser capaz es el verbo
modal del amor. El estar en manos de alguien y la posibilidad de
resultar herido forman parte del amor. Hoy se trata de evitar
cualquier herida cueste lo que cueste.
¿Quién es
Byung-Chul Han?
Adorno
dijo que los nombres son iniciales que no entendemos pero a las que
obedecemos como a nuestro destino. El símbolo chino para «Chul»
significa, según el sonido, «hierro» o «metal», pero, según el
sentido, también «luz». En coreano filosofía significa
«Chul-Hak», es decir, «ciencia de luz». De esta manera seguí en
mi vida, sin saberlo, el significado de mi nombre. Llegué a Alemania
porque fui admitido por la Universidad Técnica de
Clausthal-Zellerfeld, cerca de Gotinga, para estudiar Metalurgia. A
mis padres les había dicho que iba a continuar mi carrera de
Metalurgia en Alemania. Tuve que mentirles porque no me habrían
dejado irme. Me marché a otro país cuyo idioma entonces no sabía
ni hablar ni leer y me lancé a una carrera completamente diferente:
Filosofía. Fue como en un sueño. Entonces tenía veintidós años.
Ahora soy profesor de Filosofía en Berlín.
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