Su
influencia fue evidente en pensadores como Michel Foucault, Gilles
Deleuze, Jacques Derrida, entre otros. Y hoy, en Roberto Esposito y
Giorgio Agamben. La vida de Georges Bataille es una gran parábola de
la filosofía francesa del siglo XX. Es la historia de cómo la mayor
forma de racionalidad debe, necesariamente, perderse o borrarse para
alcanzar su mejor forma. De alguna manera, el programa filosófico de
Bataille es el muestrario de la apertura de la razón hacia la
constatación de nuestra animalidad, para terminar, en definitiva, en
la condición de posibilidad de una biopolítica contemporánea.
Suerte de monstruo filosofal, Bataille mereció en vida la
adjetivación tanto de Martin Heidegger como de Jean-Paul Sartre. Fue
el pensador alemán quien lo calificó como la “mejor cabeza
pensante de Francia”. Sartre, por su parte, le dedicó un violento
artículo donde su mirada despectiva le colocaba el mote de “nuevo
místico”.
Ex
seminarista, pornógrafo, comunista revolucionario, bebedor,
orgiasta, cercano al círculo surrealista, bibliotecario, místico,
ateo (convertido), nietzscheano de izquierdas –en la tradición de
Palante a Foucault–, pueden ser descripciones atinadas de la vida o
las vidas de Georges Bataille. En este sentido, quizás el mayor
logro de su trabajo intelectual haya sido la libertad absoluta para
pensar y escribir. Su trabajo en la Biblioteca Nacional de París y
en la Municipal de Orléans le otorgaron el espacio para el
desarrollo de un proyecto filosófico al margen de la academia y los
académicos. Nietzscheano y marxista en forma simultánea, veía en
el dionisismo de Nietzsche y en la revolución marxista dos formas
que quebrantarían lo que tanto lo obsesionaba: la homogeneidad
fascista y productivista.
Artista
maldito y revolucionario, Bataille hizo de su vida la consumación de
un espectáculo de consecuencia con su pensamiento. Filósofo total,
la provocación pero también la inteligencia del exceso le dieron
peso propio. Quizá podamos ver a Bataille como un Nietzsche francés.
Encarnación de la recepción del pensamiento del filósofo alemán
en Francia, en gran medida es su responsabilidad que el
nietzscheanismo haya prosperado y mutado en diferentes generaciones
de pensadores franceses de la mejor manera. De alguna forma, si
Heidegger fue “el” filósofo del siglo XX, del cual se embebieron
gran parte de los filósofos de la Europa continental, Bataille fue a
todas luces el filósofo francés más importante de la primera mitad
del siglo XX. La influencia del pensamiento batailleano es evidente y
contundente al repasar algunos nombres tocados por su fibra: Michel
Foucault, Maurice Blanchot, Gilles Deleuze, Jacques Derrida, Philippe
Sollers, Pierre Klossowski, Emmanuel Levinas, el grupo Tel Quel,
Michel Leiris, Jean-Luc Nancy, Roberto Esposito o Giorgio Agamben.
Las esquirlas de su visión de mundo y sus categorías fueron
extraordinariamente resistentes y adaptativas al mundo contemporáneo.
A diferencia de Sartre, cuya filosofía, es evidente, padeció de una
obsolescencia notable, el pensamiento de Bataille resulta más
vigente que nunca de cara al siglo XXI, mientras que la facciosidad
de Sartre lo deja absolutamente a contrapelo.
El
Yo caído. La vasta y diversa obra de Bataille incluye ensayos,
novelas, relatos, poemas y centenares de artículos en revistas. En
este aspecto, existen dos cuestiones dignas de remarcarse: la
diversidad de registros de su escritura (que, como veremos, responden
a un proyecto estético e intelectual), y lo que Foucault llamará
“el desenganche del Yo”. Ambas operaciones parten de la misma
lógica conceptual. Veamos: la tradición de la ipseidad (el
privilegio yoico) de la filosofía moderna –particularmente,
francesa con el gesto subjetivante del cogito cartesiano– resulta
quebrada por el pensamiento múltiple y acéfalo de Bataille. De
Descartes a Sartre, la filosofía francesa pareció moverse en la
preeminencia de una subjetividad totalizadora que daba sentido al
mundo moderno. Esta significación, con Bataille, se rompe para
siempre: de allí su impronta.
Quizá
quien mejor plantee la operación de la filosofía de Bataille en el
plano escriturario sea Michel Foucault, en el Prefacio a la
transgresión:
“El
desmoronamiento de la subjetividad filosófica, su disposición en el
interior del lenguaje que la desposee, pero que la multiplica en el
espacio de su cavidad, es probablemente una de las estructuras
fundamentales del pensamiento contemporáneo. No se trata aquí
todavía de un final de la filosofía. Más bien del final del
filósofo como forma soberana y primera del lenguaje filosófico. Y
tal vez a todos los que se esfuerzan por mantener la unidad de la
función gramatical del filósofo –el precio de la coherencia, de
la existencia misma del lenguaje filosófico– se les podría oponer
la ejemplar empresa de Bataille, que no ha dejado de romper en él, y
con encarnizamiento, la soberanía del sujeto filosofante (...) la
obra de Bataille lo muestra mucho más cerca, en un perpetuo tránsito
a niveles diferentes del habla, a través de un desenganche
sistemático en relación con el Yo que acaba de tomar la palabra,
listo ya para desplegarla e instalarse en ella”.
Efectivamente,
es este espacio de soberanía y de privilegio del Yo, cogito o
subjetividad –en tanto fundamento–, lo que se abre a partir de la
obra de Bataille. A través de las experiencias del erotismo, la
mística y el arte, ese yo cerrado sobre sí, discontinuo y
estructurante de un discurso filosófico, así como de una figura de
filósofo soberano, se resquebraja, se contamina, se abre; consigue,
en cierto modo, una continuidad (trágica).
La
obra de Bataille, en este aspecto, revela una coherencia en lo
múltiple: desde La experiencia interior (1943) y La parte
maldita (1949) a El erotismo (1951) y su continuación en
Las lágrimas de Eros (1961), su pensamiento revela esta
tensión y esta búsqueda de sobrepasar el límite, de transgredir
“la soledad del sujeto”. En las páginas finales de El
erotismo aparece de modo tan bello como crudo y ferozmente lúcido
lo que tal vez Bataille nunca haya dicho de mejor manera: “¿Qué
sería de nosotros sin el lenguaje? Nos hizo ser lo que somos. Sólo
él revela, en el límite, el momento soberano en que ya no rige.
Pero al final el que habla confiesa su impotencia. El lenguaje no se
da independientemente del juego de la prohibición y la transgresión.
Por eso la filosofía, para poder resolver, en la medida de lo
posible, el conjunto de los problemas, tiene que retomarlos a partir
de un análisis histórico de la prohibición y la transgresión. A
través de la contestación, basada en la crítica de los orígenes,
es como la filosofía, volviéndose trasgresión de la filosofía,
accede a la cima del ser”.
Esta
búsqueda de transgresión del límite existencial es lo que también
aparece en sus novelas publicadas bajo los seudónimos de Lord Auch o
Pierre Angélique. Será entonces que en primer plano se da este
juego de velos y desvelos tan propio de la experiencia erótica (o
pornográfica) y la mística. Tanto El ano solar (1927), como
Historia del ojo (1928), Madame Edwarda (1940) o El
Abad C resultan cabales ejemplos de este desarrollo. Aparece
entonces lo que Maurice Blanchot llamará la “experiencia de la
escritura”. La ontología de la literatura de Blanchot se hermana
con la literatura de Bataille en el marco de un pensamiento donde la
relación con la otredad resulta central. El pensamiento sobre lo
otro absoluto tiene en Bataille un representante de nota. En la
tradición literaria francesa, de Mallarmé a Blanchot, la narrativa
de Bataille cierra una estética de la experiencia, del derroche, el
don y el sacrificio. Intimamente ligados, filosofía y literatura,
ensayos y novelas se dan como una escritura común, donde los
conceptos o personajes terminan decantando en la misma exigencia;
exigencia de un mundo que se ofrece, precisamente, como lo otro
absoluto. Y la literatura, en este sentido, debe acceder a su
desciframiento. Es en el comienzo de La experiencia interior
que Bataille lo explicita: “Este mundo se le da al hombre como
un enigma a resolver. Toda mi vida (...) se me ha pasado en resolver
el enigma”. El Bataille filósofo y el Bataille literato, de
esta manera, es el mismo. Fernando Savater, en el prólogo a La
experiencia interior, habla de los múltiples Bataille. Pero es
una multiplicidad común. Nuevamente, la heterogeneidad y la
acefalía. El sacrificio y el don. El derroche. Todos los Bataille
son el mismo Bataille.
Del
gasto como concepto liberador. Los conceptos que emplea o genera
Bataille tienen un centro unificador o común que se apoya en la
trascendencia de la no utilidad. En los diferentes artículos citos
en La conjuración sagrada aparece la importancia del gasto
improductivo como forma de “resistencia” o desarrollo de una vida
libre y heterogénea. Las diferentes esferas que provienen del gasto
improductivo, según Bataille, serían: el lujo, los duelos, las
guerras, los cultos, el arte, el sexo perverso (sin la función
reproductiva), los espectáculos, los juegos (lo lúdico), lo
suntuario en general. Aquello que repose en la inutilidad, por fuera
de la matriz productiva útil, será lo reivindicado por Bataille. Su
sociología –plasmada en los pocos números de la revista Acéphale–
tiene en Nietzsche, Marx y Sade tres fuentes que le resultan
propicias para ver lo excrementicio social, aquello que es descartado
por su carencia de productividad. En cierto modo, lo marginal, lo
alternativo, lo anormal, lo anómalo es donde pone el foco nuestro
pensador. Elementos, por cierto, que Foucault considerará centrales
en sus análisis posteriores. Su peculiar sociología heterogénea y
acéfala le permitirá esta mirada revulsiva y plenamente actual.
Bataille
descubrirá en Marx y Nietzsche lo dos antídotos o piedras de toque
para la reconversión de lo que consideraba los grandes males de la
sociedad moderna: el individualismo posesivo y el nacionalismo
militarista. El artista soberano y la sociedad común le devolverían
al hombre, de acuerdo a Bataille, lo que le correspondía por derecho
propio (su libertad) y que el esquema teocrático continuado por la
matriz productiva le habría arrebatado.
Erotismo,
religión y arte, entonces, se revelan como las formas providenciales
a través de las cuales la transgresión se hace manifiesta y el
gasto improductivo se vislumbra. En definitiva: retorno y conciencia
de nuestra animalidad perdida. Mística, erotismo y arte nos
retrotraen a la conjura de una sociedad trágica (en torno a un
mito). De esta manera, una sociedad heterogénea (y acéfala), según
Bataille, sólo se podría unificar de forma comunista y estética en
torno a la tragedia. En contraposición a la sociedad fascista,
universal y homogénea consustanciada en torno a un líder
(Mussolini, Hitler). Este ditirambo dionisíaco se plasma en lo
orgiástico que logra romper la falta de continuidad existencial. El
hombre que trabaja (de modo enfermizo) para “olvidar” su
condición mortal y trágica emerge por medio de las manifestaciones
del gasto improductivo (erotismo, mística, arte) permitiendo “la
continuidad del ser temporaria” y concluyendo, entonces, en la
liberación de la enajenación productivista a la que lo lleva la
sociedad fascista.
El
10 de septiembre de 1897 nacía Georges Bataille en Billom. Murió el
9 de julio de 1962. Era el menor de dos hermanos, con un padre
alcohólico, ciego y sifilítico. Y una familia que vivía en
permanente conflicto y padecimiento. En el 2001 el filósofo Bernard
Henry-Levy publicó un libro vindicativo de Jean-Paul Sartre que
tituló El siglo de Sartre. Allí defendía la tesis de que Sartre
había sido “el filósofo francés del siglo XX”, viendo en su
figura al mismo siglo encarnado. Algo así como una suerte de
Voltaire de los tiempos modernos. Bataille, figura en algunos
aspectos secreta, oscura y revulsiva, denostada por el propio Sartre,
sin embargo, termina siendo una más cabal y cercana encarnación del
siglo XX. Más lúcida y potente. Más atinada y feroz, así como
polémica y dolorosa. Pero también vigente. Referencia ineludible
para las filosofías de Giorgio Agamben y Roberto Esposito, Bataille
parece ser la punta del iceberg de la biopolítica contemporánea.
Tal vez sea ya el momento de decir, sin excusas, que el siglo XX fue
el siglo de Bataille: ahí están sus textos para probarlo.
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