¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

lunes, 19 de febrero de 2018

Giordano Bruno.

De la espléndida serie de filósofos renacentistas que comenzaron a sacar al pensamiento europeo moderno fuera del predominio de la todopoderosa escolástica cristiana sobresale impresionante la silueta calcinada de Giordano Bruno. Desde su muerte en la hoguera en Roma en febrero del año 1600, su nombre, rodeado de rumores de infamia panteísta y de audacia cosmológica, consta en las actas martirológicas del librepensamiento moderno. Su destino póstumo ha conservado algo del esplendor del fuego fatuo y de la mala fortuna de su biografía. Da la impresión de que sus partidarios e intérpretes han hurgado más en sus cenizas que en sus escritos.


Verdaderamente, la historia espiritual conoce pocos autores cuya memoria esté determinada en semejante medida por proyecciones y acaparamientos debidos a los intereses de sus simpatizantes soñadores. Así pues, la historia de la recepción de Giordano Bruno es, con escasas excepciones, la de una deficiencia en la lectura, con buenas intenciones; algún que otro descendiente de Giordano Bruno necesitado de apoyo puso en su boca lo que éste habría dicho si hubiera sido aquel por el que se le pretendía tener. Así, trabajaron para su causa buscadores de alianzas de todos los colores, grupos pacifistas, anticlericales y panteístas principalmente; en tiempos más recientes ha echado mano de él hasta un cierto pietismo católico.

Se siente uno apremiado a aparecer quemado junto a él para aprovecharse de su aureola de víctima. Puede ser que tales impertinencias sean un mecanismo típico en la historia de los filósofos disidentes. En tanto se fundamentan en la carencia de un saber de calidad, se explican en buena parte por la circunstancia de que, desde el siglo XIX, el latín pasó a ser una lengua muerta entre los eruditos europeos, de manera que los escritos más decisivos de Giordano Bruno, redactados en latín, permanecieron durante mucho tiempo como enterrados en una cripta.

Quien quiera exponerse a la energía y a la grandeza del pensamiento de Giordano Bruno en sus manifestaciones más impresionantes tiene que preocuparse en primer lugar por liberar de su cripta latina al «mago» Bruno, al artista de la memoria, al materiósofo, al ontólogo de las imágenes y al maestro de las ágiles transformaciones, para meditar sus sugerencias a la luz de las lenguas modernas.

Es mérito de Elisabeth von Samsonow -estimulada no en última instancia por los trabajos de la gran dama de la investigación sobre el Renacimiento, Francés A. Yatesel- haber comenzado a abrir a los lectores alemanes el acceso a los escritos latinos de Bruno, olvidados durante tanto tiempo. Su obra da testimonio de un aspecto ignorado en este mito de la Edad Moderna: ilustra el nacimiento de la modernidad a partir del espíritu de una filosofía de la imaginación. 


Tras el redescubrimiento de las teorías de Bruno acerca de los logros de la «fantasía» como constituyente del mundo, la inclinación indolente de los historiadores de las ideas a construir todo el pensamiento moderno a partir de Descartes se vuelve más dudosa que nunca. Hay que retroceder hasta el universo de Bruno, Shakespeare y Bacon, para encontrar las claves de los tesoros incipientes de la modernidad, desconocidos todavía en gran medida.

Como casi ningún otro pensador antes que él, Giordano Bruno se sumergió en la cosmodinámica de los recuerdos. Con sus penetraciones reflexivas en la naturaleza y la función de la memoria, Giordano Bruno podría ser contemporáneo de aquellos que se inclinan en la actualidad sobre el cerebro humano como si se tratara del refugio de los enigmas del universo.

Al enfatizar en el carácter de ars del recuerdo y de la memoria, Giordano Bruno es el primer filósofo del «arte» de la Edad Moderna. Ya va siendo hora de soplar sobre las cenizas de los manuscritos de Bruno para liberar lo que solamente honra a este pensador que fue un maestro de la prosa italiana y latina: la brillante textualidad de sus pensamientos reales.


En Temperamentos filosóficos, de Peter Sloterdijk.



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