¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

martes, 20 de febrero de 2018

La verdad es mujer.

«Suponiendo que la Verdad sea mujer, ¿no es fundada la sospecha de que todos los filósofos, en cuanto dogmáticos, entendían muy poco de mujeres, de que el aire terriblemente grave y la torpe importunidad con que hasta ahora solían acercarse a la verdad fueron medios tan inadecuados como improcedentes de conquistar precisamente a una mujer?...»


Nietzsche (…) optó en cambio por el proyecto de desmitificar la verdad. Kant, respetuoso del valor de la verdad, nunca imaginó siquiera la posibilidad de cuestionarla críticamente. Nietzsche se burló de esta fidelidad ciega, y la castigó con el peyorativo adjetivo «dogmatismo». Luego despojó a la verdad de su nobleza y dignidad, de los adornos y embelecos con que la había vestido la tradición; la declaró metáfora, una moneda manoseada, gastada, que ha perdido su valor, y que debe volver a ser acuñada, y marcada con nueva imagen. Sustituyó el verbo «descubrir», con que la tradición positivizó el esfuerzo de los filósofos, por el de crear, pensando que los hombres producen la verdad, condicionados por una situación histórica concreta. Tuvo la osadía de decir que la verdad no se opone al error, y que el fundamento sobre el que establecemos nuestro sistema de creencias es a menudo una mentira. 


Animó a sus lectores de La Genealogía de la moral a que reflexionaran críticamente sobre las nociones de bien y mal. Pensemos, dijo, sin prejuicios, en las valoraciones cristianas, en la estrategia astuta que tejieron los sacerdotes judíos para apoderarse del poder de los romanos. Ellos decían que se trataba del bien, de Dios, de la conciencia, pero lo que mandaba fue siempre el deseo de poder. Los señores querían mantener sus privilegios, los siervos deseaban apoderarse de lo que los otros defendían. ¿Dónde estuvo la verdad en toda esta disputa? Los señores romanos estimaban «verdad» lo que convenía a sus intereses de opresores; los sacerdotes judíos, lo que podía invertir esta situación. Después de soltar una carcajada homérica, desilusionada, pero vital, Nietzsche declara que la verdad designa lo que conviene a un grupo, a su desarrollo, o mejor, a lo que este grupo se representa como desarrollo. Concluye que la voluntad de verdad ha estado siempre al servicio de la voluntad de poder.

Desde este proyecto de desmistificación de la verdad tradicional se comprende que Nietzsche haya tomado el concepto «mujer» en su acepción negativa, de variabilidad, mentira, seducción, no verdad, y lo haya identificado con la «verdad». Mediante este gesto les advirtió a los filósofos que no podían seguir manteniendo la comedia de la justicia, del bien, de la generosidad y de la verdad unívoca y universal. Les señaló que la historia había impuesto una nueva representación de verdad, y que ahora había que pensarla como una convención, relativa a las necesidades de un grupo, de una comunidad, de un pueblo, es decir, perspectivesca. La significatividad y rareza de este gesto filosófico fue registrada por los estudiosos de Nietzsche. Era muy difícil que reconocieran su importancia. La red de creencias y supuestos desde la que pensaban y examinaban los textos de la tradición les impedía verla. Estos supuestos eran la univocidad de la verdad, su inmutabilidad, la identificación que existía entre ella y la justicia. Después de Derrida la frase se volvió visible. ¿Las lecturas que no la vieron eran mal intencionadas y deliberadas? Probablemente fueron simplemente reaccionarias. Sin duda que no fue Nietzsche quien hizo avanzar la historia. El pensamiento de Nietzsche no puede entenderse sino como una comprobación de que la verdad había cambiado su género. Precisamente por haber devenido mujer, la historia vino a alumbrar la frase aquella, y a ponérnosla ante los ojos a los investigadores de este fin de siglo para afrontarla y buscarle explicaciones.

El prefacio en que aparece comenta los prejuicios de los filósofos, su dogmatismo, su voluntad de deificar la verdad. Nietzsche se burla de los pensadores de la tradición, ridiculiza el esfuerzo que hicieron por separar a la verdad del plano de la realidad, de la experiencia. La verdad, suponían, era una entidad demasiado importante y noble como para que habitara en este mundo cruel, injusto y aparente. Por ello la pusieron a distancia, en un mundo suprasensible, donde ninguna de las pasiones bajas e innobles de los hombres pudiera alcanzarla. Le construyeron, explica Nietzsche, sólidos edificios, e invitaron a la verdad a que habitara en ellos. Edificios geométrico-matemáticos, sistemas morales, históricos. Nietzsche supone que la verdad jamás se sintió a gusto en estas construcciones, que se resintió de que la separaran del mundo de la experiencia, y la restringieran a lo suprasensible. Lo que mandaba en estos filósofos era el principio de causalidad. Se preguntaban, ¿cómo una entidad tan noble como la verdad puede tener su origen en la falsedad, en la ignorancia? Las cosas de más alto valor no pueden tener la misma raíz que las malas. Su principio debía estar en el seno del Ser, en lo imperecedero, en la cosa en sí, en Dios (...)

En En torno a la frase de Nietzsche “la verdad es mujer”, de Susana Münnich.


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