¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

lunes, 19 de febrero de 2018

Ricoeur: Derrida y la escuela de la sospecha.

El proyecto de Derrida tiene su origen sobretodo en la tradición nietzscheana; tradición que finalmente se enmarca en lo que Ricoeur, agudamente, ha denominado “escuela de la sospecha” (Nietzsche – Freud – Marx). Lo determinante de esta “escuela” reside en el intento programático de “desenmascar” los motivos ocultos que subyacen tras la aparente neutralidad o positividad de la filosofía, la cultura y los signos en general. Pero no sólo la filosofía y las diversas formas culturales están afectadas a un engaño esencial, constitutivo, sino incluso la propia verdad no es más que otra forma de estratificación y mistificación histórica. Según la sugerencia de Nietzsche, finalmente, “las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son”. Uno de los méritos indudables de Derrida consiste precisamente no sólo en una inmersión excepcionalmente solvente en esta tradición de la “escuela de la sospecha”, sino sobre todo en haber llevado, en cierto sentido, a culminación sus tendencias más profundas. 


Y es que para Derrida la tarea de desmontaje de la tradición “logocentrica” y “presentista” de la historia de la filosofía no consiste simplemente en develar un engaño o una ilusión para dar cuenta así de un “sentido originario” –como en la “genealogía” de Nietzsche–, sino en dar cuenta de las cesuras o las discontinuidades que afectan a toda traditio. La interpretación no nos entrega nunca los objetos en su verdadera presencia, sino como “huellas” que nunca se podrán hacer plenamente presentes. En toda interpretación, el sentido último queda pues perfectamente diferenciado, diferido (différence), desplazado, distanciado. Y ello a tal punto que ni siquiera se puede saber dónde termina un “texto” y comienza otro: “Il n'y a pas de hors-texte”, llega a afirmar Derrida. La hermenéutica de Derrida constituye sin duda una culminación de las tendencias más profundas de la denominada “escuela de la sospecha”.

Pero toda culminación, como todo límite, es un Janus bifrons: por una parte puede mirar hacia la serie del cual forma parte como una especie de cúspide, pero por otra también puede mirar hacia el “otro lado del muro”, hacia el silencio y la disolución. Cabe aquí la pregunta que el propio Foucault ha propuesto respecto de la hipertrofia de la interpretación: la intensificación de la sospecha y el “desenmascaramiento” suponen el paso constante de una máscara a otra hasta el infinito, sin jamás poder alcanzar un terminus ad quem. En tal caso, en estricto sentido, el proceso hermenéutico se agota en sí mismo y ya “no hay nada” que interpretar…


En Derrida: Deconstrucción, Différance y Diseminación. Una historia de parásitos, huellas y espectros, de Adolfo Vásquez Rocca.


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