El
proyecto de Derrida tiene su origen sobretodo en la tradición
nietzscheana; tradición que finalmente se enmarca en lo que Ricoeur,
agudamente, ha denominado “escuela de la sospecha”
(Nietzsche – Freud – Marx). Lo determinante de esta “escuela”
reside en el intento programático de “desenmascar” los
motivos ocultos que subyacen tras la aparente neutralidad o
positividad de la filosofía, la cultura y los signos en general.
Pero no sólo la filosofía y las diversas formas culturales están
afectadas a un engaño esencial, constitutivo, sino incluso la propia
verdad no es más que otra forma de estratificación y mistificación
histórica. Según la sugerencia de Nietzsche, finalmente, “las
verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son”.
Uno de los méritos indudables de Derrida consiste precisamente no
sólo en una inmersión excepcionalmente solvente en esta tradición
de la “escuela de la sospecha”, sino sobre todo en haber
llevado, en cierto sentido, a culminación sus tendencias más
profundas.
Y
es que para Derrida la tarea de desmontaje de la tradición
“logocentrica” y “presentista” de la historia
de la filosofía no consiste simplemente en develar un engaño o una
ilusión para dar cuenta así de un “sentido originario”
–como en la “genealogía” de Nietzsche–, sino en dar
cuenta de las cesuras o las discontinuidades que afectan a toda
traditio. La interpretación no nos entrega nunca los objetos
en su verdadera presencia, sino como “huellas” que nunca
se podrán hacer plenamente presentes. En toda interpretación, el
sentido último queda pues perfectamente diferenciado, diferido
(différence), desplazado, distanciado. Y ello a tal punto que
ni siquiera se puede saber dónde termina un “texto” y
comienza otro: “Il n'y a pas de hors-texte”, llega a
afirmar Derrida. La hermenéutica de Derrida constituye sin duda una
culminación de las tendencias más profundas de la denominada
“escuela de la sospecha”.
Pero
toda culminación, como todo límite, es un Janus bifrons: por
una parte puede mirar hacia la serie del cual forma parte como una
especie de cúspide, pero por otra también puede mirar hacia el
“otro lado del muro”, hacia el silencio y la disolución.
Cabe aquí la pregunta que el propio Foucault ha propuesto respecto
de la hipertrofia de la interpretación: la intensificación de la
sospecha y el “desenmascaramiento” suponen el paso
constante de una máscara a otra hasta el infinito, sin jamás poder
alcanzar un terminus ad quem. En tal caso, en estricto
sentido, el proceso hermenéutico se agota en sí mismo y ya “no
hay nada” que interpretar…
En
Derrida: Deconstrucción, Différance y
Diseminación. Una historia de parásitos, huellas y espectros,
de Adolfo Vásquez Rocca.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario