¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

jueves, 15 de febrero de 2018

Nietzsche y el olvido.

Cerrar temporalmente las puertas y ventanas de la conciencia; no dejar que nos molesten el ruido y la lucha con lo que el mundo subterráneo de órganos que están a nuestro servicio trabajan unos para otros, y también unos en contra de otros; un poco de calma, un poco de tabula rasa de la conciencia, a fin de que vuelva a haber sitio para lo nuevo, sobre todo para las funciones y los funcionarios más nobles, para gobernar, prever, predeterminar (pues nuestro organismo está dispuesto oligárquicamente): esta es la utilidad del, como hemos dicho, olvido activo, semejante a un guardián de la puerta, a alguien que mantuviese en el alma el orden, la tranquilidad, la etiqueta: se ve así enseguida hasta qué punto no podría haber felicidad, jovialidad, esperanza, orgullo, presente, sin el olvido.


El hombre en el que este aparato inhibitorio está dañado y deja de cumplir su función es comparable a un dispéptico (y no solo comparable), no “acaba” con nada… Precisamente este animal necesariamente olvidadizo, en el que el olvido representa una fuerza, una forma de salud fuerte, ha criado en sí mismo una facultad contraria, una memoria, mediante la cual en determinados casos se suspende el olvido, a saber, en los casos en los que se ha de prometer: por tanto de ningún modo meramente un pasivo librarse de la impresión que se haya quedado grabada, no solo la indigestión con una palabra otrora empeñada y de la que ya no podemos librarnos, sino un activo no querer librarse, un seguir y seguir queriendo lo otrora querido, una autentica memoria de la voluntad: de manera que entre el original “quiero”, “lo haré”, y la auténtica descarga de la voluntad, su acto, puede introducirse lícitamente sin ningún problema en un mundo de cosas, circunstancias e incluso actos de voluntad, nuevos y ajenos, sin que se rompa esta larga cadena de la voluntad.

En La genealogía de la moral, de Friedrich Nietzsche.


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