¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

viernes, 27 de enero de 2017

Encargo. Julio Cortázar.


Este camino 
ya nadie lo recorre 
salvo el crepúsculo.                                                                                                   
                                       Bashō.






















No me des tregua, no me perdones nunca.
Hostígame en la sangre, que cada cosa cruel sea tú que vuelves.
¡No me dejes dormir, no me des paz!
Entonces ganaré mi reino,
naceré lentamente.
No me pierdas como una música fácil, no seas caricia ni
      guante;
tállame como un sílex, desespérame.
Guarda tu amor humano, tu sonrisa, tu pelo. Dalos.
Ven a mí con tu cólera seca de fósforo y escamas.
Grita. Vomítame arena en la boca, rómpeme las fauces.
No me importa ignorarte en pleno día,
saber que juegas cara al sol y al hombre.
Compártelo.

Yo te pido la cruel ceremonia del tajo,
lo que nadie te pide: las espinas
hasta el hueso. Arráncame esta cara infáme,
oblígame a gritar al fin mi verdadero nombre.


En Salvo el crepúsculo, de Julio Cortázar. Paris, 1951/1952.

viernes, 20 de enero de 2017

























Carta a Pablo. Mijail Bakunin.

Soy el mismo, como antes, enemigo declarado de la realidad existente, sólo con esta diferencia: que he cesado de ser teórico, que he vencido, en fin, en mí, la metafísica y la filosofía, y que me he arrojado enteramente, con toda mi alma, en el mundo práctico, el mundo del hecho real.

Créeme, amigo, la vida es bella; ahora tengo pleno derecho a decir eso, porque he cesado hace mucho de mirarla a través de las construcciones teóricas y a no conocerla más que en fantasía, porque he experimentado efectivamente muchas de sus amarguras, he sufrido mucho y he caído a menudo en la desesperación.


Yo amo, Pablo, amo apasionadamente: no sé si puedo ser amado como yo quisiera serlo, pero no desespero; sé al menos que se tiene mucha simpatía hacia mí; debo y quiero merecer el amor de aquella a quien amo, amándola religiosamente, es decir, activamente; ella está sometida a la más terrible y a la más infame esclavitud y debo libertarla combatiendo a sus opresores y encendiendo en su corazón el sentimiento de su propia dignidad, suscitando en ella el amor y la necesidad de la libertad, los instintos de la rebeldía y de la independencia, recordándole el sentimiento de su fuerza y de sus derechos.

Amar es querer la libertad, la completa independencia de otro; el primer acto del verdadero amor es la emancipación completa del objeto que se ama; no se puede amar verdaderamente más que a un ser perfectamente libre, independiente, no sólo de todos los demás, sino aun y sobre todo de aquel de quien se es amado y a quien se ama.

He ahí mi profesión de fe política, social y religiosa, he ahí el sentido íntimo, no sólo de mis actos y de mis tendencias políticas, sino también, en tanto que puedo, el de mi existencia particular e individual; porque el tiempo en que podrían ser separados esos dos géneros de acción está muy lejos de nosotros; ahora el hombre quiere la libertad en todas las acepciones y en todas las aplicaciones de esa palabra, o bien no la quiere de ningún modo; querer la dependencia de aquel a quien se ama es amar una cosa y no un ser humano, porque no se distingue el ser humano de la cosa más que por la libertad; y si el amor implicase también la dependencia, sería lo más peligroso e infame del mundo, porque sería entonces una fuente inagotable de esclavitud y de embrutecimiento para la humanidad.

Todo lo que emancipa a los hombres, todo lo que, al hacerlos volver a sí mismos, suscita en ellos el principio de su vida propia, de su actividad original y realmente independiente, todo lo que les da la fuerza para ser ellos mismos, es verdad; todo el resto es falso, liberticida, absurdo. Emancipar al hombre, he ahí la única influencia legítima y bienhechora.

Abajo todos los dogmas religiosos y filosóficos – no son más que mentiras –; la verdad no es una teoría, sino un hecho; la vida misma es la comunidad de hombres libres e independientes, es la santa unidad del amor que brota de las profundidades misteriosas e infinitas de la libertad individual.

 Mijail Bakunin.

Este fragmento de una carta a su hermano Pablo, fechada en París el 29 de marzo de 1845, fue publicado en El amor libre: la revolución sexual de los anarquistas”, Rodolfo Alonso Editor, Buenos Aires, 1973.

jueves, 19 de enero de 2017

Barro tal vez.













 
 
Si no canto lo que siento
me voy a morir por dentro.
He de gritarle a los vientos hasta reventar,
aunque solo quede tiempo en mi lugar.

Si quiero me toco el alma,
pues mi carne ya no es nada.
He de fusionar mi resto con el despertar,
aunque se pudra mi boca por callar.

Ya lo estoy queriendo.
Ya me estoy volviendo canción.
Barro tal vez.
Y es que esta es mi corteza
donde el hacha golpeará,
donde el río secará para callar.

Ya me apuran los momentos.
Ya mi sien es un lamento.
Mi cerebro escupe ya el final del historial,
del comienzo que tal vez reemprenderá.

Si quiero me toco el alma,
pues mi carne ya no es nada.
He de fusionar mi resto con el despertar,
aunque se pudra mi boca por callar.

Ya lo estoy queriendo.
Ya me estoy volviendo canción.
Barro tal vez.

Y es que esta es mi corteza
donde el hacha golpeará,
donde el río secará para callar.

                                                             Luis Alberto Spinetta.

miércoles, 18 de enero de 2017

Hacia la nada creadora.

Cuando los burgueses fueron arrodillados a la derecha del socialismo, en el sagrado templo de la democracia, se acomodaron tranquilamente sobre el lecho de la espera para dormir su absurdo sueño de paz. Pero los proletarios, que bebiendo el veneno socialista habían perdido su inocencia feliz, gritaron desde la parte izquierda, turbando el sueño tranquilo de la idiota burguesía criminal.

Mientras tanto, en las más altas montañas del pensamiento los vagabundos de la idea vencían la náusea, anunciando que algo parecido a la risa fragorosa de Zaratustra había siniestramente producido su eco . . .


El viento del espíritu, igual al huracán, habría tenido que compenetrar el alma humana y levantarla impetuosamente en el torbellino de ideas para arrollar a todos los viejos valores en la tiniebla del tiempo, realzando en el sol la vida del instinto sublimado por el nuevo pensamiento.

Pero los sapos burgueses comprendieron, despertándose, que algo incomprensible gritaba en lo alto, amenazando su baja existencia. Sí: comprendieron que desde lo alto venía algo como una piedra, un estrépito, una amenaza. Comprendieron que la voz satánica de los frenéticos precursores del tiempo anunciaba una furibunda tormenta que, partiendo de la voluntad renovadora de unos pocos solitarios, explotaba en las vísceras de la sociedad para empezar de cero.

Pero no comprendieron (y no lo comprenderán hasta que no sean aplastados) que eso que pasaba sobre el mundo era el ala potente de una libre vida, en el batido de la cual estaba la muerte del “hombre burgués” y del “hombre proletario”, para que todos los hombres fuesen “únicos” y “universales” al mismo tiempo. Y este fue el motivo por el cual todas las burguesías del mundo sonaron al unísono sus campanas, acuñadas de falso metal idealístico, llamando a una gran reunión. Y la reunión fue general . . .


Todas las burguesías se refugiaron juntas. Acurrucadas juntas entre los viscosos juncos crecidos en el pantano de sus mentiras comunes y allí, en el silencio del fango, decidieron el exterminio de las ranas proletarias, sus siervas y amigas . . .

Del feroz complot formaron parte todos los sacerdotes de Cristo y de la democracia. Presenciaban también todos los ex-apóstoles de las ranas. La guerra se decidió y el príncipe de las víboras negras bendijo las armas fratricidas en nombre de aquel dios que dijo “no matarás”, mientras el simbólico vicario de la muerte imploró a su idea que viniese a bailar sobre el mundo.

Entonces el socialismo —como hábil acróbata y práctico saltimbanqui— dio un salto adelante. Saltó sobre el filo extendido de la sentimental especulación política, se ciñó de negro la frente; y, doloriéndose y llorando, así más o menos, habló:

Yo soy el verdadero enemigo de la violencia. Soy enemigo de la guerra, y más enemigo de la revolución. Soy el enemigo de la sangre”.

Y después de haber hablado nuevamente de “paz” y de “igualdad”, de “fe” y de “martirio”, de “humanidad” y de “advenir”, entonó una canción sobre motivos del “sí” y del “no”, plegó la cabeza y lloró. Lloró lágrimas de Judas, ¡que no son ni siquiera el “me lavo las manos” de Pilatos!

Y las ranas partieron . . .
Partieron hacia el reino de la suprema vileza humana.
Partieron hacia el fango de todas las trincheras.
Partieron.
¡Y la muerte vino!
Vino ebria de sangre y danzó macabramente sobre el mundo.
Por cinco largos años . . .


Fue entonces que los grandes vagabundos del espíritu, aquejados de una nueva náusea, cabalgaron otra vez sobre sus libres águilas para librarse vertiginosamente en la soledad de sus lejanos glaciares riendo y maldiciendo.

También el espíritu de Zaratustra —el más auténtico amante de la guerra y el más sincero amigo de los guerreros— tuvo que permanecer bastante asqueado e indignado puesto que alguno lo sintió exclamar: “Vosotros deberéis ser para mí aquellos que tienden sus miradas en busca del enemigo de vuestro enemigo. Y en algunos de vosotros el odio se manifiesta en la primera mirada. Vosotros deberéis buscar a vuestro enemigo, combatir vuestra guerra, ¡y eso por vuestras ideas! Y si vuestra idea sucumbe, ¡que vuestra rectitud grite al triunfo!”.

Pero, ¡ay! La predicación heroica del bárbaro liberador ¡no valió de nada! Las ranas humanas no supieron distinguir a su enemigo, ni combatir por las propias ideas. (¡Las ranas no tienen ideas!).

Y no conociendo a su enemigo, ni teniendo ideas propias, combatieron por el vientre de sus hermanos en Cristo, por sus iguales en democracia. Combatieron contra sí mismos por su enemigo.
Abel, renacido, moría por Caín una segunda vez.
¡Pero esta vez por sí mismo!
Voluntariamente . . .
Voluntariamente, porque podía revolverse y no lo ha hecho . . .
Porque podía decir: ¡no!
O ¡sí!
Porque diciendo: “no”, ¡habría sido fuerte!
Porque diciendo: “sí”, habría demostrado “creer” en la “causa” por la que combatía.
Pero no ha dicho ni “sí” ni “no”.
¡Ha partido!
¡Sin luchar!
¡Como siempre!
Ha partido . . .


¡Se ha dirigido hacia la muerte! . . .
Sin saber el porqué.
Como siempre.
Y la muerte ha venido . . .
Ha venido a bailar sobre el mundo: ¡por cinco largos años!
Y danzó macabramente sobre las cenagosas trincheras de todas las partes del mundo.
Danzó con pies fulgurantes . . .
Danzó y rió . . .
Rió y danzó . . .
¡Por cinco largos años!
¡Ah! Cuan vulgar es la muerte que danza sin tener sobre el dorso las alas de una idea . . .
Qué cosa más idiota el morir sin saber el porqué . . .

Nosotros la hemos visto —cuando bailaba— a la Muerte.
Era una Muerte negra, sin transparencias de luz.
¡Era una muerte sin alas!
Cuan fea y vulgar . . .
Cuan torpe era la danza.
¡Pero aun así bailaba!
Y como iba segando las vidas —danzando— de todos los superfluos, y todos aquellos que estaban de más. Todos aquellos por los que —dice el gran liberador— fue inventado el Estado.

Pero ¡ay! No solamente a aquellos se llevaba . . .
La muerte —para vengar al Estado— ha eliminado también a los no inútiles, ¡incluso a los necesarios! . . .
Pero aquellos que no eran inútiles, aquellos que no estaban de más, aquellos que cayeron diciendo “¡no!”
Serán vengados.
Nosotros los vengaremos.
¡Los vengaremos porque eran hermanos nuestros!
Los vengaremos porque cayeron con las estrellas sobre los ojos.
Porque muriendo han bebido del sol.
El sol de la vida, el sol de la lucha, el sol de una Idea.

En Hacia la nada creadora, de Renzo Novatore.

martes, 17 de enero de 2017

Del hombre/cuerpo al hombre/especie: nacimiento del biopoder.

(...) Ahora bien, me parece que durante la segunda mitad del siglo XVIII vemos aparecer algo nuevo, que es otra tecnología de poder, esta vez no disciplinaria. Una tecnología de poder que no excluye la primera, que no excluye la técnica disciplinaria sino que la engloba, la integra, la modifica parcialmente y, sobre todo, que la utilizará implantándose en cierto modo en ella, incrustándose, efectivamente, gracias a esta técnica disciplinaria previa. Esta nueva técnica no suprime la técnica disciplinaria, simplemente porque es de otro nivel, de otra escala, tiene otra superficie de sustentación y se vale de instrumentos completamente distintos.


A diferencia de la disciplina, que se dirige al cuerpo, esta nueva técnica de poder no disciplinario se aplica a la vida de los hombres e, incluso, se destina, por así decirlo, no al hombre/cuerpo sino al hombre vivo, al hombre ser viviente; en el límite, si lo prefieren, al hombre/especie. Más precisamente, diría lo siguiente: la disciplina trata de regir la multiplicidad de los hombres en la medida en que esa multiplicidad puede y debe resolverse en cuerpos individuales que hay que vigilar, adiestrar, utilizar y, eventualmente, castigar. Además, la nueva tecnología introducida está destinada a la multiplicidad de los hombres, pero no en cuanto se resumen en cuerpos sino en la medida en que forma, al contrario, una masa global, afectada por procesos de conjunto que son propios de la vida, como el nacimiento, la muerte, la producción, la enfermedad, etcétera.

Por lo tanto, tras un primer ejercicio del poder sobre el cuerpo que se produce en el modo de la individualización, tenemos un segundo ejercicio que no es individualizador sino masificador, por decirlo así, que no se dirige al hombre/cuerpo sino al hombre-especie. Luego de la del cuerpo humano, introducida durante el siglo XVIII, vemos aparecer, a finales de éste, algo que ya no es esa sino lo que yo llamaría una de la especie humana.

¿Cuál es el interés central en esa nueva tecnología del poder, esa biopolítica, ese biopoder que está estableciéndose? Hace un momento lo señalaba en dos palabras: se trata de un conjunto de procesos como la proporción de los nacimientos y las defunciones, la tasa de reproducción, la fecundidad de una población, etcétera. Estos procesos de natalidad, mortalidad y longevidad constituyeron, a mi entender, justamente en la segunda mitad del siglo XVIII y en conexión con toda una masa de problemas económicos y políticos (a los que no me voy a referir ahora), los primeros objetos de saber y los primeros blancos de control de esa biopolítica. En ese momento, en todo caso, se pone en práctica la medición estadística de esos fenómenos con las primeras demografías. Es la observación de los procedimientos más o menos espontáneos o más o menos concertados que se ponían efectivamente en práctica entre la población con respecto a la natalidad; en síntesis, si lo prefieren, el señalamiento de los fenómenos de control de los nacimientos tal como se practicaban en el siglo XVIII. Fue también el esbozo de una política en favor de la natalidad o, en todo caso, de esquemas de intervención en los fenómenos globales de la natalidad. En esta biopolítica no se trata, simplemente, del problema de la fecundidad. Se trata también del problema de la morbilidad, ya no sencillamente, como había sucedido hasta entonces, en el plano de las famosas epidemias cuya amenaza había atormentado a tal punto a los poderes políticos desde el fondo de la Edad Media (esas famosas epidemias que eran dramas temporarios de la muerte multiplicada, la muerte que era inminente para todos). 


En ese momento, a fines del siglo XVIII, no se trata de esas epidemias sino de algo distinto: en líneas generales, lo que podríamos llamar las endemias, es decir, la forma, la naturaleza, la extensión, la duración, la intensidad de las enfermedades reinantes en una población. Enfermedades más o menos difíciles de extirpar y que no se consideran, como las epidemias, en concepto de causas de muerte más frecuente sino como factores permanentes así se las trata de sustracción de fuerzas, disminución del tiempo de trabajo, reducción de las energías, costos económicos, tanto por lo que deja de producirse como por los cuidados que pueden requerir. En suma, la enfermedad como fenómeno de población: ya no como la muerte que se abate brutalmente sobre la vida —la epidemia— sino como la muerte permanente, que se desliza en la vida, la carcome constantemente, la disminuye y la debilita.

En Defender la sociedad, de Michel Foucault.

lunes, 16 de enero de 2017

Ideario. Extracto.












 
 
Me da vértigo el punto muerto
y la marcha atrás,
vivir en los atascos,
los frenos automáticos y el olor a gasoil.

Me angustia el cruce de miradas
la doble dirección de las palabras
y el obsceno guiñar de los semáforos.

(...)

Me arruinan las prisas y las faltas de estilo,
el paso obligatorio, las tardes de domingo
y hasta la línea recta.

Me enervan los que no tienen dudas
y aquellos que se aferran
a sus ideales sobre los de cualquiera.

Me cansa tanto tráfico
y tanto sinsentido,
parado frente al mar mientras que el mundo gira.

Extracto de Ideario, de Francisco M. Ortega Palomares.

Italo Calvino: La oveja negra.

Había un pueblo donde todos eran ladrones.

A la noche cada habitante salía con la ganzúa y la linterna, e iba a desvalijar la casa de un vecino. Volvía al alba y encontraba su casa desvalijada. Y así todos vivían en amistad y sin lastimarse, ya que uno robaba al otro, y este a otro hasta que llegaba a un último que robaba al primero. El comercio en aquel pueblo se practicaba solo bajo la forma de estafa por parte de quien vendía y por parte de quien compraba. El gobierno era una asociación para delinquir para perjuicio de sus súbditos, y los súbditos por su parte se ocupaban solo en engañar al gobierno. Así la vida se deslizaba sin dificultades y no había ni ricos ni pobres.

No se sabe cómo ocurrió pero en este pueblo se encontraba un hombre honesto. Por la noche en vez de salir con la bolsa y la linterna se quedaba en su casa a fumar y leer novelas.


Venían los ladrones, veían la luz encendida y no entraban.

Esto duró poco pues hubo que hacerle entender que si él quería vivir sin hacer nada, no era una buena razón para no permitir que los demás lo hicieran. Cada noche que él pasaba en su casa era una familia que no comía al día siguiente.

Frente a estas razones el hombre honesto no pudo oponerse. Acostumbró también a salir por las noches para volver al alba, pero insistía en no robar. Era honesto y no quedaba nada por hacer. Iba al puente y miraba correr el agua. Volvía a su casa y la encontraba desvalijada.

En menos de una semana el hombre honesto se encontró sin dinero, sin comida y con la casa vacía. Pero hasta aquí nada malo ocurría porque era su culpa: el problema era que por esta forma de comportarse todo se desajustó. Como él se hacía robar y no robaba a nadie, siempre había alguien que volviendo a su casa la encontraba intacta, la casa que él hubiera debido desvalijar. El hecho es que poco tiempo después aquellos que no habían sido robados encontraron que eran más ricos, y no quisieron ser robados nuevamente. Por otra parte aquellos que venían a robar a la casa del hombre honesto la encontraban siempre vacía. Y así se volvían más pobres.

Mientras tanto aquellos que se habían vuelto ricos tomaron la costumbre también ellos, de ir al puente por las noches para mirar el agua que corría bajo el puente. Esto aumentó la confusión porque hubo muchos otros que se volvieron ricos y muchos otros que se volvieron pobres.

Los ricos mientras tanto entendieron que ir por la noche al puente los convertía en pobres y pensaron -paguemos a los pobres para que vayan a robar por nosotros-. Se hicieron contratos, se establecieron salarios y porcentajes: naturalmente siempre había ladrones que intentaban engañarse unos a otros. Pero los ricos se volvían más ricos y los pobres más pobres.

Había ricos tan ricos que no tuvieron necesidad de robar ni de hacer robar para continuar siendo ricos. Pero si dejaban de robar se volvían pobres porque los pobres los robaban. Entonces pagaron a aquellos más pobres que los pobres para defender sus posesiones de los otros pobres, y así instituyeron la policía, y constituyeron las cárceles.

De esta manera pocos años después de la aparición del hombre honesto no se hablaba más de robar o de ser robados sino de ricos y pobres. Y sin embargo eran todos ladrones.

Honesto había existido uno y había muerto enseguida, de hambre.
Italo Calvino.