(...)
La Comuna de Paris fue una primera afirmación colectiva y popular en
el sentido del que estamos hablando; la Rusia de 1917, con sus
soviets de obreros y campesinos, muy pronto sofocados por un Estado
que por ironía se llama soviético, es otra; después hemos tenido
España con su sangrienta experiencia de tres años, durante los
cuales sólo aquel poco de socialismo, creado y mantenido por el
pueblo a través de los sindicatos y de las colectividades agrícolas,
pudo asegurar la continuidad de la vida material; en muchas
comunidades autónomas de Palestina, aunque ahora semisofocadas por
el predominio de las fuerzas estatales, podemos estudiar otro ejemplo
constructivo del socialismo libre. Son todas tentativas, aisladas y
por el momento efímeras, pero suficientemente frecuentes y amplias
como para señalar un camino de la personalidad humana para llegar a
la justicia sin anularse en el Estado.
Volvemos
a preguntarnos ¿es utopía? Todo lo humano es utópico antes de
traducirse en realidad; y todo lo que depende de la voluntad es
realizable. Lo que importa es tener un camino orientado. Y cuando
este camino pasa entre la gente que trabaja y come y ama y piensa,
pasa entre sus casas y sus industrias y entre todo aquello que su
espontánea fraternidad ha creado en los siglos, recogiendo y
depurando tradiciones, coordinando esfuerzos, derribando las barreras
que aprisionan la vida e imponen la uniformidad, reconocemos en él
el camino de la historia real, de la que solo fugaces destellos
llegan hasta los textos de enseñanza; no es el camino de la utopía.
Utopía
es querer fabricar una sociedad desde posiciones de gobierno,
utilizando a los hombres como materia prima a fuerza de leyes
aplicadas por la violencia.
Hecho
el balance de estos últimos años, encontramos, pues, un proceso
totalitario en pleno desarrollo, que resuelve provisoriamente el
problema social transformando las clases en castas, burocratizando el
privilegio, militarizando la vida de las masas, centralizando
enormemente el poder, monopolizando la iniciativa, eliminando al
individuo como fuerza creadora, negando, en una palabra, al hombre.
Contra
la amenaza totalitaria contamos casi exclusivamente con el deseo, la
sed que grandes multitudes tienen de socialismo, como medio de
liberación. Existe el enorme peligro de que estos deseos de
construcción socialista sean canalizados (y en parte ya lo han sido)
dentro del proceso totalitario. La única esperanza -la esperanza que
el más pesimista de nosotros conserva mientras sienta en sí o a su
alrededor fuerzas que luchan- está en dar al mundo otros ejemplos
como el español, esta en creaciones socialistas libres y
coordinadas, que disipen el íncubo de la inevitabilidad de la
policía secreta, del balazo en la nuca, de los campos de
concentración y de la esclavitud.
En
El
camino. Hacia un socialismo sin Estado,
de Luce Fabbri.
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