¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

jueves, 5 de enero de 2017

Luce Fabbri, El camino.

(...) La Comuna de Paris fue una primera afirmación colectiva y popular en el sentido del que estamos hablando; la Rusia de 1917, con sus soviets de obreros y campesinos, muy pronto sofocados por un Estado que por ironía se llama soviético, es otra; después hemos tenido España con su sangrienta experiencia de tres años, durante los cuales sólo aquel poco de socialismo, creado y mantenido por el pueblo a través de los sindicatos y de las colectividades agrícolas, pudo asegurar la continuidad de la vida material; en muchas comunidades autónomas de Palestina, aunque ahora semisofocadas por el predominio de las fuerzas estatales, podemos estudiar otro ejemplo constructivo del socialismo libre. Son todas tentativas, aisladas y por el momento efímeras, pero suficientemente frecuentes y amplias como para señalar un camino de la personalidad humana para llegar a la justicia sin anularse en el Estado.


Volvemos a preguntarnos ¿es utopía? Todo lo humano es utópico antes de traducirse en realidad; y todo lo que depende de la voluntad es realizable. Lo que importa es tener un camino orientado. Y cuando este camino pasa entre la gente que trabaja y come y ama y piensa, pasa entre sus casas y sus industrias y entre todo aquello que su espontánea fraternidad ha creado en los siglos, recogiendo y depurando tradiciones, coordinando esfuerzos, derribando las barreras que aprisionan la vida e imponen la uniformidad, reconocemos en él el camino de la historia real, de la que solo fugaces destellos llegan hasta los textos de enseñanza; no es el camino de la utopía. Utopía es querer fabricar una sociedad desde posiciones de gobierno, utilizando a los hombres como materia prima a fuerza de leyes aplicadas por la violencia.

Hecho el balance de estos últimos años, encontramos, pues, un proceso totalitario en pleno desarrollo, que resuelve provisoriamente el problema social transformando las clases en castas, burocratizando el privilegio, militarizando la vida de las masas, centralizando enormemente el poder, monopolizando la iniciativa, eliminando al individuo como fuerza creadora, negando, en una palabra, al hombre.

Contra la amenaza totalitaria contamos casi exclusivamente con el deseo, la sed que grandes multitudes tienen de socialismo, como medio de liberación. Existe el enorme peligro de que estos deseos de construcción socialista sean canalizados (y en parte ya lo han sido) dentro del proceso totalitario. La única esperanza -la esperanza que el más pesimista de nosotros conserva mientras sienta en sí o a su alrededor fuerzas que luchan- está en dar al mundo otros ejemplos como el español, esta en creaciones socialistas libres y coordinadas, que disipen el íncubo de la inevitabilidad de la policía secreta, del balazo en la nuca, de los campos de concentración y de la esclavitud.

En El camino. Hacia un socialismo sin Estado, de Luce Fabbri.


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