¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

viernes, 19 de agosto de 2016

Acerca de Paul Valèry.

No firmo manifiestos, no hago política. Para mí el intelectual es siempre un solitario cuya función, cualquiera que sea su oficio, es la de incrementar el capital de los negocios del espíritu.”

Declaraba así Paul Valèry en 1939 sus principios políticos en una entrevista a un periódico francés en la que se le preguntaba por su posición política como intelectual. Cinco años después le regalaría a su hijo un cuaderno escrito casi en secreto en el que se amplía y se divaga sobre su lacónica respuesta. En la pasta frontal se lee el título: Principios de an-arquía pura y aplicada.

No se trata de escritura automática sino de un lenguaje densamente íntimo escrito con el punzón del egoísmo. Para Félix de Azúa, traductor al español del cuaderno, su contenido es tan inconexo y azaroso, como los restos de un naufragio; según él, Valèry no pretendía más que guardar memoria de algunos pensamientos ocasionales cuyo posterior desarrollo podría, quizás, merecer la pena. Los cuadernos íntimos del escritor no están fuera de su obra que es una y divisible, por esa misma razón muchos de ellos se traducen y son editados. Intencionalmente o no, en este cuaderno hay una sesuda armonía entre forma y contenido; no encontramos entre sus páginas una teoría propiamente dicha, ni siquiera la ambición por una teoría: pretender teorizar la anarquía para el otro es negar, según Valèry, un principio inalienable de la anarquía: el definirla por nuestra esencia. El estilo de este cuaderno, su naturaleza, es anárquica: no hay tratado, no hay manifiesto, no está hecho para entender la anarquía sino para leerla: hay ajuste y calibración de la idea en la forma, que en este caso se sustenta en la libertad de no tener lectores, o tener uno solo, el hijo de Valèry, que decidió publicarlos.


La libertad ajena amplía mi libertad al infinito”, diría Bakunin en la teoría: en la práctica Valèry disloca al lector, en cuanto se vuelve hacia sí mismo para contemplarse en la soledad de cada anotación; haciéndole justicia al título se nos presenta en un estado cercano a la pureza llevando, paradójicamente, la anarquía a la forma. Las palabras que Claudio Magris dice de la obra de Hermann Broch son aplicables a este cuaderno: “El arte moderno es de hecho heterogéneo e inorgánico, anarquía que refleja la anarquía, el gran estilo contemporáneo ha de asumir en sus formas esa condición caótica para ser fiel a la verdad; la verdad de la ausencia o de la ocultación del sentido, que aún así no implican jamás para Broch la renuncia a la exigencia y la búsqueda del sentido mismo.”

Para Valèry, un anarquista es un observador que ve lo que ve y no lo que es costumbre que se vea; el anarquista ejercita lo visto en la razón para poder así rechazar la sumisión a imposiciones fundadas en lo inverificable. La democracia es impracticable y el control total imposible, o posible en una esfera muy reducida y fútil: toda política, sintetiza Valèry, se funda en que los que tienen el poder, o supuestamente tienen el poder, pueden hacer lo que se les venga en gana; por ello el espíritu libre tiene una tarea capital: exterminar las causas imaginarias de los males reales sin exterminar los bienes reales que producen causas imaginarias; en el tránsito de las opiniones e ideales particulares hacia el otro, se encuentran resquicios de esos males reales que nos atañen a todos; el país más dividido –afirma Valèry– es el menos estúpido por cabeza y el más estúpido en masa. En soledad podemos evadir la estupidez, congregándonos la potencializamos, a la vez que ahí reunidos y atados por los vínculos de la necesidad, las convenciones y obligaciones sociales, nos empequeñecemos como individuos. La necesidad del diploma o certificación se vuelve un cáncer que según Valèry funciona en el individuo de la siguiente manera: obtenido tal resultado escolar, el sujeto ya no tiene nada que desear en materia de conocimiento, nada que aprender, salvo por lujo, la curiosidad queda suprimida; la pobreza del espíritu se acrecienta a medida que el individuo se hace masivamente libre, masivamente instruido, lo cual sólo genera que se hagan más similares, más imitadores, mas obligados al mismo régimen de vida. 

 
Valèry detestaba las opiniones y aborrecía las convicciones, hay en ellas una seria dosis de estupidez, que Valèry relaciona con hacer o soportar cosas que disgustan o disgustarán sin recompensa, ya sea por imitación, idiotez del espíritu o del cuerpo. El efecto óptico del yo se potencializa en los ojos del otro; el individuo agoniza ante el número de individuos: la soledad se vuelve un baluarte para la libertad de espíritu, incompatible con cualquier tradición.

Nuestro encuentro con la anarquía será en los suburbios de la automarginación social e histórica, tal como enseña el banquero anarquista de Pessoa: “El anarquista, ¿qué quiere? La libertad para sí mismo y para los demás: libertad para la humanidad entera. Quiere liberarse de la influencia o la presión de las ficciones sociales; quiere ser libre tal como lo era al venir al mundo, que es lo justo; y quiere esa libertad para él y para todos.”

Las ficciones sociales no son destructibles sino sustituibles: la tarea del anarquista se reduce a sojuzgarlas; vencerlas sojuzgándolas, reduciéndolas a la inactividad. Toda sociedad funciona sobre una base mítica, que proviene del lenguaje. “La palabra primitiva –dice Bruno Schulz– era divagación girando en torno al sentido de la luz. En su acepción corriente, hoy la palabra es solo un fragmento, un rudimento de una antigua omnímoda e integral mitología […] no hay ni un átomo en nuestras ideas que no provenga de ahí, que no sea una mitología transformada, mutilada o cambiada.” No hay historia sin palabra y no hay palabra sin naufragio de la palabra. La historia es descomposición de la historia, provocada por el germen de las impresiones del individuo y su consecuente necesidad de lenguaje para plasmarlas, lenguaje que condensa y falsifica: es la ignominia de los hombres de letras es el abuso del lenguaje: el pensamiento convertido en mosca de la mierda. Valèry propone una anarquía en soledad guiada por el conocimiento autodidacta, para adiestrar la libertad considerando las opiniones de los otros en su justa medida y teniendo siempre presente la función básica del espíritu: poner todo en tela de juicio: ningún color político, dice Valèry, sólo la luz blanca me gusta.

Sobre Principios de an-arquía pura y aplicada, de Paul Valèry.

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