La
pérdida y la vulnerabilidad parecen ser la consecuencia de nuestros
cuerpos socialmente constituidos, sujetos a otros, amenazados por la
pérdida, expuestos a otros y susceptibles de violencia a causa de
esta exposición.
No
estoy segura de saber cuándo se elabora un duelo, o cuándo alguien
termina de hacer el duelo por otro ser humano. Freud cambia de idea
al respecto: sugiere que elaborar un duelo significa ser capaz de
sustituir un objeto por otro; (1) más tarde afirma que la
introyección, originalmente asociada con la melancolía, es
esencial para el trabajo del duelo. (2) La
esperanza inicial de Freud de que el lazo con un objeto puede
deshacerse y volver a rehacerse puede tomarse como un signo
alentador, en tanto supone cierto carácter intercambiable del objeto
-como si la perspectiva de volver a entrar a la vida aprovechara
cierto carácter promiscuo de la meta libidinal -. (3)
Acaso
sea verdad, pero no creo que elaborar un duelo implique olvidar a
alguien o que algo más venga a ocupar su lugar, como si debiéramos
aspirar a una completa sustitución. Tal vez un duelo se elabora
cuando se acepta que vamos a cambiar a causa de la pérdida sufrida,
probablemente para siempre. Quizás
el duelo tenga que ver con aceptar sufrir un cambio (tal vez debiera
decirse someterse a un cambio) cuyo resultado no puede
conocerse de antemano. Sabemos que hay una pérdida, pero también
hay un efecto de transformación de la pérdida que no puede medirse
ni planificarse. Podemos tratar de elegirlo, pero puede ser que a
cierto nivel esta experiencia de transformación desarticule la
elección. No creo, por ejemplo, que tratándose de una pérdida
pueda invocarse una ética protestante. No puede decirse: "Ah,
voy a superar esta pérdida de este modo, y éste será el resultado,
y voy a entregarme a la tarea, y voy a esforzarme por ponerle fin a
la pena que tengo por delante". Pienso que uno está a merced de
la corriente, y que uno comienza el día con una meta, un proyecto,
un plan, pero se frustra. Nos sentimos caer, exhaustos, sin saber por
qué. Hay algo más grande que lo que uno planea, que lo que uno
proyecta, que lo que uno sabe y elige.
Algo
se apodera de ti. ¿De dónde viene? ¿Qué sentido tiene? ¿Qué se
afirma en esos momentos en que no somos dueños de nosotros mismos?
¿A qué estamos sujetos? ¿Qué es lo que nos ha atrapado? Freud nos
recuerda que cuando perdemos a alguien no siempre sabemos qué
es lo que perdimos en esa persona. (4) Así, al perder
algo, nos enfrentamos a lo enigmático: algo se oculta en la pérdida,
algo se pierde en lo más recóndito de la pérdida. Si el duelo
supone saber que algo se perdió (y en cierta manera, la melancolía
significa originalmente no saberlo), entonces el duelo continuaría a
causa de su dimensión enigmática, a causa de la experiencia de no
saber incitada por una pérdida que no terminamos de comprender.
Cuando
perdemos a ciertas personas o cuando hemos sido despojados de un
lugar o de una comunidad podemos simplemente sentir que estamos
pasando por algo temporario, que el duelo va a terminar y que vamos a
recuperar cierto equilibrio previo. Pero quizás, mientras pasamos
por eso, algo acerca de lo que somos se nos revela, algo que dibuja
los lazos que nos ligan a otro, que nos enseña que estos lazos
constituyen lo que somos, los lazos o nudos que nos componen. No es
como si un "yo" existiera independientemente por aquí y
que simplemente perdiera a un "tú" por allá,
especialmente si el vínculo con ese "tú" forma parte de
lo que constituye mi "yo". Si bajo estas condiciones
llegara a perderte, lo que me duele no es sólo la pérdida, sino
volverme inescrutable para mí. ¿Qué "soy", sin ti?
Cuando
perdemos algunos de estos lazos que nos constituyen, no sabemos
quiénes somos ni qué hacer. En un nivel, descubro que te he perdido
a "ti" sólo para descubrir que "yo" también
desaparezco.
1.
Sigmund Freud, "Duelo y melancolía", Obras completas,
Buenos Aires, Amorrortu Editores (AE), 1996, vol. XIV, pp.
241-255.
2.
Sigmund Freud, "El yo y el ello", Obras completas,
AE, vol. XIX.
3.
Sigmund Freud, "Duelo y melancolía", ob. Cit.
4.
Ibíd.
En
Vida precaria, de Judith Butler.
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