¿Para qué valdría la pasión (acharnement) de saber, si sólo asegurara la adquisición de conocimientos y no de alguna manera –y tanto como se pueda– el extravío de aquel que conoce? Hay momentos en la vida en que el problema de saber si uno puede pensar de manera distinta a como piensa y percibir de otra manera que como ve es indispensable para continuar mirando o re-flexionado. (...) Pero, ¿qué es la filosofía en la actualidad –quiero decir la actividad filosófica– si no es un trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se sabe, en emprender la tarea de saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?”

El uso de los placeres.
Michel Foucault.

martes, 2 de agosto de 2016

Michel Onfray: De la indigencia.

Lejos del Harar donde Rimbaud expiaba su genio visionario, un barco ebrio descendió por ríos impasibles en los que, entre juncos que se descomponían en las enormes marismas, se pudría un Leviatán que, a cincuenta leguas, acompañaba el resoplido de los Behemots en celo. He vuelto a encontrar estos voraces y crueles animales bajo la pluma de Thomas Hobbes, cuando habla del cuerpo social y de la mejor teoría política, según sus deseos. Leviatán es el nombre del autómata al que se asimila esta máquina política, semejante a un mecanismo animado por resortes, cuerdas y engranajes a modo de corazones, nervios y articulaciones de un gran animal obsesionado por el alimento y totalmente dedicado a lo que puede satisfacer su apetito de ogro.


El Leviatán es un monstruo del caos primitivo, una especie de serpiente capaz de zamparse el sol de una sola vez y provocar de esa manera eclipses en cuyo transcurso las brujas lanzan sus hechizos. Abandona el mar, donde no obstante reposa cuando se lo deja en paz, para imponer el terror entre la mayor parte de los hombres que, en la actualidad, viven bajo su régimen y su poder, en su temor y según sus caprichos. En cuanto a Behemot, es un devastador fantástico, un herbívoro hambriento que engulle la vegetación de mil montañas, razón por la cual se ha convertido en emblema de la fuerza bruta.

Acertadamente evoca Hobbes este bestiario fantástico para referirse a la omnipotencia del cuerpo político, el cuerpo social y las máquinas para someter al individuo al registro de lo comunitario, que se presenta como la máxima virtud. Animales devoradores, totalmente ignorantes de la matanza que llevan a cabo, bestias hambrientas que destruyen a su paso toda subjetividad, Leviatán y Behemot constituyen la zoología política en virtud de la cual el hombre representa una presa privilegiada para el depredador, monstruo fabuloso que aniquila todo lo que sea más pequeño que él. Esta máquina histérica ha producido en la tierra un infierno contemporaneo cuya cartografía quisiera proponer aquí. Así como ha habido mapas del país del Amor, portulanos y sextantes que se llevaban a bordo para dibujar las lineas costaneras, las arenas que el viento proyectaba peligrosamente sobre la costa, movedizos y engañosos bancos de arena, precipicios y picos, montañas y abismos, acantilados empinados como tejos tendidos hacia el cielo, o aguas falsamente dormidas que ocultan profundas depresiones, corrientes y torbellinos invisibles, así hay también una geografía infernal,* una tipología que una vez se puso de manifiesto en la Divina Comedia.

En Dante he amado los nueve círculos y los tres recintos, las diez fosas y las cuatro zonas que forman el infierno, cuando no las siete cornisas del purgatorio, que no sirven para obtener información de una Beatriz soñada, pero sí para seguir tratando de comprender qué es lo que, aquí y ahora, constituye el infierno que algunos viven en la tierra. No es frecuente que la miseria, que recorre estas tierras infernales de un extremo a otro, se convierta en objeto filosófico. Más a menudo es la sociología la que se apodera de ella para nombrarla, describirla, mostrarla, afirmar su existencia, cuantificarla, y eso ya es mucho. Pero los filósofos, ¿donde están? ¿Qué hacen los intelectuales y qué dicen sobre esta cuestion?


Más preocupados por las miserias del mundo cuando éstas parecen nobles, dignas y capaces de abrir las puertas de un reconocimiento mediático o de un hipotético Premio Nobel, no ahorran manifiestos, peticiones y tomas de posición cuando la miseria es limpia, es decir, cuando forma parte de guerras, genocidios sanguinarios, combates planetarios entre potencias enloquecidas. ¿Y la miseria sucia,* la de los individuos subordinados, los indigentes, los héroes cotidianos que mueren en los huecos de una escalera a causa del frío y el hambre, o que, día tras día, patean las calles a la espera de la limosna de un trabajo miserable? ¿Y la de los hombres y las mujeres que, sin descanso, ofrecen su tiempo, su energía, sus sueños, sus deseos, a las ávidas fauces del Leviatán en las fábricas, los talleres, las empresas?

El mío -mi mayor escándalo- es que haya en mi entorno, en el marco de una proximidad dolorosa y cotidiana, un infierno en el que se mantiene a cierto número de hombres, mujeres y, naturalmente, niños, que día tras día son sacrificados a las exigencias del Leviatán y el apetito sexual de los Behemots. Mi lógica es hedonista y no deja de serlo de un libro a otro. A menudo he precisado, pero nunca lo suficiente, que el imperativo categórico del hedonismo completaba el gozar y el hacer gozar. Esta segunda parte, indisociable, constituye la genealogía de la política que propongo y representa la modalidad de una ética alternativa a la del ideal ascético.

El infierno en el que se pudren los que alimentan la máquina social o que han sido excluídos de ella como deyecciones de un animal infecto, supone por definición el lugar en el cual triunfa el ideal ascético en detrimento de todo hedonismo, sea de la naturaleza que sea. Es imposible gozar y hacer gozar en esa cloaca, en esa sentina de la civilización donde no sólo se estratifican las deyecciones, sino también las patologías y los mecanismos del servilismo que estructuran el Leviatán. Una política hedonista exige ante todo una ética interesada en la erradicación de este infierno de la tierra, una moral de lucha contra estos vapores emanados del Tártaro, un voluntarismo estético que declare la guerra, de manera radical e implacable, a esta política de tierra quemada en que apenas gimen aquellos que pasan la vida perdiéndola.

En Política del rebelde. Tratado de resistencia e insumisión, de Michel Onfray.

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